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Fuera de la ley

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Apenas he variado mis hábitos, y mis vicios son más o menos los mismos de siempre, pero, de un tiempo a esta parte, muchas de las cosas que hacía de forma cotidiana se han ido situando fuera de la ley. No es que haya añadido perversidad a mis actos, sino que la expansión legislativa ha sido tal que cada vez son más los hechos cotidianos que han sido regulados y expulsados del orden moral que el Estado prescribe. Tampoco debería escribir en primera persona, el mío no es un caso excepcional, pues todos nos hemos visto afectados por igual sin discriminación aparente.

Los fumadores no pueden ya fumar a no ser que se protejan tras las paredes de sus casas; los padres de familia descubren que circulaban hasta ahora a una velocidad hoy multada; no se permite escribir topónimos de algunas regiones españolas en español; prestar y compartir música o películas es ilegal; ¡hasta se controla el peso de las modelos y se regula el tallaje! La lista es interminable y se anuncian nuevas leyes que amenazan con perseguir el pensamiento disonante de la corrección política.

Norma a norma, desde la administración local pasando por la nacional hasta la europea, se ha ido sustituyendo la costumbre y la autonomía de las personas para resolver sus problemas por una organización centralizada, coactiva y monopolística de la sociedad. De forma concienzuda, metódica y paulatina, vivimos un proceso burocratizador que convierte al hombre en un sujeto pasivo cuyo camino es marcado desde arriba. Sin libertad ni responsabilidad para tomar decisiones autónomas nos deshumanizan y nos condenan a vivir como autómatas dentro de la granja feliz que han diseñado para nosotros.

La igualdad de todos los ciudadanos bajo estas prohibiciones y regulaciones parece garantizada, pero por encima de estos se sitúan los éforos contemporáneos. Haciendo y deshaciendo con capacidad para situarse por encima de la ley, los políticos no solo tienen capacidad para regular la realidad sino que pueden transgredir las normas generales situándose por encima del bien y del mal. Sus privilegios se mantienen y los demás ciudadanos no tienen autoridad ni potestad para reclamar sus derechos. La fuerza es monopolio del Estado y éste se cuida mucho de que sus ciudadanos puedan estar armados mientras que la legitimidad de esos derechos se obtiene por el hecho de pertenecer a la comunidad política, eliminando cualquier posibilidad para reclamar derechos previos que no puedan ser cercenados por una decisión política.

¿Cortinas de humo? ¿Agenda política estratégica? Preguntas superficiales dado que mientras prevalezca la dictadura del positivismo todas las facetas de nuestras vidas serán susceptibles de ser reguladas por el bien común o nuestro propio bien, eso sí. Mientras tanto, quienes se empeñen en mantener sus proscritas costumbres se quedarán fuera de la ley, con todas las consecuencias que eso conlleva.

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