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Emprendedores destructores

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La figura del emprendedor es tal vez la principal característica de la teoría económica austriaca. El emprendedor es el verdadero pivote sobre el que se sustenta toda la dinámica del mercado, el que hace que las distintas magnitudes económicas se "muevan" en el sentido que predicen los distintos teoremas.

No se olvide que la teoría económica austriaca se basa en la acción humana, y esta es necesaria para que se fijen precios, cantidades, tipos de interés y estructuras productivas. Pues bien, es el emprendedor, mediante su actuación, el que impulsa todo ello para que se adapten a las preferencias manifestadas por los individuos.

Lo que mueve al emprendedor es la posibilidad de obtener beneficios, sean monetarios o psíquicos, o una combinación de ambos. En un mercado no intervenido, la única forma de conseguir beneficios es la identificación de recursos infravalorados para, a continuación, ponerlos en valor mediante el proceso productivo adecuado (p. ej., mediante la combinación con otros factores). De esta forma, el emprendedor es capaz de retener para sí la diferencia de valor creada, en tanto otros emprendedores no le imiten de una u otra forma, y hagan que el valor de los recursos se actualice para reflejar el nuevo uso hallado.

Desafortunadamente para el emprendedor, el proceso está sujeto a incertidumbre. Esto hace que, en lugar de los deseados beneficios, su apuesta pueda dar lugar a pérdidas. En efecto, el emprendedor ha de acopiar los recursos que presume infravalorados antes de combinarlos y ponerlos a la venta en su nueva forma. Ello implica que ha de hacer un sacrificio de sus propiedades actuales, que podrá o no verse recompensando en el futuro. Si su apreciación era equivocada, sufrirá pérdidas, y en lugar de aumentar el valor de los recursos, lo habrá destruido.

Así pues, no todos los emprendedores son constructivos, los hay que también destruyen valor. Lo que ocurre es que en el mercado libre, los emprendedores destructores tienen sus días contados: conforme se van equivocando, su propiedad desaparece, así como el crédito que podían tener entre sus allegados, y eventualmente les es imposible seguir emprendiendo. Es la forma educada en que el mercado les dice que se han de dedicar a otra cosa. El "daño", por tanto, que un emprendedor destructor pueda hacer en el libre mercado está muy acotado; realmente, el principal perjudicado será él.

Me apresuro a aclarar que la calificación de "destructor" no se emplea con ningún matiz peyorativo. En el libre mercado, no hay ningún emprendedor que quiera ser destructor, solo lo es a posteriori. Y tanto respeto merece el que acierta como el que se equivoca, pues ambos pretendían legítimamente mejorar su posición mediante la mejora del bienestar de los demás individuos.

Sin embargo, la situación es completamente distinta cuando el mercado está intervenido. Recuérdese: lo que mueve al emprendedor es la posibilidad de obtener beneficios, no que se revaloricen los recursos. Esto último es la consecuencia lógica en un mercado libre.

En un mercado intervenido, el emprendedor también busca beneficios. Pero en este caso aparecen posibilidades inexistentes en el mercado libre, relacionadas con la regulación que imponen los gobiernos. El emprendedor no tiene (necesariamente) una perspectiva económica de la realidad: para él, es indistinto que la oportunidad venga de las preferencias de los individuos, o de las injerencias gubernamentales. No se plantea la diferencia, y trata de aprovecharla si la detecta.

Es más, puede ser activo y emprendedor en la generación de la regulación que precisa para obtener sus fines. Dicho de otra forma, puede que detecte oportunidades de negocio, no ya en la normativa existente, sino en la posibilidad de incentivar la creación de nueva normativa. Ejemplos los hay a patadas. Estoy seguro de que a muchos les sorprendería conocer el origen de muchas iniciativas del "regulador", hechas aparentemente con el fin de mejorar el bienestar de los ciudadanos.

¿No es una maravillosa oportunidad de negocio que todos los conductores estén obligados a llevar chalecos reflectantes en sus vehículos? ¿O que solo se pueda consumir alcohol en recintos cerrados? ¿O que solo haya un número determinado de farmacias por área? ¿O que solo puedan diseñar edificios los arquitectos titulados? ¿Qué decir de las limitaciones para instalar plantas fotovoltaicas?

Aquí tenemos otra instancia del emprendedor destructor, que detrae recursos hacia usos menos valorados por la sociedad. Pero, contrariamente a lo que ocurre en el mercado libre, este emprendedor destructor sí es capaz de obtener beneficios y mantenerse en el sistema. Por ello, su actuación es mucho más dañina para sus congéneres.

De todas formas, estas líneas no pretenden cargar contra este tipo de emprendedor destructor. No: los individuos emprendedores son una bendición para cualquier sociedad. Este tipo de personas va a emprender allá donde encuentren una oportunidad de hacerlo, y no se va a parar a mirar el origen de la misma. Lo importante es que toda su potencia como emprendedor se dirija allá donde es más útil para los demás individuos. Y esto solo ocurrirá en ausencia de intervención gubernamental que les proporcione oportunidades "destructivas".

Valga esto para contestar a todos los que piensan que en España no hay emprendedores. Sí los hay, y tan buenos como en el resto del mundo. Lo que pasa es que muchos de ellos son especialmente efectivos en generar y atrapar oportunidades de negocio procedentes de la regulación. Elimínense estas posibilidades, y esos mismos tipos que ahora denostamos se transformarán en inmensa fuente de riqueza para todos.

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