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Ciencia sin cerebro

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Ya en el año 2003 un estudio, pagado generosamente por el republicano gobierno federal de los Estados Unidos, aseguraba, entre otras cosas, que los progresistas parecen tolerar mejor los cambios que los conservadores. Va en el nombre. La cerrilidad de la derecha frente a la flexibilidad de la izquierda, la laxitud de la progresía elevada a virtud por la gracia de la justicia social y la discriminación positiva, ahora, sancionada científicamente.

Los autores bucearon, previa selección, en cincuenta años de estudios sobre la psicología del conservadurismo, para concluir que la resistencia al cambio y la tolerancia a la desigualdad están en el meollo de la personalidad conservadora. Personalidad que se complementa con una desmedida aversión a la ambigüedad y a la incertidumbre, lo que conduce, sin descartar otras patologías, a un maniqueísmo indisimulado, que encontraría su mejor ejemplo, cómo no, en un Bush empeñado en bombardear Irak. Era el año 2003.

Por si la intención del estudio no quedaba suficientemente clara, sirva esta perla como traca final:

Hitler, Mussolini y el ex presidente Ronald Reagan eran individuos, pero todos eran conservadores de derechas porque predicaban el retorno a un pasado idealizado y de alguna forma aprobaban la desigualdad.

Una basura intelectual con la que perfectamente podríamos concluir que el presidente del Gobierno español es un criptofacha por, todo en uno, su desmedido interés por la memoria histórico-selectiva. Al fin y al cabo si se puede comparar el racismo genocida de Hitler con la idea de la desigualdad que pudiera albergar Reagan, todo es posible. Fascismo y liberalismo de la mano, fundidos por el determinismo que, según convenga, tanto repele a la progresía dentro y fuera de la academia. Nada nuevo: es sabido que la superioridad moral de la izquierda es una de sus características universales y casi siempre pasa por ver a todos los demás como borregos mal intencionados. Hay que emborronar el espectro político para que fuera de su círculo solo haya espacio para la intolerancia, para el involucionismo.

Ahora, un nuevo estudio, pretende ahondar en estas ideas, esta vez con instrumentos más precisos que permitirían asentar sus conclusiones sobre bases más sólidas, neuronales. Veremos. Concretamente se trata de establecer un correlación entre la ideología del participante y el óptimo funcionamiento de su cortex cingulado anterior (CCA). Es esta, el CCA, una región del cerebro entre cuyas tareas podría encontrarse la supervisión de los conflictos (SdC) en el procesamiento de la "información" acarreada por estímulos novedosos, tales como los que plantean los investigadores. La misión del CCA sería poco menos que la de mantener a raya tales conflictos de manera que su impacto en el rendimiento del cerebro, de su respuesta en términos adaptativos, sea el menor posible. Y en eso se basa el estudio dirigido por el Dr. Amodio, de la universidad de Nueva York: si el conejillo de indias es poco ducho frente a los retos planteados en la laboratorio, es que su CCA funciona peor, una merma neurológica que es posible "medir" interpretando las señales eléctricas del cerebro. Tal merma se traduciría, más allá del cráneo, dando la razón a estudios previos, en esto:

Los conservadores muestran estilos cognitivos más estructurados y persistentes, mientras que los progresistas son más receptivos a la complejidad "informacional", la ambigüedad y la novedad.

¿Mas listos? Tal vez, según Amodio, la SdC es un mecanismo que sirve para detectar cuándo la tendencia habitual en la respuesta a un estímulo no es apropiada para  la situación actual. Más aún:

Esta parte del cerebro se ha relacionado en muchos investigaciones pasadas con el proceso de detección de conflictos entre un comportamiento y una señal que indica que algo va mal con tal comportamiento y que es necesario que lo cambies.

Lo que es mucho decir, habida cuenta de que el SdC es, hipotéticamente, un mecanismo de detección y no de decisión. La relación entre este nuevo estudio y el anterior mencionado es evidente y no sólo porque se complementen sino porque al menos unos de sus autores se repite (el Dr. Jost). En fin, Frank J. Sulloway, un investigador de la universidad de Berkeley (cuna de la Nueva Izquierda americana) que participó con Jost en la patraña de 2003, ha afirmado:

[El resultado] provee un demostración elegante de que las diferencias individuales en una dimension conservadora-progresista están fuertemente relacionadas con la actividad cerebral

David Horowitz, lider de la Nueva Izquierda en los sesenta y reconocido icono intelectual del conservadurismo americano desde los 90, en una conferencia en la Heritage Fundation, que llevaba por título ¿Somos conservadores?, se preguntaba si era imaginable siquiera que en un foro paralelo surgiera la pregunta: ¿Somos progresistas? Tal vez Amodio, Jost, Sulloway y compañía podrían considerar, para futuros estudios, ejemplos como el de Horowitz, con un cortex cingulado anterior poco dado a la complacencia.

Decía Hume, en su investigación sobre el conocimiento humano, que una opinión que conduce al absurdo es falsa, pero que no podemos asegurar que una opinión sea falsa porque de ella se deriven consecuencias no deseadas, peligrosas. Por lo tanto, decía:

Debe prescindirse totalmente de tales tópicos por no servir de nada al descubrimiento de la verdad, sino sólo para hacer odiosa la persona del antagonista.

No estoy seguro de cuán peligrosas pueden ser las conclusiones del estudio del Dr. Amodio y compañía, pero que su planteamiento responde a prejuicios ideológicos está fuera de toda duda lo que, a mi juicio, sí la convierte en absurda desde un punto de vista científico, por más que se apoye en un ingenioso experimento.

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