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Botsuana y el “pensamiento Disney”

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Dentro del malestar generalizado en España, que se ha diluido tras las famosas once palabras del Rey consideradas como la primera petición de perdón por su parte, destacaron todos aquellos que se sintieron ofendidos por el hecho de que Juan Carlos I fuera a Botsuana a cazar elefantes. Para muchos no resultaba grave que el Jefe del Estado fuera a disfrutar del safari mientras España pasa por una situación económica crítica. Tampoco mostraron especial enfado por la inicial falta de información sobre cómo se pagó la aventura africana del inquilino de la Zarzuela. Y este no es tema menor. Si hubiera sido con dinero público, malo. Se hubiera tratado de un derroche injustificado, especialmente en época de vacas flacas. Pero no, fue un regalo de un rico empresario sirio-saudí. Aquí queda una pregunta inquietante. ¿A cambio de qué tuvo el millonario árabe ese gesto de generosidad? Cuesta pensar que no buscara nada a cambio, y si había algún interés este no sería ajeno a la capacidad de influencia política del agasajado.

Sin embargo, nada de eso parecía especialmente inquietante o grave a quienes se mostraron indignados por las actividades cinegéticas de Juan Carlos I. Vaya por delante que quien esto escribe no ve ninguna gracia a eso de disparar sobre animales. Al contrario, la caza le parece una afición difícil de comprender y hasta con un toque primitivo. Pero de ahí a que deba convertirse en una cuestión de Estado, va un trecho muy largo.

Da igual que el Rey de España fuera a cazar elefantes o los gamusinos que tantos niños infructuosamente han tratado de cazar en todo tipo de campamentos de verano. De hecho, el viaje sería merecedor de la misma indignación si su actividad central hubiera sido fotografiar la variada fauna africana. Quienes se ofenden por la muerte de elefantes a manos del Rey prefieren obviar el hecho de que esta afición de millonarios de otras partes del mundo (no sólo occidentales) supone en buena medida una importante fuente de ingresos y de carne para la población local. Pero eso también es lo de menos a la hora de valorar que algunos lo consideren digno de condena.

La indignación de los amantes de los elefantes denota la extensión de un modo de pensar equivocado y demasiado extendido en la actualidad: la equiparación entre animales y ser humano. Por mucho que a uno le guste la naturaleza, un paquidermo o un cérvido, por poner dos ejemplos, jamás serán equivalentes a las personas. Se ha extendido un "pensamiento Disney" por el cual muchos ven en cada elefante al padre de Dumbo y en cada ciervo a la madre de Bambi, cuando no a ambas crías. Y, además, como en las películas de dibujos animados, les dotan de unas características propias del ser humano que no pueden tener.

Y no nos equivoquemos: cuando se humaniza a los animales, se termina deshumanizando a las personas. La equiparación no sólo eleva la dignidad del elefante, el ciervo o el perro; reduce la de los seres humanos. Por mucho que gusten los animales y se prefiera verlos vivos, cuando se habla de personas, aquellos deben pasar a un lugar secundario. Así que, tengamos claro que el Rey no mató al padre de Dumbo, y si lo hizo, ahí no está el problema. Los motivos por los que el asunto del viaje es grave son otros. El "pensamiento Disney" tan sólo sirve para desviar la atención de lo realmente importante.

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