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1917, la Revolución Económica

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Ninguna experiencia socialista se ha coronado con éxito. Si podemos sacar una enseñanza de lo que ocurrió hace cien años, es esa.

El socialismo tiene un elemento obvio, pero que por otro lado suele pasar por alto. Sus motivaciones, sus objetivos, sus medios son eminentemente económicos.

Digo esto porque muchas veces se acusa de economicismo a los críticos del socialismo, a los defensores de una economía libre. Y, sin embargo, los defensores de una sociedad libre, aunque hablan de las ventajas económicas, suelen destacar otros beneficios más abstractos de la libertad.

Y, sin embargo, como digo, el socialismo sí que es economicista. Intenten dar contenido a la palabra “justicia” pronunciada por un socialista y verán que de lo que está hablando siempre es de renta o dinero.

En el caso del comunismo, y del comunismo que triunfó en Rusia y que tiene a Marx como profeta, es que además filosóficamente es materialista. Hasta el punto de decir que es la materia la que determina nuestras ideas.

En cualquier caso, todo ello muestra que la cuestión económica es importante si queremos juzgar cuál fue la importancia de la Revolución Rusa, de la que se cumplen ahora cien años.

El crecimiento económico antes de la revolución

Y hablamos de revolución económica bolchevique, pero no podemos entenderla sin mirar someramente qué estaba ocurriendo en la economía rusa antes de 1917.

Tenemos que partir de que la extensión del imperio ruso había crecido 20.000 millas cuadradas al año desde el siglo XVII.

Y que durante el siglo XIX, la población rusa se cuadriplicó hasta alcanzar los 150 millones de personas, y no sólo por la expansión territorial. En 2014 eran 175 millones de almas.

Las reformas internas de Rusia han estado marcadas por guerras exteriores. Tras la Guerra de Crimea, que perdió Rusia, Alejandro II lleva a cabo la emancipación de los siervos en 1861. La medida libera a los siervos de realizar trabajos obligatorios para el señor, pero les obliga a pagar un precio por la tierra que se les otorga; como pagar una hipoteca. El asunto es aún más complicado, ya que el pago no se hacía de forma individual, sino por medio de la comuna (mir), lo que complicaba asignar exactamente cuánto había contribuido cada uno y cuanto debía aún. El resultado no fue convertir a los campesinos rusos en pequeños propietarios, sino reforzar la institución de las comunas, que pasaron a controlar la mayoría de la tierra desamortizada.

En la última década del siglo XIX, Sergei Witte introdujo varias reformas que contribuyeron a que la economía rusa se integrase con la mundial, que entonces estaba en pleno proceso de globalización. En 1894, firma un acuerdo comercial con Alemania. Dos años después, firma otro acuerdo con China. En 1896, introduce el patrón oro en Rusia, lo que permite una plena integración con la economía mundial, y en especial la entrada de capitales extranjeros, que él favoreció con su política.

Según el historiador Sean McMeekin, el crecimiento de Rusia durante los primeros años del siglo XX rondaba el 10 por ciento anual, con lo que podemos asimilar a Rusia con la China actual. Era una economía que importaba capital en grandes cantidades, y a la que emigraba un gran número de personas. Y es en aquella época cuando se construyó el tren transsiberiano.

Pyotr Stolypin

La emancipación de los siervos había permitido un aumento en la producción de alimentos, pero no había introducido una reforma de gran calado. La mayoría de la producción se destinaba al autoconsumo, o a la venta en mercados inmediatamente cercanos, no a la colaboración económica a media y larga distancia.

En 1906, Pyotr Stolypin introdujo una reforma cuyo objetivo era lograr lo que no había hecho la emancipación de los siervos: introducir un régimen de propiedad privada que hiciera al campo más feraz y creara una nueva clase social refractaria a la revolución. Los mir, por el contrario, eran un caldo de cultivo de protestas campesinas. Una vez más, esta reforma entra dentro de la Revolución de 1905, que siguió a la derrota en la guerra contra Japón.

Stolypin, entonces primer ministro, firmó un decreto que permitía a los campesinos reclamar para sí una parcela, en régimen de propiedad privada, y sacarlo por tanto de la comuna. Además se creó un banco que facilitaba el crédito necesario para adquirir la propiedad. La medida fue consolidada por el Parlamento, y ampliada años más tarde.

La Revolución bolchevique acabó con esta reforma, que de todos modos tuvo menos impacto del que habría podido. Entre 1906 y 1917 privatizaron sus parcelas un 15 por ciento de los hogares campesinos, de modo que doblaron la población de propietarios al 30 por ciento de los campesinos. Pero el enorme coste burocrático y, sobre todo, la presión de las comunas, hizo que al menos otro tanto fracasase en su intento de convertirse en propietario.

El alcance no fue el esperado, pero el efecto sí. La productividad del campo, que era en Rusia la mitad que en Alemania o Francia, creció de forma muy apreciable, lo que se manifestó en un espectacular aumento de las exportaciones.

“Dadle al Estado 30 años de paz, y a Rusia no habrá quien la reconozca”, dijo Stolypin, pero desde el inicio de sus reformas sólo tendría poco más de once.

El sentido de la revolución

Lo que querían los partidarios de la revolución era la paz con Alemania, el reparto de tierras, y el control de las fábricas por parte de los trabajadores.

Lo que hicieron los bolcheviques en el poder fue firmar una paz e iniciar otra guerra, ésta de carácter civil. Pusieron en marcha una guerra económica contra el campo, y convirtieron a los obreros en esclavos, en miembros de un ejército de trabajadores al servicio del régimen. Lenin, luego tendremos ocasión de mencionarlo, hablaba de la conscripción de los trabajadores.

La revolución, contrariamente a lo previsto por Marx, no comenzó con los obreros industriales. Tampoco por un imperio devorado por los nacionalismos, sino por las revueltas en el campo, que comenzaron en 1902. Pero la cruz del sistema político ruso fue el choque entre una sociedad nueva, a la que el crecimiento económico insuflaba vida y nuevas expectativas, y una monarquía absolutista desvinculada de esa sociedad y cuyo horizonte era volver al arcaizante ideal moscovita de un emperador autócrata.

La teoría de la revolución de Lenin

Lenin le da una vuelta al laissez faire lmarxista, reinterpretando la Crítica al programa de Gotha, de Marx, en su obra El Estado y la revolución. Y recoge que el alemán había previsto dos fases en el desarrollo del comunismo. Una primera de “transformación revolucionaria” a cargo de una “dictadura del proletariado”, a la que Lenin llama “socialismo”. La segunda fase es cuando esa dictadura ha roto todos los grilletes del capitalismo y ha impuesto finalmente el “comunismo”.

En la misma obra, acumula estadísticas con las que quería demostrar que en su país el capitalismo estaba ya lo suficientemente maduro como para corroborar sus tesis de abril, que asentaban la necesidad de hacer una revolución dentro de la revolución, que lleve a los bolcheviques al poder.

Y aún recurre a otro argumento. No se trata de Rusia, sino de una revolución global. Es el capitalismo internacional el que ha caído en crisis, por lo que la oportunidad para llevar a cabo la revolución es global; y, por tanto, también ha llegado para Rusia.

Para Lenin, la teoría socialista, la conciencia del proletariado, está por encima de todo lo demás, incluyendo por supuesto una mayoría social o incluso una mayoría dentro del movimiento obrero. Y el Partido es el agente de esa conciencia del proletariado. Esa conciencia es el combustible, y el partido el motor de la historia.

Pero la conciencia del proletariado es también un problema cuantitativo, por el número de proletarios. Los líderes soviéticos, una vez instaurado el gobierno bolchevique, se esforzaron, o forzaron a la sociedad, para crear una economía industrial que crease un gran número de trabajadores proletarios; es decir, que lo único que tuviesen fuera su prole, por un lado, y su vinculación con el Estado por vía de su trabajo, de otro.

Frente al súbdito ideal socialista, estaba la realidad del campesino, por el que el propio Marx había mostrado un abierto desprecio, pues necesariamente estaba inmerso en “la alienación individualista del propietario”.

Lenin no tenía ni idea de cómo era el funcionamiento del sistema capitalista, y pensaba que heredando sus grandes fábricas y llevando sobre ellas una labor de “contabilidad y control”, se podría manejar la economía.

Planificación socialista

El comunismo, y específicamente el ruso, vio el socialismo como planificación desde el principio. Plekhanov, en su Segundo borrador de programa, de 1887, proponía “La abolición de la actual producción de bienes” y “su sustitución por un nuevo sistema de producción según un plan prediseñado, con la vista puesta en la satisfacción de los requerimientos de la sociedad en su conjunto y de cada uno de sus miembros, dentro de los límites permitidos por la condición de las fuerzas productivas en un determinado momento”.

August Bebel, en su Mujer y socialismo (1910), dice: “Todo se realiza según los planes, de un modo ordenado, de modo que será fácil determinar las cantidades requeridas por la demanda. Cuando se gane alguna experiencia, todo funcionará con facilidad”. Y cuando conozcamos estadísticamente la producción de cada bien, “se puede establecer la cantidad media diaria de trabajo socialmente necesario”.

Kautsky, que era entonces el intelectual marxista líder, proponía en su Programa de Erfurt (1891), proponía acabar con la circulación de dinero y volver al trueque. Luego rectificaría.

Bujarin mencionaba que tenía que haber algún cálculo en especie, pero no llegó a explicar cómo. Tschayaroff definió unas “reglas para las cantidades marginales” empleadas, en función de las categorías de factores. Pero fue rechazado en favor de un cálculo, más ortodoxo, basado en el tiempo de trabajo.

Otto Neurath (De la economía de guerra la economía natural, 1919) llegó a la conclusión, tras observar la economía de guerra en Alemania, que el cálculo económico basado en precios monetarios era innecesario. Neurath imagina un centro de cálculo natural, que dirigiría la economía, pero él lo ve en términos de grandes decisiones industriales, sin ser consciente de la complejidad de los millones y millones de decisiones diarias que tendría que tomar un centro de planificación económica.

Lenin explica la intención de planificar

Hay un debate sobre el sentido del llamado “Comunismo de guerra”. Lenin le puso ese nombre al primer período de planificación económica para justificar en la guerra su enorme fracaso. Pero podemos ver, con citas del propio Lenin, que él nunca lo vio así, y que pensó desde antes de llegar al poder que lo que había que hacer es planificar.

En El Estado y la revolución (agosto de 1917): “Organizar toda la economía nacional como el servicio postal, todo bajo el control y el liderazgo de un proletariado armado; este es nuestro propósito inmediato. Este es el Estado y esta la fundación económica que necesitamos”.

En la misma obra vuelve a explicar cómo quiere organizar la economía, y muestra qué espera de ello: “Toda la sociedad se convertirá en una sola oficina y una sola fábrica, con igualdad de trabajo y de salario (…). Tenemos el derecho de decir, con la mayor de las confianzas, que la expropiación de los capitalistas resultará, inevitablemente, en un enorme desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad humana”.

En septiembre de 1917, en «La catástrofe y cómo impedirla» (Pravda): La necesidad de control “es indisputable, y está reconocida universalmente”, y ve la conscripción del trabajo como “un paso hacia la regulación de la vida económica como un todo según un plan general”. Y el Borrador del decreto de nacionalización de los bancos y de las medidas necesarias para su aplicación prevé: “Se introducirá una conscripción general del empleo”.

El «Informe político al Comité Central de 7 de marzo de 1918», dice: “La organización de la contabilidad, del control de grandes empresas; la transformación del conjunto del mecanismo económico del Estado en una única maquinaria, en un organismo económico que trabajará de modo que permita a centenares de millones de personas ser guiados por un plan único, ese es el enorme problema de organización que cae sobre nuestros hombros”.

En el artículo «Las tareas inmediatas del gobierno soviético» (Pravda, 28 de abril de 1918). La principal consiste en “el trabajo positivo, o constructivo, de poner en marcha un sistema delicado y extremadamente intrincado de una organización de relaciones que se extiendan a la producción y distribución planeadas de los bienes requeridos para la existencia de decenas de millones de personas”.

El 9 de mayo de 1918 crítica en Pravda el «Infantilismo izquierdista y la mentalidad pequeño burguesa». Y dice que “la diferencia entre la socialización y la simple confiscación es que la confiscación puede llevarse a cabo sólo con determinación, sin la capacidad de calcular y distribuir apropiadamente, mientras que la socialización no podría alcanzase sin esta capacidad”.

En la sección económica del «Borrador de programa para el Partido Comunista Ruso», el 26 de mayo de 1918, Lenin escribe: “En la esfera de la distribución, la labor del gobierno soviético consiste en continuar con la progresiva substitución del comercio por una distribución planificada y organizada de bienes, en todo el país”.

Dice prácticamente lo mismo (7 de noviembre de 1919) en el artículo de Pravda «Economía y política en la era de la dictadura del proletariado».

Resulta especialmente revelador su «Informe sobre el trabajo del Comité Ejecutivo Central panruso», de 2 de febrero de 1920. Dice en esta ocasión que aunque la guerra no ha terminado, “el principal problema se ha resuelto”, y éste consiste en que “el conjunto de la maquinaria estatal soviética, que está engranada a la guerra, puede cambiar y adaptarse para la construcción económica en época de paz. Y por si queda alguna duda, dice lo siguiente: El grano ha sido recolectado “por métodos socialistas, no capitalistas, por medio de una entrega obligatoria por parte de los campesinos a unos precios fijados, y no vendiéndolos en el libre mercado. Y por esta vía hemos encontrado el camino. Estamos seguros de que es el camino correcto y que nos permitirá alcanzar resultados que asegurarán una tremenda construcción económica”. Y todo ello por medio de la “conscripción laboral” y la creación de “ejércitos de trabajadores”.

Robert William Davies describe las ilusiones de los bolcheviques en estos términos: “Una economía planificada, controlada directamente por la comunidad, reemplazaría al mercado. El dinero, el medio para el intercambio en el mercado, dejaría de existir. En la primera fase del desarrollo post revolucionario, “socialista”. El producto social se distribuiría según la cantidad y calidad del trabajo hecho por cada individuo. Luego, la abundancia de la producción alcanzada por la economía planificada, permitiría la transición a la fase superior del “comunismo”, en la que la producción se distribuiría en función de las necesidades. Las clases, el Estado y todas las barreras nacionales, se desvanecerían”.

Las primeras medidas

Vamos a ver ahora qué decisiones tomaron, y por qué.

– La primera fue el 26 de octubre de 1917, con un decreto que suprime “toda propiedad privada territorial de inmediato y sin compensación”. Facultades ilimitadas al mir.

La medida se vio, en un principio, como la sanción de la práctica que se llevaba haciendo desde la revolución de febrero, la de redistribuir las tierras de los agricultores más ricos. Pero vino acompañada por la prohibición de comerciar con sus productos.

– El 15 de diciembre de 1917 se crea el VSNKh (El Consejo de Economía Estatal de Todas las Rusias) (Vesenjá). Esta decisión da al traste con la vieja idea de que sean los trabajadores los que tomen el control de las fábricas. Iba a ser el Estado, y ellos meros peones en su tablero de la economía.

– 27 de diciembre de 1917: Decreto de nacionalización de la banca. Nacionalización de todos los bancos privados y su fusión en un único banco estatal. Confiscación de las cámaras de seguridad. Confiscación del oro y otros metales preciosos. Confiscación de los beneficios.

– 5 de enero de 2018: Abolición de los pagos de dividendos.

– 27 de enero de 1918: Acabaron con todos los sindicatos libres en Rusia, y los convirtieron en un brazo del Estado, y por tanto del Estado.

– 9 de febrero de 1918: Socialización de la tierra. Declaran nulo el reconocimiento de la propiedad privada sobre la tierra, y decretan que será toda de carácter comunal.

– 22 de abril de 1918: Establece el monopolio sobre el comercio internacional.

– 1 de mayo de 1918: Abolición del derecho a la herencia.

-28 de junio de 1918: Nacionalización de las empresas industriales.

– 9 de mayo-4 de agosto de 1918: Imposición de un régimen de racionalización de la comida. Esta decisión es crucial. Llevan el socialismo hasta donde nadie antes, y muy pocos después, se han atrevido: a la producción y distribución de la comida.

– Ya en enero de 1919 los efectos del socialismo sobre la sociedad rusa son brutales, y Lenin quiere darle la vuelta con una nueva concepción del trabajo. Se trata del concepto “Trabajar para uno mismo”. Lenin busca fomentar la iniciativa personal, y lo hace fijando remuneraciones en función del entusiasmo volcado en el trabajo, y con castigos muy duros asociados a la desidia. En definitiva, se militariza el empleo y se dice que, puesto que ese trabajo se realiza en una sociedad socialista, cada empleado estaría, en realidad, trabajando para sí mismo.

– El mismo año, 1919, se aprueba el decreto sobre raciones, en el que se dice que los verdaderos comunistas son quienes trabajan más allá de la cuota fijada por la autoridad.

La socialización de la economía llevada a cabo por Lenin tiene cinco ejes

El primero es la adquisición coactiva de grano y comida a los campesinos, por parte del Estado y sus agentes, y con toda la fuerza represiva del nuevo Estado. Los campesinos no recibían nada, o muy poco, a cambio. Los beneficiarios de esa política eran los obreros industriales, los miembros del propio régimen, y el Ejército rojo. Una vez en las ciudades, el régimen distribuía la comida por medio de un sistema de racionamiento, por el cual otorgaba una cantidad mayor o menor de comida en función del empleo que tuviese el receptor. Por cierto, que los bolcheviques sobrestimaron, de largo, la capacidad de extracción de los kulaks, lo que Alec Nove llamó “interacción entre las circunstancias y las ideas”.

El segundo es la colectivización del campo. Antes de la revolución de octubre, tras la que se había producido en la primavera de aquél 1917, se produjo una redistribución en el campo. Los comunistas, en lugar de continuar con esta política de expolio y redistribución, intentaron llevar a término una gran colectivización. Pero se encontraron con una enorme resistencia.

El tercero es la nacionalización de todas las empresas industriales de cierto tamaño, más un gran número de pequeñas empresas.

El cuarto fue la conscripción del trabajo.

El quinto fue la inflación. El 1 de julio de 1914 había 1.530 millones de rublos, y el 1 de enero de 1921 había 1.168.597 millones de rublos. Pese al aumento del número de rublos, su capacidad adquisitiva había caído a 70 millones de rublos de antes de la guerra, porque los precios se habían multiplicado por 16.800 veces. Con el colapso de la moneda, la economía volvió al trueque

Resultados

El Estado le paga a los productores con papelitos sin valor, y éstos reaccionan desinvirtiendo en el ganado. En 1920, según Davies, el ganado bovino ha perdido la mitad de su peso. Y la superficie cultivada se ha reducido a un tercio.

Lenin advierte de que entregar sin contrapartida su producción en el agro es el único camino que pueden seguir los campesinos, pues Rusia necesita rehabilitar la industria, para luchar contra los enemigos exterior e interior. Y al Congreso de los Soviets advierte: “Esta tarea ha de resolverse por métodos militares absolutamente despiadado, suprimiendo absolutamente cualesquiera otros intereses”.

Por lo que se refiere a la producción de grano, se redujo en un tercio. El comercio internacional prácticamente desapareció.

Habían destruido el valor del dinero a base de inflación.

La gente huía de las ciudades, y se refugiaba en el campo. Moscú pasó de albergar 2 millones de almas (1917), a 800.000 (1920). Leningrado, de 2.416.000 (1917) a 722.000 (1920).

En 1921, la producción industrial era en torno al 13 por ciento de lo que era antes de la I Guerra Mundial. La fabricación de hierro y acero, a un 4 por ciento. Incluso la pequeña industria se habría reducido a menos de la mitad.

Afortunadamente, la aplicación del socialismo no fue tan eficaz como para controlar toda la economía, y se mantuvo una importante economía sumergida, que hizo que el recuento de millones de muertos por inanición fuese mucho menor. Se calcula que las familias, en las ciudades de provincias, recibían menos de la mitad de grano, harina y patatas procedentes del racionamiento.

El dato más escalofriante del efecto de la socialización de la economía lo ofrece el recuento demográfico. Desde el final de la guerra civil hasta 1926, la población pasa de 170 millones a 131 millones de personas. Es el efecto de la pura inanición. La producción de harina en 1918 no llega a los 13 gramos diarios por persona y día.

La American Relief Administration y otras organizaciones humanitarias salen al rescate de 14 millones de personas que, de otro modo, habrían perecido. Pero ni todos esos esfuerzos son capaces de sobreponerse a los brutales efectos del socialismo.

Reconoce el fracaso y propone la NEP

El 15 de marzo de 1920, cuando la economía burguesa se ha destruido casi por completo, Vladimir Lenin dice: “Admitamos con franqueza nuestra completa incapacidad para gestionar y para ser organizadores y administradores”. Y el papel del proletariado, a la vista de este fracaso, debe cambiar. Ahora el poder del proletariado no descansa en la construcción de una sociedad socialista, sino en el poder político sobre la burguesía, cuyo conocimiento técnico y de gestión maneja la economía.

El 22 de febrero de 1921, en el diario Pravda, escribe un artículo llamado «Un único plan económico», en el que dice que es evidente a estas alturas que organizar toda la economía en un único plan es utópico.

El 15 de marzo del mismo año, 1921, publica un «Informe sobre la sustitución del impuesto en especie por un sistema de apropiación del superávit» para el Décimo Congreso del Partido Comunista Ruso. Dice que los “soñadores” que defienden un plan único han sido útiles en la revolución, pero ahora son un incordio. Y no tienen en cuenta obstáculos contingentes, como la psicología de los campesinos. Lenin no menciona el fin de la guerra civil, sino el fracaso de la planificación. “Es incuestionable que fuimos más allá de lo que era teórica y políticamente necesario”. De modo que hay que permitir “cierta libertad de intercambio”. Hay que “permitir un intercambio local en gran medida libre”, lo cual fortalecerá al proletariado y permitirá un refuerzo político.

En el cuarto aniversario de la Revolución, el 18 de octubre de 1921, dice Lenin: “Esperábamos (o, quizás sería más sincero decir que presumíamos sin otorgarle una consideración adecuada) ser capaces de organizar la producción y la distribución al Estado de productos directamente sobre bases comunistas en un país de pequeños campesinos, tal como ordenaba el Estado proletario. La experiencia ha demostrado que estábamos equivocados”.

En noviembre de 1921 Lenin escribe La importancia del oro. Allí dice que desde la primavera de ese año han adoptado “un método reformista” para “revivir el comercio, la pequeña propiedad y el capitalismo”. Y hace la siguiente reflexión: “El mayor, y quizá el único peligro para el verdadero revolucionario es exagerar el carácter revolucionario, ignorando los límites y las condiciones en las que los métodos revolucionarios son apropiados y pueden emplearse con éxito. Los verdaderos revolucionarios se han convertido mayoritariamente en cosechadores cuando comenzaron a escribir revolución con una R mayúscula, a elevar la revolución a algo casi divino, a perder sus cabezas, a perder la capacidad para reflejar, para medir y determinar, de la manera más fría y desapasionada, en qué momento, bajo qué circunstancias y en qué esfera de acción debemos actuar de un modo revolucionario y en qué momento, bajo qué circunstancias y en qué esfera debemos volver a una acción reformista”.

La NEP

Todo el programa de planificación tiene como objetivo una industrialización acelerada. Y, sin embargo, la industria se desmorona por la substitución del sistema de precios por una gestión pública sin la guía de los precios, y sin ni siquiera la pretensión de atender las necesidades cambiantes de la sociedad. La corriente de alimentos dejó de llegar a las ciudades, que empezaron a conocer el hambre. Por eso, y porque no podían tener un acceso directo a la comida, fueron los obreros los primeros en recurrir a la huelga. Su protesta habría sido acallada por la Cheka sin más, si no se les hubiera sumado la base naval de Kronstadt, que era hasta entonces la vanguardia de la revolución. Este hecho “iluminó la realidad como un relámpago”, diría Lenin, quien impuso un cambio en la política económica.

En el Décimo Congreso del Partido Comunista, se decidió abrir la mano a la producción para el mercado, y substituir la rapiña por un impuesto.

Ese Congreso preveía que, por lo demás, la política de planificación sin dinero se mantendría. Pero Lenin reconoció que “el mercado privado ha demostrado ser más fuerte que nosotros”, y en pocos meses se puso en marcha la Nueva Política Económica.

El elemento axial de la NEP es precisamente que se permite a los campesinos vender una parte, aunque pequeña, de su producción.

Aunque se mantuvo la propiedad pública de las industrias, se indicó a sus gestores que actuasen atendiendo a las necesidades del mercado, y operando según el criterio de ganancias y pérdidas.

Se permitió a las empresas contratar y despedir trabajadores, y se les permitió a éstos a cambiar de empresa.

Se restituyó el sistema de salarios.

Y se volvió a la economía monetaria. Se acabaron las requisas sin medida, y se substituyeron por un impuesto en dinero. El valor de la moneda se estabilizó en 1924.

En sólo tres años, la superficie cultivada creció en más de un tercio, y la siembra se duplica durante 1922. En la industria, entre 1921 y 1926, las manufacturas de triplican

En 1927, o quizá en 1928, se restituyeron los niveles de producción industrial y agraria anteriores a la Guerra. Pero aunque el agro se recuperó en la producción, no lo hizo en su comercialización, que se hizo más local. Y no llegaba tanta comida a las ciudades.

El problema era el bajo precio oficial del grano, que hacía que los agricultores redujesen la producción, o la escondiesen para venderla en mercados no oficiales (economía sumergida). La carne, los huevos y otros productos apenas llegaban al Estado; se vendían en los mercados más locales. Si, por el contrario, subían mucho el precio del grano, los agricultores desviaban la producción al grano, en detrimento de otras producciones agrarias más industriales, como el azúcar, el lino, el algodón, etc.

El debate sobre la viabilidad del socialismo

En plena instauración del socialismo, en Viena, un economista austríaco escribió una demoledora crítica al socialismo. Su nombre es Ludwig von Mises.

Su crítica, escrita en 1920 (Cálculo económico en una república socialista), va dirigida exactamente contra el tipo de economía que quería imponer Lenin, una economía en la que “la producción de bienes es res extra commercium” y la decisión sobre qué se produce, cómo y para quién, recae en el Estado.

Mises decía que en una economía planificada está destinada a funcionar muy mal, y se plantea el caso más favorable al socialismo, que es una situación en la que sí hay un mercado de bienes de consumo, pero los planificadores deciden sobre el destino de los factores de producción.

Aun así, dice Mises, los planificadores estarían ciegos a la hora de decidir cómo producir, porque cada bien se puede producir con multitud de combinaciones diferentes de factores, y sin precios para esos factores es imposible tomar decisiones racionales sobre cómo combinarlos para cada uno de los bienes que se producen.

En una economía de mercado, cada productor sabe que si quiere utilizar un recurso, tiene que pagar un coste. El coste es el valor de detraerlo de otros posibles usos. El empresario ve, de este modo, si utilizarlo para su proyecto de producción es económicamente rentable (es decir, si genera un valor que supere los costes) o no. Esto no ocurre en una economía socialista.

Mises dice que en una economía de mercado hay “un tipo de división intelectual del trabajo, que no sería posible sin un sistema de cálculo del valor de la producción”:

La crítica de Mises al socialismo generó un vivo debate. De todos los que respondieron al economista, el que ofreció la réplica más celebrada fue Oscar Lange (On the economic theory of socialism: Part one, Review of economic studies, 1936). El argumento de Lange, que intelectualmente es chocante, es el siguiente:

El problema económico es una cuestión de elección entre diferentes alternativas. Para solucionarlo, necesitamos tres datos: 1) Una escala de preferencias. 2) El conocimiento de los términos en los que se ofrecen las alternativas. 3) Por último, el conocimiento de la cantidad de recursos disponibles”. Y dice: “Una vez que estén dados estos datos, el problema se puede solucionar.

Lo cual es equivalente a decir: supongamos que el problema está resuelto. Si el problema está resuelto, entonces podemos decir que el problema se puede resolver. Porque precisamente esa es la cuestión: que no tenemos conocimiento ni de las preferencias de los consumidores en cada momento, ni del coste de producirlos, ni de la cantidad de cada uno de ellos. Hayek remataría la crítica a Lange haciendo ver que el mercado es un proceso de descubrimiento de la información.

El mismo Oscar Lange no sabe cómo solucionar el problema. Que no es aplicar una fórmula sobre unos datos conocidos, sino cómo conseguir esa información. Entonces, Lange se atreve a hacer una propuesta: bastará con que los responsables de cada fábrica pujen por los recursos. Es decir, que emulen al mercado en su comportamiento competitivo. Pero, por un lado, uno se pregunta por qué querría nadie replicar al mercado con una mala copia, y con un resultado peor. Y por otro, Ludwig von Mises le asestaría una crítica definitiva al decirle (Human Action, 1949) que se enfrenta, entonces, con un problema esencial. Que no es ya la información, sino los incentivos. Dice Mises que no se puede jugar a especular, a buscar una forma de producción económica y a buscar también un producto que sirva necesidades urgentes de la sociedad. Para que los actores sigan un comportamiento económico tiene que haber un incentivo; un incentivo correcto. El libre mercado lo tiene, y el propio Mises, en otro artículo titulado «Beneficios y pérdidas», lo detalla maravillosamente. Pero este elemento está ausente en una economía socialista.

De modo que aquí tenemos las dos principales críticas a la planificación socialista: la información y los incentivos. El economista ruso Boris Brutzkus también unió estas dos críticas. Él, en su libro Planificación económica en la Rusia soviética, observó que en el sistema capitalista los empresarios se aseguran, en la medida de sus posibilidades, de que los precios de venta cubran los costes de producción. “Esta evaluación tiene lugar en virtud de un proceso espontáneo, los resultados del cual serán tomados por los empresarios como datos”.

En el sistema socialista, esta necesidad de realizar un cálculo económico no desaparecerá, como decía Bebel, sino que por el contrario será más necesaria. El motivo es el siguiente: “El empresario capitalista puede, si quiere, no guardar una contabilidad. Peor para él. Si desperdicia las fuerzas de producción, pagará por su insensatez con su fortuna y con su posición social. Eso no ocurre con la sociedad socialista. Si se lleva a cabo un proyecto a gran escala sin la asistencia de un cálculo adecuado, su gestor podría llevar, sin embargo, una vida sin problemas, no importa cuál grave haya sido el desperdicio de los medios de producción de la sociedad”.

En una economía socialista, “no hay una conexión directa entre la productividad de un proyecto y la provisión de fondos para su continuación”, y no puede haberlo, pues no hay ninguna medida de valor. Y concluye: “Este estado de cosas lleva necesariamente al sistema económico a la catástrofe, y la catástrofe ya ha llegado”.

En definitiva, la aplicación más pura que se ha realizado del socialismo resultó ser un fracaso, si es que su objetivo fuera mejorar la calidad de vida de los ciudadanos. La revolución económica bolchevique trajo la miseria y la muerte a millones de personas, y luego serían muchas más.

Ninguna experiencia socialista, y esto cabe decirlo con más seguridad cuanto más responda a ese nombre, se ha coronado con éxito. Si podemos sacar una enseñanza de lo que ocurrió hace cien años, es esa.

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