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El emprendimiento no causa la crisis

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Según la doctrina oficial, una de las causas de la crisis económica tiene que ver con la avaricia desmedida de los bancos, por cuyas acciones una problemática local y localizada, cual eran las famosas hipotecas subprime en Estados Unidos, se ha extendido sin control por todo el sistema financiero, contaminando todo tipo de productos y entidades que eran ajenas a los manejos de aquellas arriesgadas hipotecas.

Este proceso se ha llevado a cabo mediante productos derivados de sofisticación creciente, en que de alguna forma se ocultaban los riesgos asociados a las hipotecas, para que parecieran algo que no eran, y así poder colocarlos a insospechados compradores. Es por ello por lo que ahora se aboga por incrementar el control sobre los productos financieros como algo necesario para evitar futuras crisis.

Es indiscutible que, en tal proceso de innovación, los emprendedores habrán tenido un papel destacado. Han sido los bancos más emprendedores los que originalmente han localizado esta oportunidad de negocio y se han arriesgado para ver si les salía bien. Cuando así haya sido, habrán incrementado sus beneficios por encima de lo normal, y habrán atraído la atención de nuevos agentes hacia esas prácticas, hasta llevar la tasa de beneficios otra vez a un nivel normal.

La pregunta que surge ante esta situación es inminente: entonces, ¿se equivocaron los emprendedores? ¿Sería necesario limitar la capacidad empresarial de los humanos para evitar que cosas así pasen en el futuro? ¿Por qué si lo que hacían iba a resultar en una catástrofe de estas dimensiones, ninguno era capaz de preverlo y seguían en esta línea de innovación?

La respuesta al interrogante la ofrece Kirzner en su teoría sobre la influencia de la regulación en el proceso de descubrimiento. Entre otras formas en las que la regulación altera el proceso de mercado, Kirzner habla del “wholly superfluous discovery market process” (proceso de descubrimiento del mercado completamente superfluo). Es este un proceso empresarial que se produce debido exclusivamente a la regulación, y que no se produciría sin ella.

La función empresarial llevada a cabo por los bancos para la re-colocación de sus hipotecas subprime a otros agentes es, posiblemente, uno de estos procesos superfluos, pero que sin embargo son capaces de alcanzar dimensiones brutales. Veamos a grandes rasgos, cómo se habría producido en el caso que nos ocupa, y espero que se me disculpen las incorrecciones técnicas.

Debido a la regulación, los bancos saben que pueden prestar una determinada cantidad de dinero en función de la liquidez de que disponen en cada momento (hablemos de un coeficiente de caja generalizado). En principio, cuando prestan dinero, por ejemplo, para una hipoteca subprime, se capacidad de préstamo se reduce. Pero si son capaces de obtener ingresos a partir de la misma, su posición de liquidez vuelve a aumentar, por lo que vuelven a poder prestar más dinero. Y un banco está en el negocio de prestar dinero, cuanto más presta, más gana.

No es de extrañar que se canalizaran ingentes esfuerzos de innovación a la recolocación de estos (y otros productos). Eventualmente, alguno de los agentes encontraría una fórmula de éxito (básicamente, algo que el regulador acepte como activo de liquidez para que puedas seguir prestando). El agente que lo encontró empezaría a obtener beneficios por encima de la media, por lo que automáticamente atraería la atención de sus competidores.

Y aquí es donde viene el aspecto probablemente más dramático de la cuestión. Los restantes competidores, lo quisieran o no, se vieron obligados a entrar en la dinámica. Aunque fueran conscientes de los riesgos de la situación, no les quedaba más remedio que seguir al pionero. En otro caso, los inversores les hubieran acusado de mala gestión, y hubieran comenzado a invertir en los otros bancos, por su mayor rentabilidad.

En otras palabras, una vez iniciado el proceso y aceptado por el regulador, era inevitable que todos los agentes del sistema financiero entraran en la misma dinámica como única forma para asegurar el sostenimiento de cada agente. ¿Cómo hubiera podido justificar el CEO ante sus accionistas una menor rentabilidad que sus competidores, simplemente por los elevados riesgos de seguir la conducta de los más rentables?

En definitiva, las fuerzas de la innovación humana son muy poderosas. Si se canalizan de forma adecuada, pueden producir beneficios incalculables en la sociedad. De la misma forma que si se hace de forma errónea, los daños pueden ser de una magnitud similar. ¿En quién confiaremos para su canalización: en el mercado o en la regulación? 

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