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Causalidad y complejidad: limitaciones del análisis empírico en economía

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El problema de la causalidad en economía es uno de los más relevantes de la disciplina. Este problema se revela fundamental en los análisis históricos, cuando se trata de poner en relación un fenómeno acontecido (e.g. una subida brusca en los precios del petróleo), con las causas que lo generaron (e.g. escasez de oferta, aumento en la demanda, expansión del crédito, etc.).

Como ciencia social, el objetivo de la economía es explicar los resultados de mercado (a nivel social) de la acción humana (a nivel individual), que a pesar de ser intencional, genera resultados agregados no intencionados e incluso inesperados.

La teoría económica deberá explicar, por ejemplo, cómo y por qué surge el dinero (un determinado bien que sirve como medio de intercambio y depósito de valor) como un resultado no deliberado de las acciones individuales de una infinidad de personas. Un proceso evolutivo a través de la prueba y el error, mediante el cual los individuos involucrados persiguen superar los obstáculos a la división del trabajo que genera el trueque, buscando para ello distintos bienes que cumplan las funciones deseadas.

O también deberá tratar de explicar cómo en determinadas condiciones se pueden coordinar dinámicamente los planes de millones de individuos en contextos de acumulación de capital e innovación (crecimiento económico), y qué ocurre cuando el Estado interfiere y cambia las condiciones, manipulando el dinero y el crédito o el sistema de precios de mercado.

Así, es lógico que surjan problemas a la hora de identificar la causalidad, debido principalmente a que el objeto de estudio (la sociedad) de la economía está en constante cambio y suceden infinidad de fenómenos (producidos por esas acciones individuales) simultáneamente.

Los economistas han tratado de escapar a estas dificultades introduciendo la cláusula ceteris paribus, por la cual se permite analizar la relación entre dos fenómenos (e.g. aumento de la demanda y aumento de los precios), aislando el problema y manteniendo todo lo demás constante. Sin embargo, en la realidad todo cambia al mismo tiempo, por lo que puede haber correlaciones entre distintas variables 1) sin que exista ninguna relación de causalidad entre ellas, 2) que esa relación sea engañosa (¿quién se atrevería a concluir que el nacimiento de niños y su supervivencia en un país africano pobre sea algo negativo, como lo manifestaría el indicador de la renta per cápita?) o 3) que la relación empírica sea la opuesta a la teórica (un descenso en la demanda de petróleo puede acompañar a un aumento en su precio por cambios en la oferta).

La profesión económica mayoritaria en la actualidad parece abrazar con demasiada ingenuidad los métodos estadísticos y econométricos (donde se aúnan los modelos económicos, la matemática y la estadística), en parte porque el objeto de estudio y sus características se ven desde diferentes perspectivas a las que aludíamos más arriba.

De hecho, si uno lee y compara trabajos de autores de escuelas diferentes, incluso podría llegar a pensar que se trata de disciplinas diferentes. Para la línea dominante, la ciencia económica es predominantemente cuantitativa y matemáticamente formalizable (uno de los lemas de la Universidad de Chicago es que "cuando no puedes medir… tu conocimiento es escaso e insatisfactorio"), confía excesivamente en datos macroagregados cuyo significado real y validez es muy discutible (IPC, PIB…), hiper-simplifica ciertos aspectos de la realidad y soslaya otros fundamentales como las implicaciones del paso del tiempo económico y la incertidumbre auténtica, su método aspira a la predicción a costa de la irrealidad de los supuestos e hipótesis, etc. etc. Todas características éstas que poco tienen que ver con el enfoque dinámico y subjetivista de los teóricos que comparten la tradición austriaca.

De esta manera se priman sobre los estudios teóricos y verbales, los análisis estadísticos y econométricos para explicar la realidad, no solo histórica, sino también para predecir el futuro. Se piensa así que un modelo que dé buenos resultados, cuyas regresiones tengan buenos coeficientes, etc. explicará mejor la relación entre varias variables y podrá falsar las teorías existentes hasta la fecha. En otras palabras, que la estadística puede, y de hecho es la única forma, de refutar teorías económicas.

No obstante, además de esta línea mayoritaria, existen algunos economistas, entre los que destacan los austriacos, pero también otros teóricos como, entre otros, Nassim Taleb, que se muestran escépticos de los análisis estadísticos y econométricos como única forma de explicar fenómenos históricos. Entre las muchas razones que existen para este escepticismo, una de ellas, como comentábamos anteriormente, se refiere a la simultaneidad de múltiples cambios que caracteriza a un orden complejo como la sociedad.

Por otro lado, este tipo de técnicas poco pueden decir acerca de las relaciones de causalidad entre distintos fenómenos; tan solo informan sobre correlaciones empíricas (históricas) que se han dado en un tiempo y lugar concretos. Así, acercarse a la compleja realidad mediante la utilización de modelos abstractos con unas pocas variables, todo ello pasado por el filtro del analista, es una vía muy limitada.

No en vano, algunos utilizan el término faith-based econometrics para referirse al uso que se le da a esta materia en el análisis económico, en el sentido de que las conclusiones sacadas de complejos análisis econométricos suelen coincidir con las hipótesis y visión del autor que lo realiza, con lo que no se hace más que reforzar los sesgos e ideas que ya se tenían. En este sentido, Russ Roberts afirma que "El trabajo empírico no mejora nuestra comprensión de lo que sucede". El mismo Roberts reta a sus lectores a que le ofrezcan un solo ejemplo de estudio econométrico que haya conseguido cierto consenso en la profesión, haciendo cambiar de opinión a quienes pensaban de otra manera.

Además, en ocasiones los datos disponibles pueden mostrar una realidad distorsionada, siendo necesario plantearse la validez de éstos antes de proceder cualquier estudio. Esta carencia es una de las causas por las que todavía se piensa que la II Guerra Mundial sacó a EE.UU. de la Gran Depresión, algo que, tal y como argumenta Robert Higgs, es totalmente falso. Sin duda, otra de las causas de ese error sería un marco teórico keynesiano.

Por todo esto, en cualquier análisis económico no puede dejarse de lado la teoría y las relaciones causales que ésta establece. Ésta debería servirnos de guía para el análisis empírico, y éste último como forma de garantizarnos un feedback acerca de la adecuación y posible aplicación de la teoría. Los datos y análisis cuantitativos que identifiquemos deberían poder ser explicados por esta teoría, ya que, de otro modo, sería como dar palos de ciego, y a lo sumo se llegaría a ver el árbol, pero no el bosque, con su natural complejidad y matices.

La dificultad en identificar el sentido y origen de la causalidad se manifiesta particularmente en la explicación de las causas de las crisis económicas, y las razones de su salida. ¿Fue el New Deal positivo o negativo para la recuperación? ¿Y la Segunda Guerra Mundial? ¿Cuál fue la causa principal de la estanflación de los 70: la expansión de crédito anterior o la "crisis del petróleo"? En la actual crisis, ¿han jugado un papel más importante las intervenciones sobre el sector inmobiliario o los desmanes monetarios? ¿Están funcionando los planes de estímulo fiscales y monetarios?

En todas estas preguntas, el consenso no existe. Los "hechos por sí mismos" o la "realidad económica despojada de subjetividad" valen poco, en caso de que sean cognoscibles, porque la información que contienen, al igual que los precios, debe ser interpretada. De los mismos datos se sacan conclusiones opuestas o unos datos son enfatizados por unos y escondidos por otros. Y al final, el inclinarse por una interpretación o por otra depende de la teoría que se maneje y la visión del mundo que se tenga.

Por eso, de momento, el consenso sobre los acontecimientos económicos es una quimera. Quizás sería demasiado optimista esperar que en esta crisis la "interpretación oficial" no se decante por la keynesiana-intervencionista.

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