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Del liberalismo al utilitarismo pasando por Hiroshima

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El pasado día 6 de agosto fue el 63 aniversario del lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima durante la Segunda Guerra Mundial. La decisión de Truman suscita opiniones encontradas y acalorados debates, también en los círculos liberales.

Hay una tendencia a considerar inevitable aquello que ha sucedido, quizás porque cuesta visualizar un futurible y pensamos que si la historia se ha desarrollado de esta manera por alguna buena razón será. En el caso de Hiroshima y Nagasaki, el discurso de la "necesidad" del lanzamiento de las bombas atómicas resuena con fuerza. Pero los hechos no parecen apuntar tan claramente en esa dirección a pesar de todo y, lo más importante, cuando exploramos las posibles alternativas nos damos cuenta de que el liberal tiene que abandonar sus premisas o poner en suspenso sus principios si quiere secundar la "necesidad" de esa decisión.

Consideremos, por ejemplo, el asunto de la rendición incondicional. Los japoneses estaban derrotados desde antes de Hiroshima, no podían causar ningún daño en territorio americano y su rendición era cuestión de tiempo, sobre todo después de que los soviéticos empezaran a avanzar en Manchuria. Japón estaba militar y económicamente exhausto, y buscaba unos términos de rendición "aceptables", que incluyeran el mantenimiento del emperador. Estados Unidos, a través de la Declaración de Postdam, dio a entender implícitamente que el sistema imperial sería desmantelado y el emperador sería juzgado por crímenes de guerra, algo inaceptable para los japoneses.

Llegados a este punto, la pregunta es: ¿valía la defenestración del emperador el precio de lanzar dos bombas atómicas sobre población civil? Una posible respuesta es: "sí, el emperador era como Hitler, ¿deberían haber aceptado los aliados una rendición en la que se mantuviera a Hitler en el poder?" Pero esta clase de respuesta únicamente tiene en cuenta la moralidad de dejar impune a un criminal de guerra, no evalúa los costes y beneficios, no considera los trade-off de una decisión de esta magnitud.

Es verdad que hubiera sido sumamente injusto dejar a Hitler o a Hirohito impunes, ¿pero justifica su impunidad la masacre de decenas de miles de personas? En cualquier otro contexto el trade-off lo hacemos a favor de las víctimas: preferimos dejar impune a un criminal que encerrar a 10 inocentes, y en este sentido somos partidarios de una fuerte presunción de inocencia.

Sea como fuere, la realidad posterior a la rendición hace estéril esta discusión: Estados Unidos acabó respetado al emperador. De hecho trabajó para limpiar su nombre y descargarle de responsabilidad en las atrocidades que cometió el Imperio japonés. En 1975 Hirohito fue recibido en la Casa Blanca por Gerald Ford como un jefe de Estado cualquiera. En 1989 George Bush asistió a su funeral. Si Estados Unidos hubiera manifestado su intención de no tocar al emperador existe la posibilidad de que los japoneses se hubieran rendido.

Hay varias cosas que Estados Unidos podría haber hecho antes de lanzar las bombas y que no hizo. A lo mejor no hubieran alterado la determinación japonesa a continuar la guerra en el contexto de una rendición incondicional. A lo mejor sí. Nunca lo sabremos.

Los japoneses podrían haber sido advertidos de que iban a ser víctimas del arma más mortífera jamás inventada y, tal y como pidieron algunos científicos que participaron en el proyecto atómico, podría haberse mostrado el poder de la bomba en alguna zona deshabitada o evacuada. Tampoco se informó a los japoneses de que la Unión Soviética iba a declarar la guerra a Japón, algo que como señala Ralph Raico hubiera conmocionado a Tokio más que las bombas.

Luego viene la guerra de cifras, donde liberales que de normal rechazan y desprecian los argumentos utilitaristas suscriben alegremente la máxima de que el fin justifica los medios. Matar inocentes se vuelve justo y defendible porque se evita un mal mayor. Las bombas salvaron la vida de aquellos soldados y civiles que hubieran muerto en una invasión por tierra (o sirvieron para atemorizar a los soviéticos y poner freno a sus ambiciones). Dejando a un lado que había informes que pronosticaban una cifra de víctimas bastante inferior al popularizado millón de muertos, la idea de que es lícito matar a Juan porque eso salvará la vida de Miguel es difícil de cuadrar con una ética que acostumbra a condenar las agresiones contra personas, en particular el asesinato de una persona inocente con independencia de la motivación del crimen. Por qué cuando en lugar de Juan y Miguel hablamos de decenas de miles de soldados americanos y civiles japoneses la conclusión es distinta es un misterio.

Muchos liberales que apoyan la decisión de Truman responden a los intervencionistas que la redistribución es injusta porque implica agredir a unos para beneficiar a otros, con independencia de que los beneficiados puedan ser más o que vaya a haber ganancias en "utilidad". Pero tan pronto como hablamos de guerras, o del lanzamiento de las bombas, estos liberales empiezan a usar los mismos argumentos que utilizaban los intervencionistas y que ellos desechaban.

Otro argumento es que para Truman las vidas de los soldados americanos eran lógicamente más valiosas que las vidas de los civiles japoneses. Pero esto no es un argumento, es una descripción de la realidad y de las motivaciones de Truman. Que uno valore más la vida de un familiar suyo que la de un desconocido no significa que el desconocido tenga menos derechos. Podemos poner más ejemplos con Juan y Miguel. Habrá a quien le parezca insólito que juzguemos la decisión de Truman como liberales y no como si fuéramos el propio Truman, pero eso es exactamente lo que hacemos en tantos otros casos: juzgar las acciones de los políticos de acuerdo con unos determinados principios, aunque ellos los ignoren o repudien.

En última instancia, aunque Japón no fuera a rendirse hay otra alternativa a las bombas y a la invasión, y es el dar por terminada la contienda sin más. Coger los bártulos e irse a casa. ¿No es realista? Claramente no lo es. Tampoco lo es defender la privatización de la educación o la prohibición de las drogas. Pero la ausencia de un contexto propicio para la implementación de estas políticas, la ausencia de una mentalidad que aceptara terminar la guerra sin más, no implica que sea una opción indefendible. Japón empezó la guerra y es natural que los agredidos busquen justicia. Pero Japón estaba técnicamente derrotada, no podía infringir ningún daño en territorio americano, y causar la muerte de miles de personas inocentes para juzgar a unos cuantos militares no se acerca a mi idea de justicia. No me importa que esta opinión choque con la convención de que las guerras deben terminarse o de que "los buenos deben ganar". Si no nos preocupa ir a contracorriente en otros temas, no sé por qué tendría que importarnos en este caso.

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