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Ricos, pero pobres

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Pero los recursos, por sí, no son en absoluto riqueza. Una tonelada de cobre no tiene ningún valor, si no la incorporamos a un proceso productivo; si no la engarzamos en el proceso general de creación de riqueza, y que consiste precisamente en disponer y conjugar bienes, servicios y recursos naturales de tal forma que sirvan nuestras necesidades. Por sí mismos no nos son de utilidad, no tienen valor alguno, y dependen del uso que hagamos de ellos. Sólo cuando son dirigidos a un propósito, insertos en una empresa, en un proyecto productivo encaminado a lograr un producto que nos sirva, es cuando adquieren valor.

De hecho, los países que han permitido la extensión de la riqueza en sus sociedades nada deben a haber contado con grandes masas de recursos naturales. Peter Bauer, en un breve artículo, recordaba que "la prosperidad sostenida le debe muy poco o nada a los recursos naturales; obsérvese, en el pasado, Holanda: gran parte de la misma ganada al mar en el siglo diecisiete; Venecia, un rico poder mundial construido sobre un lodazal; y ahora la Alemania Occidental, Suiza, Japón, Singapur, Hong Kong y Taiwán, por citar solo los ejemplos más obvios de países prósperos con poca tierra y pocos recursos naturales, pero evidentemente no escasos de recursos humanos". Por contraste, "en medio de una abundante tierra y vastos recursos naturales, los indios americanos precolombinos permanecían en la lipidia, sin ni siquiera tener animales domésticos o conocer la rueda, mientras que Europa, con mucha menos tierra, se había enriquecido y había desarrollado una cultura rica".

Es más, contar con un recurso que, bien utilizado, podría ser muy valioso, puede incluso resultar perjudicial. La riqueza sólo se crea cuando la sociedad se ha tropezado con instituciones que respetan y hacen respetar la vida, la propiedad y los contratos; cuando un ciudadano sabe perfectamente que ninguna decisión arbitraria le va a beneficiar o perjudicar, y que su prosperidad depende de esa combinación de esfuerzo personal y perspicacia para adelantar las necesidades sociales que siempre tiene premio en el mercado. Si una sociedad no ha logrado que impere el Derecho sobre la voluntad arbitraria de algunos, un gran pozo de petróleo o valiosas minas de un metal valioso puede incluso ser un obstáculo, ya que la tentación para ocupar y hacer del recurso una fuente de alimentación del propio gobierno es enorme. Y si los recursos del Estado no dependen de los impuestos desembolsados por la sociedad, sino de extraer un recurso de la tierra, la gente es menos necesaria para el poder. No tenemos más que observar, por ejemplo, que la elevación de los precios del petróleo ha avivado a los movimientos nacionalistas, de Iberoamérica a Rusia.

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