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Cuenta atrás en las elecciones: comienza la campaña

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Acaba de empezar la campaña electoral. Todos los políticos se apresuraron a abrir sus barracas de feria y a contarnos dos cosas: el tirón de orejas que le van a dar al contrincante y lo bien que lo van a hacer. No lo van a hacer bien, lo van a hacer mejor. Mejores transportes, mejores carreteras, mejor sanidad. Dan ganas de votarles a todos.

Gracias a los medios digitales, los candidatos juegan con nuestra intención de voto primero, para jugar con nuestro dinero después, y crean sus propios personajes virtuales, se besan a la francesa públicamente para promover la libertad lingüística, o abren blogs para preguntar al ciudadano "dime qué quieres y te diré qué prometo".

Pero no hay que fiarse ni de las promesas de retirar los parquímetros de Miguel Sebastián, candidato a la alcaldía de Madrid (por otro lado nos sacarán los dineros), ni del "reencuentro" con el río Manzanares (financiado por nosotros y nuestros descendientes por los siglos de los siglos) de Alberto Ruíz-Gallardón candidato por el Partido Popular al mismo ayuntamiento.

Mientras que Enrique Gil Calvo, profesor de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid, considera la abstención como una imprudente irresponsabilidad y sus consecuencias un trágico error, no parece que las demás alternativas sean satisfactorias para el interés del votante individual.

En nuestro actual sistema político, un ciudadano responsable puede votar a un partido en concreto porque comparte sus principios, porque lo hace aunque solamente sea de manera parcial o porque el modelo de sociedad ofrecido por los demás partidos le parece algo a evitar a toda costa. Pero, tal y como también señala Gil Calvo, y en esto sí estoy de acuerdo, las democracias occidentales adolecen cada vez más de una crisis de representatividad, descrédito y homogeneidad de las alternativas ofrecidas por los políticos, que le pone muy difícil las cosas al elector responsable.

¿Qué pasa si nos decidimos a renovar este sistema tan desgastado, obsoleto y generador de más mal que bien, tan restrictivo de las libertades individuales?

Dice Dennis C. Mueller en su Public Choice III que en una sociedad con un orden político cerrado, un individuo siempre está en peligro de ser explotado o tiranizado por una mayoría o una minoría de sus conciudadanos. Su capacidad de elegir, en tales situaciones, se centra en pocas opciones: confiar continuamente en la protesta (la opción voz) con la esperanza de que el resultado cambie, buscar un espacio político migrando a otro lugar (opción salida) o crear un orden nuevo mediante una revolución, es decir, un cambio brusco, no gradual. Pero esta última opción es problemática en nuestro maravilloso mundo occidental.

De acuerdo con el análisis de la Escuela de la Elección Pública la participación de la sociedad en un cambio radical es menor para altas tasas de salario y para bajas tasas de incertidumbre respecto a la renta futura. Es decir, una ciudadanía acomodada es también acomodaticia y manifiesta su desidia mirando al techo en lugar de asumir su responsabilidad, pidiendo a otro (el político de turno) que le resuelva sus problemas y quejándose después, pero sin tomar medidas directas. Vivimos demasiado bien.

¿Es más responsable mantener este sistema corrupto, desacreditado y ficticio, donde la mentira reina y los grupos de poder y los gobernantes son cómplices que atentan contra el individuo? ¿Es un trágico error no someterse a él y manifestar el desacuerdo de raíz con esta trama?

Nos esperan días de grandes palabras, grandes mentiras, grandes manipulaciones y muy poca imaginación. Está en manos de los ciudadanos negarse ser súbditos para ser tratados como vecinos. No participar, no acudir a una cita, no colaborar en lo que uno cree que es injusto es una manera de opinar y también es una opción responsable; para mí, la única opción responsable.

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