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Censura estatal y de mercado

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La suspensión de las cuentas de Donald Trump de Twitter y Facebook ha reavivado debates acerca de la censura. De este caso destaquemos lo siguiente:

(1) Trump difícilmente pueda ser culpado por incitación a la violencia (1).
(2) Las censuras de las Big Tech y muchos de los comentarios de apoyo a tales censuras pecan de incoherencia. A menudo se invocan valores liberales a modo de justificación, a la vez que se deja el libre curso a voces no liberales (2).
(3) Estas redes se han beneficiado de tenerlo a Trump como usuario, para luego suspenderlo cuando sabían que no iba a ser reelecto (3).
(4) No obstante ello, ninguna empresa está obligada a publicar o difundir un contenido determinado. La selección de unos contenidos siempre supone el descarte de otros (4).

J. S. Mill y la tradición estadounidense

El consenso general es que los Estados Unidos, con su Primera Enmienda y subsiguiente jurisprudencia, es la nación con mayor libertad de expresión (5). La tradición de libre expresión estadounidense está ligada a las ideas de J. S. Mill. En consonancia con las ideas de este pensador, diremos que esa tradición representa la vía a seguir. Debemos insistir en evitar la mano censuradora del Estado. Pero también hemos de comprender que la “censura” que aplica el libre mercado no es ninguna panacea.

En On Liberty, Mill argumentó sólidamente a favor de la libertad de expresión. En los primeros capítulos, Mill defiende la libre expresión de cualquier doctrina, sin importar cuán inmoral se la considere. La excepción a esta libertad es la “instigación positiva” directa a un acto dañoso inmediato. Para ilustrarla, Mill brinda un famoso ejemplo. En él, propone que la opinión de que los comerciantes de maíz hambrean a los pobres, o que la propiedad privada es robo, debería poder circular libremente en la prensa, pero es merecedora de castigo si es proclamada ante una turba enardecida frente a la casa de un comerciante de maíz (6).

Por otro lado, Mill sugiere una correlación directa entre más libertad de expresión y mayor consecución de la verdad. Intuitivamente, esto parece cierto, pero veamos algunos problemas con los que se puede enfrentar esta proposición.

El libre mercado no promueve la expresión de las mejores ideas

No recuerdo si fue Bertrand Russell el que alguna vez dijo que cuando se topaba con un artículo periodístico sobre su especialidad –matemáticas-, solía encontrar toda suerte de inexactitudes y falsedades, y que, por extrapolación, asumía que era probable que en los artículos sobre todos los demás temas en los que él no era experto también hubiera similar proporción de inexactitudes y falsedades. Al menos, sí dijo que no debería culparse a la prensa por su mala calidad, ya que es el público el que exige una prensa de mala calidad (7). 

La chanza de Russell ilustra una dificultad de la afirmación de Mill sobre la relación de la verdad con la libertad de expresión. Por un lado, cabe considerar cómo el sensacionalismo vende. Las ganancias que supone el impacto inmediato de una publicación pueden desplazar otras publicaciones valiosas (8). Por otro lado, un gran holding puede tener una o dos empresas exitosas que actúen como locomotoras comerciales, remolcando a otros canales comercialmente deficientes que se utilizan para difundir ideas marginales no representativas de la elección directa del mercado (9).

Lo que solemos ver y escuchar en los medios de comunicación masivos y redes sociales refleja los cánceres que padece la política de nuestro tiempo: el fanatismo y la intolerancia por un lado, y la cultura de la cancelación y la autocensura por otro. Los fanatismos más tradicionales se basan en la simple pertenencia a un colectivo. La procura constante de la corrección política también desemboca en fanatismo mediante la identificación de pertenencias a diversos colectivos (al punto que el lenguaje rápidamente alinea a las personas en grupos o facciones políticas). Desgraciadamente, nos hemos acostumbrado a la aplicación de eufemismos tales como “discurso de odio” (hate speech), “bulo” (fake news), “desinformación” (misinformation), que casi siempre hacen las veces de meros ataques de descrédito sin argumentación que los sustenten.

La “censura” ejercida por la supervivencia del más apto en el libre mercado no nos salvaguarda de la tendencia a la sobresimplificación que suele llegar al punto de la tergiversación. El pensamiento crítico no es una empresa sencilla, y la abstracción es elusiva para la mayoría de los consumidores de medios y redes de comunicación. Este tipo de censura supuestamente deseable también suele ser lento para desenmarañar las prácticas engañosas o moralmente cuestionables que pueden darse de manera abusiva desde posiciones mediáticas dominantes.

¿Qué alternativa nos queda?

¿Hemos de resignarnos a la mediocridad imperante del debate público y a la habitual pobreza del intercambio de ideas? Sí y no.

Sí, porque no debemos pretender cambiar más de lo que podemos. La imposición de un modelo intervencionista a gran escala con la intención de garantizar libertades -pensemos en cláusulas, multas, otorgamiento de licencias, y demás burocracias estatales-, acaba teniendo el resultado opuesto. La diferencia entre la censura que pueden aplicar agentes privados y la censura impuesta desde el Estado es de capital importancia. No es lo mismo el caso de Trump con Facebook y Twitter, o el de la suspensión de Talk Radio en YouTube en el Reino Unido (10), que las regulaciones a internet del gobierno turco (11), o el tristísimo caso de Hong Kong y su cercenada libertad de expresión (12).

Y no, porque si atemperamos nuestras ambiciones, cada uno de nosotros podemos adoptar una actitud proactiva que se desarrolla en tres pasos:

1. Desconfiar. La desconfianza es la sana duda que debemos aplicar a cada cosa que leemos o escuchamos. En la comunicación mediática nos guiamos en cierta medida por indicios, pero más aún debemos procurar identificar contradicciones en los discursos.
2. Investigar. El análisis de cualquier proposición o argumento a menudo nos exige profundizar en el tema y acudir a otras fuentes. Los límites de tiempo, dinero y energía que cada individuo tiene condicionan este paso.
3. Producir. Declamar, publicar, denunciar, o simplemente replicar, luego de haber transitado los pasos anteriores.

El episodio de Trump con las redes sociales ha servido para que muchos vean más claramente los hilos y las hilachas de las Big Tech. Pero también ha vuelto a poner en el tapete el tema de la censura y nos ha refrescado las reglas de juego y los límites de la libertad de expresión. Es siempre preferible que el experto acalle a los charlatanes mediante argumentos en un foro libre, que con burdas apelaciones a la autoridad apalancadas en el colectivo de turno. A riesgo de exponernos a la expresión de una nueva barrabasada, aunque más no sea por principio, es mejor optar por sumar una voz más al debate de ideas. En palabras del propio Mill, “Si toda la humanidad menos una persona fuera de una misma opinión y sólo una persona fuera de opinión contraria, la humanidad no tendría más justificación de acallar a esa persona que la que tendría esa persona, si tuviera el poder, de acallar a la humanidad» (13).

Notas

(1) La jurisprudencia estadounidense previene los abusos de la apelación al argumento de incitación a la violencia (acción criminal inminente, [imminent lawless action]).

(2) Ejemplo de argumentación a favor del acallamiento de Trump invocando valores liberales: “Additionally, incitement to violence is a criminal offence in all liberal democratic orders.” “Yet, in all liberal democracies – even the United States which has the strongest free speech protection in the world – free speech has limits.” Cuentas de Twitter y Facebook de: Partido Comunista Chino (Twitter, Facebook) (que bloquea estos servicios en su país), Nicolás Maduro (Twitter, Facebook), Recep Tayyip Erdoğan (Twitter, Facebook).

(3) Ver: https://www.infobae.com/america/tecno/2021/01/16/borja-adsuara-hasta-que…

(4) La primera enmienda no se aplica a empresas privadas. Alberto Benegas Lynch (h) sostiene que “Cada medio o plataforma digital decide con su propiedad lo que piensa es mejor sin que nadie pueda torcer por la fuerza su decisión». Y aquí la persuasiva sugerencia de Fernando Herrera de no interpretar el posible triunfo de Twitter como una falla de mercado.

(5) Un ejemplo de la diferencia en este sentido entre la UE y Estados Unidos.

(6) John Stuart Mill, On Liberty, (1859), p. 104.

(7) Bertrand Russell, Education and the Social Order, (1932), p,138.

(8) Así lo sugiere André Schiffrin respecto de los libros en The Business of Books.

(9) https://journals.openedition.org/lisa/5246, párrafo 17.

(10) https://www.engadget.com/youtube-closes-down-talkradio-channel-153058823…

(11) https://www.hrw.org/news/2020/12/19/turkey-youtube-precedent-threatens-f…

(12) https://www.dw.com/en/opinion-twitters-trump-ban-is-no-chinese-style-cen…

(13) John Stuart Mill, On Liberty, (1859), p. 30. “If all mankind minus one, were of one opinion, and only one person were of the contrary opinion, mankind would be no more justified in silencing that one person, than he, if he had the power, would be justified in silencing mankind”

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