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El diseño del orden social

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Debemos impedir que el Estado organice y controle la sociedad y haga así lo que mejor sabe: favorecer a determinados grupos privilegiados.

Es ampliamente compartida la intuición de que existen determinados grupos poderosos que controlan, diseñan y organizan la sociedad de tal forma que ellos puedan mantener el poder y los privilegios recibidos. Creemos que existe una oligarquía que ha creado todo el orden social y que cada acción que desempeñamos de manera inconsciente refuerza las posiciones privilegiadas de ciertos grupos. Es en la espontaneidad, en libertad, de forma natural, como estos grupos más fuertes se imponen de manera informal sobre los grupos más débiles. El Estado es por tanto el encargado de intentar mitigar estas desigualdades, regulando, prohibiendo, subvencionando e interviniendo en las relaciones sociales.

Analizando esta idea tan extendida desde el prisma teórico de la Escuela Austriaca, podemos llegar a conclusiones bien distintas que, al contrario que en el primer caso, tengan como solución otorgar menos poder al Estado y no al revés.

Los autores austriacos han escrito mucho sobre instituciones y el orden social, su surgimiento y posterior evolución con el tiempo y el cambio de ideas. Desde los clásicos más conocidos: Menger, Mises o Hayek, hasta los más actuales: Boettke o Gedeon. Todos ellos concluyen que, tanto la organización social como las instituciones que lo conforman, nunca son resultado del diseño consciente de la mente humana. Mises dice: «Todo orden social fue pensado y proyectado antes de ser puesto en práctica. Esta precedencia temporal y lógica del factor ideológico no supone afirmar que los hombres formulen, de antemano, completos sistemas sociales como hacen los autores de utopías». Ciertamente, sería utópico creer capaz al ser humano de diseñar sistemas que cuentan con un volumen de información tan inmenso. Es precisamente por eso, por problemas de información, por lo que una compleja estructura social no puede ser diseñado de antemano. El mismo fallo que se da con la planificación centralizada de la economía está presente en la planificación estatal de la sociedad y sus relaciones: la mente humana no es capaz de procesar ni crear tanto conocimiento e información, tan eficientemente, como sí se hace en la sociedad y mercado libre, o lo que también conocemos como en orden espontáneo.

El orden social es consecuencia de la coordinación espontánea de las acciones individuales. Esa coordinación es lo que da lugar al surgimiento de nuevas ideas, normas o patrones, que acaban influyendo en las instituciones. Como bien dice Gedeon: «Los individuos siguen reglas cuando actúan, pero no intentan crear ese sistema de normas sociales que emerge como resultado de sus acciones». Las normas sociales no nacen de un diseño consciente, sino de un proceso evolutivo de prueba y error, y de coordinación de acciones individuales.

Además, como Hayek decía, la economía de mercado y la sociedad libre son sistemas que permiten que el poder y control sobre los medios esté lo más descentralizado posible. Es decir, en libertad, cada individuo es mucho más soberano que en un supuesto donde el Estado interviene o planifica. En el primero, cada persona aprueba o rechaza voluntariamente las distintas ideas o normas nuevas que surgen y que se prueban en sociedad. Si el cambio propuesto no se adecúa con las preferencias individuales, no prosperará y no acabará teniendo ningún tipo de repercusión. En el segundo, la planificación central diluye el poder legítimo individual y facilita que cierto grupo de gobernantes pueda, de manera violenta, procurar un orden social determinado, sin tener en cuenta la soberanía y derechos individuales. La vía estatal, al igual que en lo económico, es más ineficiente porque no puede procesar ni crear tanta información y, además, es totalmente inmoral pues se sirve de la violencia o la coacción y no de la voluntariedad y cooperación.

En una sociedad no planificada, donde se respetan los derechos individuales, el orden social no puede ser resultado del diseño humano. Más bien es consecuencia no intencionada de la coordinación entre acciones voluntarias individuales. Al revés de lo que creen muchas personas, la sociedad no está manejada por un poder informal que es capaz de controlar todo. Más exactamente, son la planificación y la intervención estatal las que crean órdenes sociales determinados -ineficientes e inmorales-, donde un reducido grupo de personas ostenta el poder y decreta qué función, derechos, libertades y obligaciones tiene el resto de individuos y grupos sociales. Por eso mismo, si lo que queremos evitar es que un grupo controle la sociedad, no tenemos que poner trabas a la libertad, sino más bien, impedir que el Estado haga lo que mejor sabe hacer, eso que tantos temen: organizar y controlar la sociedad para favorecer a determinados grupos privilegiados.

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