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Consumismo, modelo keynesiano y preferencia temporal

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Suele ser frecuente hablar del consumismo como la consecuencia inevitable de un sistema capitalista como el que tenemos ahora. Algunos lo critican para descalificar al capitalismo, y otros lo alaban por defenderlo. Sin embargo, pocos ponen las cosas en su sitio y aclaran la confusa relación entre consumismo y capitalismo. (Según la RAE, el consumismo es la "tendencia inmoderada a adquirir, gastar o consumir bienes, no siempre necesarios".)

Antes de continuar, hay que aclarar que es muy discutible que vivamos en un sistema capitalista como afirman los críticos del mismo. Más bien, creo que sería más correcto llamarlo "capitalismo de estado".

Pese a que Juan Ramón Rallo ya enumeró de manera muy clarificadora una serie de prácticas intervencionistas que estimulan el consumo privado, creo que sería conveniente volver a este tema y apuntar dos argumentos que podrían complementar su artículo en favor de la tesis de que no es el sistema capitalista el que favorece el consumismo, sino que éste es fomentado principalmente por ideas y prácticas que nada tienen que ver con él.

1. Probablemente esta confusión tiene su más visible origen moderno en las ideas keynesianas. De manera generalizada se piensa que el consumo es el motor del crecimiento económico, y para apreciar esto, sólo hace falta acercarse por la gran mayoría de las facultades de economía españolas (y probablemente del resto del mundo), donde los modelos y teorías que todavía hoy se enseñan como lo más correcto y acertado son keynesianos.

En éstos, un aumento de la demanda agregada de la economía, como puede ser del consumo privado o del gasto público, hará que se incremente la producción, con lo que la renta del país aumentará. Además, cuanto mayor es la proporción de la renta que los ciudadanos dedican al consumo (y por tanto, menos al ahorro), mayor será la renta.

Podemos, pues, intuir que estas ideas que sitúan al consumo como la pieza clave de la economía capitalista, tratarán de fomentarlo, sea éste tanto privado como público. Para ello, otra pieza fundamental es la política monetaria, que a través del incremento de la oferta monetaria introducirá más dinero en la economía (con sus tan perniciosos efectos) y bajará los tipos de interés (artificialmente), lo que permitirá una mayor expansión del consumo, que a su vez aumentará la renta nacional, y así sucesivamente.

2. El siguiente argumento tiene que ver con la relación entre renta o riqueza y preferencia temporal. Se suele considerar que existe una relación inversa entre ambas, es decir, que cuanta más renta disponga una persona, la proporción de ésta que dedicará a bienes presentes será, habitualmente, menor, y en consecuencia, su proporción de ahorro será mayor. (Sin embargo, no existe consenso sobre la naturaleza de esta relación: si es una necesidad lógica (praxeológica) o una observación empírica generalizada, pudiendo existir excepciones. El artículo enlazado apunta a que esta relación es empírica, y no general, en base a contra-ejemplos muy sensatos.)

Por eso, a medida que un país crece en renta per cápita, habrá una cierta tendencia a que disminuya la preferencia temporal, produciendo un descenso en las tasas de interés, que permitirán una mayor inversión, apoyada en ahorro real (y no ficticio como sucede cuando hay inflación), lo cual es muy positivo para la economía.

Teniendo esta relación como generalmente cierta, resulta inmediato deducir que todo tipo de imposición fiscal que reduzca la renta o riqueza supondrá un incentivo a que se incremente la preferencia temporal de los individuos por los bienes presentes, fomentando un mayor consumo, lo que probablemente disminuirá el potencial de capitalización de una economía.

Pongamos un caso sencillo (no general; su propósito no es hacer ningún tipo de generalización), a modo de ejemplo ilustrativo de esta idea: imaginemos una persona que cobra 1.000 euros al mes. En ausencia de impuestos, y tras haber consumido en lo que ella considere más necesario, le quedan 200€, es decir, un 20% de su renta mensual la ahorra. Sin embargo, si tuviera que pagar, pongamos, un 25% de impuestos, le quedaría una renta mensual de 750€. Si tenemos en cuenta que en la situación anterior se había limitado a sus necesidades más urgentes (subjetivamente consideradas), en este caso apenas reducirá su consumo. Supongamos que ahora consume 700€, en vez de 800€. En esta nueva situación solo habrá podido ahorrar 50€, un 5% de su renta, ya que la parte de impuestos irá a parar a consumos varios por parte del Estado. Por tanto, sin impuestos, el 80% de 1000€ va a consumo, y con impuestos es el 95%, siendo una parte de ese porcentaje consumo estatal (coactivo), con lo que ello supone en términos de ineficiencia y pérdida de libertad.

Tras haber expuesto estos dos argumentos, y teniendo en cuenta las medidas apuntadas en el artículo de Rallo, esperamos haber aclarado que el excesivo cortoplacismo inherente al consumismo (¿puede ser una versión moderna de hedonismo?) no es propio de una economía capitalista, sino que es fomentado muy a menudo por el intervencionismo económico en todas sus formas, al que tanto contribuyeron las ideas keynesianas.

El consumismo es perfectamente criticable, así como lo es cualquier conducta social que, desde el punto de vista de cada uno, resulte perjudicial. Pero antes de criticar el sistema capitalista por conducirnos al consumismo más feroz, convendría tener en cuenta los aspectos aquí aludidos, para discernir qué teorías económicas son las que realmente favorecen el consumismo, y quizás ahorrarle al nombre del capitalismo uno de los tantos males por los que se considera, equivocadamente, culpable.

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