Skip to content

Dinero comodín

Compartir

Compartir en facebook
Compartir en linkedin
Compartir en twitter
Compartir en pinterest
Compartir en email

El dinero es, primero y sobretodo, un medio de comunicación que transmite la información que llamamos “precio”. El control gubernamental de la oferta monetaria es censura; una violación de la Primera Enmienda. La inflación es una mentira.

L. Neil Smith

Si acabar con la pobreza fuese cuestión de dinero, bastaría con imprimir papel para poder disponer de todos los bienes y servicios que a cada cual se le antojasen.

Todos los países, o mejor dicho, todos los gobiernos, por muy pobres que sean, disponen de un ente emisor de dinero. Está perfectamente aceptado internacionalmente que cada gobierno emita su propia divisa y que fije el valor de ésta con respecto a otra.

Si usted fuese el caudillo del país más pobre del mundo, llamémosle Pobrestán, nada le impediría emitir tantos Dólares Pobrestaníes como habitantes tuviese el país para después fijar el cambio en 1 Dólar Pobrestaní por 1.000 Dólares Americanos.

De hecho, podría hacer lo mismo el gobernante de un país rico para después donar ese dineral a los países pobres y adiós pobreza en el mundo, ¿no?

¿Cómo diablos no se le ha ocurrido a nadie? Tal vez sí que se le ha ocurrido a alguien y la cosa no resultó.

Lo que se necesita para erradicar la pobreza es poder adquisitivo. Pero éste no es equivalente al dinero. Los alemanes aprendieron a las malas a diferenciar estos dos conceptos cuando la hiperinflación destrozó su economía a principios de la década de 1920. Su banco central había emitido dinero a mansalva así que se llegó a la ridícula situación de que el conjunto de los alemanes tenía en sus manos más dinero que bienes y servicios se podían comprar en el país. Tan pronto como la gente se dio cuenta del timo, su confianza en el marco se desplomó de manera que para vender cualquier cosa el vendedor pedía muchísimos marcos (ya que uno sólo valía poco).

Es lo mismo que le sucedería a un cine con aforo para cien espectadores que vendiese quinientas entradas para una misma sesión. Tan pronto como la gente cayese en la cuenta de que el papelito ya no vale lo que está escrito en él, quien quisiera cambiarlo por otra cosa comprobaría la pérdida de su valor.

Hubo una época en que se usaba como dinero alguna mercancía que tenía valor por sí misma, como el oro o las vacas. Pero hoy en día, usamos dinero fiduciario; dinero cuyo valor depende de la fe que en él tengamos.

Este dinero fiduciario no es un comodín que pueda hacer las veces de cualquier bien que deseemos. El dinero fiduciario no es más que un título que representa bienes producidos pero no consumidos y servicios disponibles, es decir, representa riqueza consumible. Esto facilita los intercambios ya que llevar cincuenta euros en el billetero es más cómodo que llevar a cuestas su equivalente en sal o agua, por poner un ejemplo. Pero el hecho de que aumente la oferta de dinero no implica en absoluto que aumente la riqueza consumible. Es más, al reducirse el ratio entre la riqueza total y el dinero circulante, el valor de la divisa cae. Y eso sí que tiene un efecto sobre la riqueza disponible ya que con una divisa cuyo valor mengua, los precios de las mercancías suben sin que se haya alterado su oferta. Con lo cual se llega exactamente al resultado opuesto al que se deseaba, a saber: la mayor oferta de dinero acaba por disminuir el poder adquisitivo de sus tenedores. La razón es tan simple como que cada billete y moneda representa ahora menos riqueza que antes.

Es como pretender imitar el milagro de Jesús en las bodas de Canaan aguando el vino para así tener mayor cantidad. Y, en efecto, así se tendrá más vino pero de peor calidad. Y si uno se va de la mano con el agua el efecto total puede ser mucho peor.

Aún no hay comentarios, ¡añada su voz abajo!


Añadir un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Más artículos