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Andaluces, levantaos

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El pasado domingo la izquierda empezó a atisbar que quizá la función va llegando a su fin.

Hijos de sindicalistas represaliados. Nietos de cruzados por la libertad de expresión. Herederos de los que se dejaron la vida por votar. Ellos y otros tantos llenaron ayer calles y plazas de lo que queda de España, clamando contra el fascismo, el machismo, el racismo y casi todos los -ismos que desde el dos de diciembre campan a sus anchas al otro lado de Sierra Morena, aterrorizando a las masas. En su batalla están dispuestos a todo para frenar el avance de la xenofobia y el totalitarismo, porque no tienen miedo de acabar con la intolerancia.

Resulta conmovedor, ¿verdad? A esa historia épica sólo le falta un detallito, aparentemente sin importancia para los medios de comunicación vendidos al mundialismo y lo políticamente correcto: los demócratas que ayer se manifestaron lo hicieron porque otros demócratas, ejerciendo sus derechos democráticos, eligieron democráticamente a un partido político que no gusta a los primeros. Suena complicado, pero así son las contradicciones de la izquierda. Nos hablan de defender a los trabajadores, pero están dispuestos a robarles hasta el último euro (por su bien, claro). Quieren convencernos de que les preocupa la censura pero su verdadero interés es ocupar el puesto de censor (por nuestro bien, claro). Hablan de que votar fue una conquista, pero sólo merece ser defendida si a quien se vota es de los suyos. Si no es así, será porque usted es un hombre blanco, heterosexual, católico, neoliberal, conductor de un diésel y que se ducha al menos una vez al día. O una mujer tan víctima del patriarcado y alienada por el sistema que no asume que otra mujer, Máster en Igualdad, debería decidir por usted. En resumen, sea usted él o ella, es la viva imagen de todo lo que debe ser erradicado.

La izquierda precisa, constantemente, tener una batalla que librar. Primero fue contra los patrones, seguidamente contra los burgueses y como última excusa el imperialismo. Una vez caído el muro de Berlín hacía falta abrazar otras causas -aun sabiéndolas perdidas- para seguir manteniendo la fiesta y justificando la propia existencia. Vino el ecologismo, el igualitarismo y otras hierbas y con ello demonizar hasta a sus votantes históricos. Igual al obrero que se levanta a las seis menos cuarto de la mañana y pasa hora y pico en el transporte público se le ha conquistado con la promesa de becas para sus hijos, el fin de las autonomías y la subida de las pensiones, como ha pasado con la ultraderecha. Quizás -y sólo quizás- no era buena idea tratar de obtener el voto de ese señor diciéndole que había que volar una cruz de hormigón de la Sierra de Guadarrama, ahogándolo a impuestos o demostrándole con “datos” que él (sí, él) era un violador en potencia. A la izquierda le ha durado casi un siglo la lucha de clases, y como el cuento ha llegado a su fin, debemos sufrir la lucha de identidades. Pero quizás la ama de casa de Sanlúcar no necesitaba un espacio seguro donde recibir un curso de deconstrucción de género. Posiblemente prefería que le quitasen el impuesto de sucesiones. Y ahí está su papeleta.

El debate en Andalucía no responde a criterios liberales, pues no es especialmente buena la irrupción de un partido colectivista, estatista y defensor del populismo fiscal. Pero, ¿es que el resto son mejores? Todos los términos que he venido usando son beligerantes porque ellos, los que dicen llenar plazas y echan espuma por la boca, están deseando el enfrentamiento y son elementos radicales que ya enseñaron sus fauces en el 15-M. Se relamen pensando en llevar la violencia a las calles, pues nunca han contemplado no poder gobernar. El mensaje que mandan manifestándose contra los resultados de unas elecciones (sí, de unas elecciones) es claro: dadnos lo que queremos por las urnas u os lo quitaremos en las calles.

La batalla que se va a librar en los próximos meses en España no es de liberales contra colectivistas ni de derechas contra izquierdas. No se basará en moderar presupuestos o debatir ideas, ni tan siquiera en admitir el debate. Será más sencilla: habrá que ver si la izquierda mantiene su hegemonía en lo público y sigue en su imparable conquista del Estado. El pasado domingo empezaron a atisbar que quizás la función va llegando a su fin. Y por eso, le recordaron a usted y a mí mismo, que no sabemos votar.

Veremos quién gana la partida. Y cuanta libertad perdemos por el camino.

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