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Gallardón lava más blanco

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Shakira, Police, Madonna, Red Hot Chilli Peppers, Enrique Iglesias, Maná y un sinfín de adictos a los vuelos intercontinentales, los aviones privados, las limusinas, las mansiones bien iluminadas y al último grito en cacharritos electrónicos pretenden convencernos de que el mundo se acabará si los demás no dejamos de respirar o de conducir nuestros coches pasados de moda. Cualquiera diría que nuestros reproductores de CD dan vueltas gracias a carruseles de hamsters convenientemente situados para hacer girar los discos.

Hace unas semanas tuve la desgracia de conocer a una famosa activista británica anti-cambio climático que aseguraba a un auditorio repleto de fieles que sólo quedan diez años para salvar al mundo de la depredación capitalista que llevan a cabo los seres humanos de Occidente. Para evitar el desastre proponía la más completa sovietización de la economía que uno pueda imaginarse. La chica, segura de sus sensibleros poderes de persuasión, no se molestó en dar ni un solo dato de cómo y en qué medida la planificación centralizada de la economía que ella proponía iba a rebajar la temperatura. Mucho menos aún se preocupó en indagar en el coste económico de su plan. Eso sí, no escatimó en realizar detalladas explicaciones de cómo hay que abducir a los niños para gobernar sus mentes y ganar la batalla política. Las únicas pruebas científicas que sometió al escrutinio de los "expertos" eran unos videos en los que archifamosos actores y cantantes repetían machaconamente que el mundo se acaba y que tenemos que cambiar nuestro estilo de vida.

Pero volvamos a los estridentes conciertos de este fin de semana. Como no podía ser de otra forma, el ideólogo de estos eventos es el vaquero Al Gore, que galopa a lomos de su jet privado y a quien Hollywood parece seguir –salvo honrosas excepciones– como si de un Mesías se tratara. La aureola que recubre a este príncipe de Asturias y de la demagogia puede esconder a veces la realidad a algunas personas pero no podrá tapar todas las grandes contradicciones de su actividad a todo el mundo y de manera continuada. Para organizar estos conciertos se necesitan emitir una inmensa cantidad de CO2 a la atmósfera, aunque seguro que en este caso se trata de moléculas con sensibilidad y conciencia social. Por otro lado, estos conciertos producen montañas de basura que o bien se incineran o bien se tendrán que reciclar siendo muy complicado hacer cualquiera de las dos cosas sin emitir más CO2 a la atmósfera. Además, la gente se desplaza a estos eventos desde largas distancias y, aunque por fortuna sólo hay nueve de estos conciertos en el mundo, como la humanidad aún no ha logrado desarrollar el teletransporte que ayudaría a prescindir de la combustión de petróleo para tales efectos, la música comprometida no logrará reducir tanta emisión de dióxido de carbono.

Gore y su corte de tonadilleros de lujo son unos sacerdotes histriónicos que tratan de sepultar el debate científico y sacar tajada del miedo que meten en cuerpo ajeno. Menos mal que no todos los científicos se venden a las subvenciones públicas ni todos los músicos están dispuestos a hacer de comparsa por un fajo de cheques de las petroleras amigas de Kyoto. Arctic Monkeys ha sido quizá la voz más lúcida en este sentido. El batería de la banda declaró que sería un tanto hipócrita participar como banda de rock en el Live Earth cuando sólo las luces de un escenario gastan más electricidad que 10 casas. El colmo de la sinceridad y la sensatez lo exhibió el bajista al declarar que cómo iban ellos a participar en semejante evento si están siempre subiéndose o bajándose a algún avión. Esperemos que no dejen de hacerlo y que la gente joven sepa elegirles como antídoto a la hipocresía Gore del cambio climático.

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