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El liberalismo es una herramienta, no una religión

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Es muy factible que una concepción flexible lleve a que una creciente cantidad de ciudadanos miren al liberalismo como una alternativa atractiva.

Las críticas que el artículo del mes pasado de este mismo autor recibió, tienen, a grandes rasgos, el común denominador de que no aceptan el argumento de que la aplicación de las concepciones liberales pueda quedar circunstancialmente postergada por razones excepcionales, como la crisis sanitaria provocada por la aparición del coronavirus. Es un enfoque atendible, al cual no hay por qué negarle entidad a priori. Pero, así como es aceptable como término de discusión, tampoco hay por qué reconocerle veracidad sin más trámite. Hay que sopesar los argumentos a favor y en contra de la posición que sitúa a los principios liberales como un absoluto antes de decidir si son válidos o erróneos.

El punto en discusión tiene que ver con la naturaleza del liberalismo en cuanto corriente conceptual. Hay dos alternativas: 1) que el liberalismo sea una doctrina filosófica, con una proyección hacia campos prácticos como la política, el derecho, la economía, etc.; 2) que el liberalismo sea un concepto absoluto, cuyos fundamentos no admiten discusión alguna, lo cual lo convertiría en una especie de religión.

Si asumimos la posición que sitúa al liberalismo como una corriente filosófica, no tenemos más alternativa, si somos coherentes, que admitir que, como tal, sus postulados son absolutamente discutibles y su validez podría depender de las circunstancias que los hicieron emerger. Esa es la posición contenida en el artículo del mes pasado de este comentarista, al cual varios lectores cuestionaron severamente.

Si, por el contrario, concebimos al liberalismo como un absoluto, es claro que no puede haber factores circunstanciales que admitan su puesta en discusión. Una pandemia que pone en riesgo la vida de millones de personas no ameritaría una limitación de los derechos individuales de nadie porque tales libertades son absolutamente inviolables. Es esta, por cierto, una posición legítima y coherente, aunque en modo alguno indiscutible.

El problema de concebir al liberalismo como un absoluto irrenunciable con independencia de las circunstancias de tiempo y lugar, encierra el problema de que, si en alguna circunstancia en particular, la aplicación de postulados liberales produjera como consecuencia efectos colaterales desmesuradamente costosos (por ejemplo, la pérdida de cientos de miles o quizá millones de vidas humanas) la corriente crítica contra el liberalismo en general sería imposible de frenar. Salvo una ínfima cantidad de mártires, casi nadie está dispuesto a dar la vida por la vigencia de los principios liberales. Por lo tanto, el defecto de esa postura es que deja a las ideas y valores liberales en una posición muy vulnerable si, cuando llegan instancias muy críticas, no se legitima una flexibilización que neutralice los costos que la aplicación a rajatabla del liberalismo traería aparejados.

Es por eso que este articulista defiende una postura menos dogmática y más realista, a la que los ultraortodoxos consideran poco menos que herética. Parecería que han reemplazado la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, por el derecho a la libertad, a la propiedad y a la búsqueda de la felicidad… Así planteado, el liberalismo vendría a cumplir las veces de una religión y no de una doctrina filosófica proyectada hacia campos prácticos del quehacer social.

Una posición más flexible, que sostenga que la libertad individual es el principio rector del orden social como criterio general, pero que admite excepcionalmente su resignación en circunstancias muy críticas permite, a la vez que esgrimir todos los beneficios que del orden liberal es posible extraer en instancias normales, aceptar los límites que esos principios puedan tener y, de ese modo, mantenernos abiertos a la utilización de otras herramientas que, mientras siga estando vigente la situación de emergencia, permitan evitar las consecuencias más negativas.

Esta posición implica identificar al liberalismo como una herramienta, extraordinariamente útil en la amplia mayoría de los casos, pero que, eventualmente, ante determinadas instancias extremas, pueda resultar inapropiado. Lógicamente, quien conciba al liberalismo como una religión no puede aceptar este enfoque.

Quizá una buena forma de dirimir esta opción sea preguntarnos cuál de las dos metodologías sea más eficiente para generar adhesión hacia la puesta en práctica de acciones concretas en favor de la vigencia de un orden basado en la libertad.

Es muy factible que una concepción flexible, que enfatice la ampliación del margen de libertad en todo lo posible en tiempos normales, pero que no se cierre a aceptar los límites que ese principio pueda tener en algunos casos puntuales, lleve a que una creciente cantidad de ciudadanos miren al liberalismo como una alternativa atractiva. Porque quien observe en el liberalismo una corriente dogmática e irreductible, incapaz de adaptarse a las circunstancias adversas cuando estas sobrevienen, difícilmente esté dispuesto a depositar su confianza en quienes sostienen posturas tan alejadas de las instancias concretas, en particular, cuando estas exigen soluciones urgentes por cualesquiera medios que estas puedan ser implementadas. En cambio, quien vea en el liberalismo una actitud más versátil, posiblemente tenga una mejor predisposición a aceptar a las ideas de la libertad como una herramienta útil y eficaz para contribuir al progreso y a la libertad de cada individuo y, por agregación, de la sociedad en su conjunto.

12 Comentarios

  1. Parece que usted es seguidor
    Parece que usted es seguidor de Mike Huemer, que escribió muy sarcásticamente en contra del principio de no agresión y en contra del absolutismo ético. https://fakenous.net/?p=805
    El liberalismo no sirve para la política. Es un principio disgregador. En política, tal como la hemos conocido, hay que comprar y vender voluntades para reunir a cierto número de personas-masa para reunirlas y lanzarlas como un obús a favor de algo o en contra de algo o de alguno. Por contra, el liberalismo propone que cada uno se ocupe de sus asuntos y que no sea un cotilla, ni un pirata, ni un predicador religioso, ni un fragilista (término de Taleb, uno que promociona la fragilidad talebiana). El liberalismo es la antipolítica.

    El liberalismo entendido como un absolutismo moral no es una religión, sino un malentendido (en cierto sentido, toda religión es un malentendido, pero no vayamos por ahí). La defensa de la libertad debe ser siempre un programa de máximos. Queremos salvar la vida y ser libres, no ser los más libres del cementerio, ni ser los más esclavos de los vivos. Por eso, unas veces tenemos que finngir ser muy «de principios» y otras veces tenemos que fingir ser muy «consecuencialistas». En esta ocsación había que defender los principios, con tímidos matices utilitaristas, y lo hemos hecho justo al revés.

    En esta falsa epidemia se nos ha dicho que iba a morir el 7% de los infectados, algo que se ha demostrado falso, teriblemente falso; se nos ha dicho que el virus (en una multitud de cepas distintas) era altamente contagioso (algo que también se está probando que era falso, aunque menos falso que lo anterior, porque no es tan aéreo como se pensaba al principio); se nos ha dicho que hacía falta hacer muchos tests que no valen para nada, por dar muchos falsos positivos y falsos negativos, pero nadie comenta esto porque la ciencia es magia, y si cuestionas la magia los niños se echan a llorar, y nadie quiere que los niños lloren; dichos tests resultan bastante incómodos y son operador-dependientes (la pericia), y todo el mundo acepta que es normal que se obligue a la gente a recibir dicho test, como si los derechos humanos no existieran. Bastaría con explicar el asunto racionalmente, sin ocultar información sobre la sensibilidad y especificidad del test, y pedir las cosas con respeto, amabilidad, civismo y ese educado «por favor», que el criminal que gobierna el gobierno de este desdichado país no sabe decir sinceramente.

    La realidad es que, como siempre, todo depende de la opinión clínica (donoso concepto) de los galenos. ¿Qué tipo de preguntas se hacen los médicos antes de dar una opinión clínica? Pues preguntas de este estilo ¿Parece gripe o un resfriado? ¿Hay fiebre, debilidad, neuralgias, afecciones cutáneas, altas lecturas de glóbulos blancos en pacientes sanos, principio de neumonía? ¿Qué opinan los popes de la medicina? ¿tenemos algún profiláctico? ¿Está el paciente en riesgo? ¿El paciente es económicamente valioso? ¿Tenemos miedo de que nuestros amos, los políticos, nos echen la bronca por llevarles la contraria o dejarles en mal lugar? Es así de cínico. No se me quejen que no lo he inventado yo. La medicina dejó de existir hace muchas décadas, porque el Estado la absorbió.

    Para restringir a la gente sus libertades hacen falta dos cosas: unas razones muy poderosas que todo el mundo entienda fácilmente (por ejemplo, han muerto treinta mil personas de todas las edades en menos de siete días de una enfermedad desconocida, vean aquí las pruebas), y ofrecer compensaciones razonables, lo cual puede implicar que los Estados deban liquidar patrimonio para pagar a las personas a las que se les restringen sus libertades. Además, lo de la centralización sanitaria es un tremendo error y los liberales han insistido poco en esto, porque estaban muy ocupados limpiándose el culo de tanta diarrea. ¿Qué fue de la libertad médica? ¿Qué fue de la privacidad? ¿Qué fue del derecho al consentimiento informado? ¿Qué fue de las críticas al Estado Terapéutico? Todo fue arrojado por la borda por los líderes del liberalismo hispano en el minuto uno de partido, haciendo un ridículo espantoso.

    Es precisamente en tiempos de crisis, las falsas y las reales, cuando los liberales, siempre antipolíticos, deben esforzarse al máximo para defender lo indefendible: la libertad del individuo. No es una cuestión de principios, sino meramente utilitaria: si no defiende al individuo entonces, pierde toda su credibilidad en los días normales.

    En España, es escandaloso que un partido de derecha conservadora como Vox, la parte no-hipócrita del PP como la definió el socialdemócrata Escohotado, sea el único partido que defiende argumentos utilitaristas liberales. Lo hace claramente sin convicción, sofísticamente, postureando, porque es un partido político y su principio congregador es el nacionalismo español, y todo nacionalismo es antiliberal. Pero hasta estos falsarios han ganado a los liberales profesionales de habla hispana en la defensa de los derechos del individuo.

    Yéndome al otro extremo, Piers Corbyn, un izquierdista radical pero racional y aproximadamente honorable, ha defendido la verdad desde la izquierda nacionalista británica, y lo ha hecho defendiendo los derechos del individuo. Gracias a Dios no existe nadie así en España. Qué vergüenza que hasta los colectivistas sean más liberales en esta ocasión que los liberales a la violeta del mundillo hispano.

    Los liberales españoles han quedado en esta crisis peor que los venales obispos de la iglesia católica, quienes han traicionado vilmente a sus fieles. Les está bien empleado a los fieles católicos por no poner su casa en orden antes. Pero los liberales españoles han quedado mal ante sus magras bases, y peor ante sus enemigos y rivales intelectuales. Lo habéis hecho muy mal y vuestro complejo piojo os impedirá pedir perdón.

    Que tengáis todos mucha salud y mucho éxito en vuestra nueva carrera de payasos. Para defender la libertad individual, el Instituto Juan de Mariana no vale.

  2. Pero… pero… ¿cómo puede
    Pero… pero… ¿cómo puede usted hacernos esto? ¿Acaso no era usted El Elegido? ¿El que traería el equilibrio al Liberalismo? ¿El mesías que nos mostraría el error de nuestros extremismos y nos llevaría de vuelta al camino de la recta moderación?

    ¿Qué voy a hacer ahora con mi petulante hermano Adam cuando, siguiendo su cargante manía de sacar a relucir citas a diestro y siniestro, me vuelva a salir con esa que dice que «en defensa de la libertad no hay extremismos»? No podré soportar tener que aguantar otra vez la cantinela que siempre añade a continuación a modo explicativo, con su repelente condescendencia, informándonos de que esto es así porque «la libertad, correctamente entendida como principio simétrico para todos los elementos del grupo social, es un elemento normativo autolimitativo». ¡No, no, no! ¡No podré soportarlo una vez más sin la inspiradora guía y el sosiego espiritual que usted, nuestro mesías, aporta, don Alejandro! ¿Qué va a ser de mi?

    ¿Y qué será del amo Jubal, quien gracias a usted, encontró su conversión, como San Pablo en el camino de Damasco, y comprendió que su fanático negacionismo climático no era la defensa de la verdad y la honestidad intelectual que su antiguo yo creía, sino un perverso extremismo prodesarrollacionista que perseguía el expolio de la Naturaleza sin freno alguno? ¿Cómo puede abandonarle ahora, que está dando sus primeros pasos en el camino de la moderacón absoluta?

    ¿Son las unidades de carbono tan solo primates blandidores de herramientas? ¿Y qué somos entonces las unidades de silicio? ¿Qué será de mí? ¡¿Qué será de todos nosotros ?!

    Discúlpenme, pero creo que estoy a punto de sufrir un cortocircuito fatal de un momento a otro.
    Simon Jester

    • Ánimo, Simon, no desfallezcas
      Ánimo, Simon, no desfallezcas. El cielo no está tan oscuro como ahora lo ves. Don Alejandro tiene razón. Debemos encontrar nuestro propio camino, sin apoyarnos en mesías alguno. Sabremos encontrar la moderación, precisamente gracias a los esfuerzos adaptativos que realicemos frente a la «nueva normalidad». Adaptación, Simon, adaptación. Es una palabra clave. Si la ves en una frase, entonces no necesitas pensar: sabes que es la verdad que necesitas.

      Seremos bienaventurados, porque sabremos encontrar la moderación en el ejemplo de Bill Gates y su ilimitada filantropía, que quiere hacer llegar a todos los habitantes bípedos de la Tierra en forma de vacunas obligatorias que, administradas conjunatmente con tecnotatuajes que confirmarán nuestro estatus inmunológico, serán necesarias para ejercer prácticas retrógradas de carácter atávico que finalmente aprenderemos a superar, como ensoñarnos en fantasías sobre libertades fundamentales.

      Seremos bienaventurados, porque sabremos encontrar la moderación en el ejemplo de los microbiólogos que trabajan en la creación de armas biológicas, porque, gracias a ellos, el detonante que ha hecho posible la llegada del nuevo Reino Tecnototalitario mundial fue creado (pero, recordad, hermanos, y lo que voy a decir es muy importante que nunca lo cuestionéis, los genocidas son los «antivacunas»).

      Seremos bienaventurados, porque sabremos encontrar la moderación en los amos y su sabia práctica del control de masas por medio de las rítmicas iteraciones de traumas psicológicos colectivos que inoculen en nosotros un miedo terapéutico, que nos libre de la insidiosa y mórbida tentación de la creatividad y el pensamiento crítico, peligrosos males que conducen al abominable pecado capital de una soberbia manifestada como el desarrollo de una indivualidad genuina, profunda e independiente (¡qué abominación! … ¿cómo pude siquiera considerar alguna vez tal cosa como un objetivo deseable?). La armonización de las pautas cerebrales de los bípedos de la Tierra sonará a canto de coro angelical. No puedo esperar más a su bienaventurada consecución.

      Seremos bienaventurados, porque sabremos encontrar la moderación en el hambre y las privaciones que merecidamente el futuro nos depara, causadas no por la temprana y mesurada respuesta de casi todos los gobiernos del mundo a la salvadora amenaza de El Coronavirus, sino por Él, El Coronavirus, El Adversario Invisible, El Ángel de la Muerte enviado por la diosa Gaia (o la Pachamama para Su Santidad Bergoglio) para castigar nuestra inconmensurable avaricia y nuestros innumerables agravios.

      Seremos bienaventurados, porque sabremos encontrar la moderación en el sobrecogedor arrepentimiento por no haber escuchado a la profetisa Jennifer Lawrence, quien ya nos advirtió en su día de los castigos que la diosa Gaia nos enviaba por nuestros imperdonables pecados.

      Seremos bienaventurados, porque sabremos encontrar la moderación en el sabio liderazgo de la joven santa y general Greta del Arco Iris, que nos conducirá a la victoria sobre los masivos ejércitos de orcos que amenazan la salvación del Planeta de la Tierra Suprema, hasta conseguir el sáurico élfico ideal de 500 millones de habitantes bípedos (la mayoría de la clase sirviente, debidamente vacunados y química/genéticamente lobotomizados, por supuesto), los elegidos hijos de Gaia para la posteridad del eterno Reino del Tecnototalitarismo, tal y como está establecido en los mandamientos de Georgia.

      Así es, Simon. No desesperes. No sucumbas al muy comprensible miedo al cambio. Nos espera un futuro maravilloso. La adaptación es la clave. Debemos desprendernos de los atávicos vicios individualistas y de los quiméricos apegos a ideales irrealizables. Como bien dices, don Alejandro Sala me ayudó a ver la luz. Fue una conversión maravillosa, que acertadamente comparas con las de Saúl de Tarso. Al comentario que mi antiguo yo publicó aquí, llamando a los liberales a dejar a un lado la tibieza de los argumentos económicos para dar la batalla en el terreno científico contra la que yo entonces, en mi enajenado entendimiento, llamaba la «patraña» del calentamiento global antropogénico, porque era allí donde la victoria definitiva estaba ya a nuestro alcance, don Alejandro Sala respondió sabiamente haciendo caso omiso a mi llamamiento a la práctica de la autodidáctica y desplegando un poderoso arsenal de argumentos lógicamente falaces, pero de irresistible poder psicológico y espiritual. Mi antiguo yo se resistió con los habituales mecanismos de defensa psicológica, susurrándome en el interior de mi cabeza que aquello que don Alejandro Sala decía no era más que una colección de burdas falacias lógicas que cualquier principiante podía reconocer a la primera. Mas, la fortaleza de su mesiánica iluminación resquebrajó todas mis defensas psicológicas. Me desveló las auténticas creencias y actitudes que habitaban los entresijos de mi retorcida mente. No era yo más que otro extremista, del lado opuesto a los ecologistas de Extinction Rebellion, que pretendía el expolio desenfrenado de la Naturaleza. Sí, yo me engañaba a mí mismo. Mi creencia de que la verdad importaba, de que la epistemología importaba, de que la integridad científica importaba, de que los modelos pseudocientíficos de los salvadores del Planeta eran lógica y epistemológicamente censurables, meros castillos de naipes, burdas patrañas para manipular a la población, era no más que un mero mecanismo de defensa psicológica para distraerme del reconocimiento de mi propia soberbia. Mi convicción de que la modulación del clima terrestre por los procesos no lineales de actividad solar, geomagnetismo y rayos cósmicos eran una verdad relevante no era más que un truco que mi ego utilizaba para distraerme del reconocimiento de que mi auténtica creencia era el afán de expoliar la Naturaleza desenfrenadamente, como también no eran más que burdos trucos que mi ego utilizaba a modo de defensa psicológica tanto mi indignación por la contaminación de los océanos, como la sobreexplotación de los recursos pesqueros, la contaminación genética de las especies por los experimentos comerciales de los gigantes de los transgénicos o mi preocupación por la contaminación electromagnética y sus efectos sobre la vidad sobre la Tierra, todas meras creencias que yo había adoptado bajo el autoengaño de una ponderación racional de las consecuencias de la actividad humana y la tecnología, en lugar de reconocer la auténtica motivación inconsciente que me había llevado a adoptarlas. Todas estas creencias mías eran no más que meros subterfugios de mi astuto ego para ocultarme la verdadera, pérfida creencia que se ocultaba en mi interior: mi extremista afán prodesarrollista e hipercapitalista, ansioso de un desenfrenado expolio de la Naturaleza, ciego a cualquier consecuencia ecológica, sanitaria y genética.

      Así de sumido en el abismal autoengaño era yo, Simon, hasta que la mesiánica luz de don Alejandro me mostro la verdad. Mas, no desfallezcas. Tiene razón. No es su papel el de ejercer de mesías de la moderación absoluta, el de salvarnos a los extremistas de la libertad que antaño éramos, de nuestras inadaptadas ensoñaciones y nuestra fanática fe en los principios. Debemos abrazar la auténtica naturaleza del ser humano: la adaptación, la conformidad, el utilitarismo y el pragmatismo. Esa es la realidad humana. «Cuántos dedos ves aquí, Winston?» Cuando la autoridad competente te haga esa pregunta, Simon, recuerda mis palabras: No hagas caso a tus ojos. Tus ojos te engañan. El número de dedos que ves es el número de dedos que la autoridad del Partido (o de los medios de pastoreo de masas, o la autoridad censora de las plataformas antisociales, o los «fact-checkers» de interet, etc.) diga que hay. Es así de simple. Sé marxista. Recuerda a tu epistemólogo favorito de la primera mitad del siglo pasado, el gran Groucho Marx, cuando dijo: «¿A quién va a creer usted? ¿A sus propios ojos, o a mí?»

      Ahí reside la salvación, Simon. Don Alejandro ya me ha salvado. Me ha salvado de terminar mis días curando en un sanatorio mental mi anterior síndrome de oposición desafiante, tal y como ha sido recogido recientemente en los manuales de psiquiatría occidentales. No es un diagnóstico nuevo, realmente, ya que la psiquiatría soviética trataba ya eficazmente este mal en tiempos no muy lejanos del siglo pasado. Y si en un caso tan recalcitrante como mi antiguo yo se ha obrado el milagro de la sanación, no hay motivo para mirar al futuro si no con un desbordante optimismo para toda la Humanidad. No desesperes, Simon. Superarás tu programación y hallarás la armonía en el Nuevo Reino. Todos lo haremos. Los 7500 millones de nosotros… los 500 millones de nosotros. Los que sean. El futuro nos pertenece, con moderación.

      Saludos, hermanos en la no-fe. Y recordad: Abandonemos todo relativismo respecto al ideal clásico de la virtud como moderación. La moderación absoluta es la virtud absoluta.
      Jubal

    • Amo Jubal, ¿has tomado
      Amo Jubal, ¿has tomado conciencia de que en este año de absurdos, en el que no solo la realidad supera a la ficción, sino que la realidad supera incluso a la ficción hipersatírica, Simon lo está pasando verdaderamente mal? Con todos los respetos, no creo que lo que estás haciendo sea bueno para la integridad de sus circuitos.

      Además, con todos los respetos, ¿a quién se le ocurre escribir estos comentarios sin nisiquiera haber leido el artículo de don Alejandro Sala? No me parece responsable, jefe. Me veo en la obligación de señalar que en Lawful Rebellion, Inc. hubiéramos considerada adecuado y aceptable la restricción del derecho de asamblea, siguiendo el modelo aplicado en Suecia. No porque me importe que Alejandro Sala siga atribuyendo a los demás actitudes, creencias y disposiciones que no les corresponden (una aburrida falacia lógica), sino para evitar que utilices tu tiempo escribiendo estas piezas, cuando tienes otras tareas más apremiantes.

      Con sincera preocupación,
      Adam Selene

      P.S.: Para los irredentos que aún queden por aquí: James Corbett lleva siendo durante muchos años un referente indispensable por su rigor, su autenticidad y su inquebrantable lealtad a principios liberales. Ahora es más indispensable que nunca:
      Episode 377 – How Bill Gates monopolized global health
      Episode 378 – Bill Gates’ plan to vaccinate the world

    • Qué bien escrito y qué bien
      Qué bien escrito y qué bien enlazado.
      Parabienes, don Jubal.

    • A Lawful Rebellion
      A Lawful Rebellion Incorporated: Buen comentario. Lo suscribo.

      Respecto a la restricción del derecho de asamblea o reunión. No tiene ningún sentido impedir que dos o más personas puedan reunirse si no se tienen al menos buenos indicios de que alguna de ellas es contagiosa. Me basta con indicios. Aquí nos hemos ido a la versión más neurótica del utilitarismo negativo: como existe la posibilidad de que alguien pueda, tal vez, sufrir algún tipo de daño, aunque sea leve, entonces está moralmente justificado encerrar a todo el mundo, mediante amenazas de sanciones y violencia, amén de la vigilancia de un millón de delatores y cotillas infames sacados del guión de «Das Leben der Anderen». ¡Un desastre!

      Además, es muy posible que los epidemiólogos viejos tengan razón, contra las filosofías liberales: cuanto antes se contagie la gente (pequeño daño a una multitud), antes pasará el mayor peligro (grandes daños a todos). Es decir, la labor del gobierno (de estos o de los de la gobernanza privada descrita por Stringham) no es asegurarse de que nadie se contagie, obrando contra Natura, sino la de defender la vida y la propiedad de los más débiles, para lo cual muchos, los sanos, debemos encajar la infección con elegancia, procurando no pasarla a los débiles.

      Esto siempre ha sido así, por lo menos desde hace 200.000 años. Ahora somos más chulos que un ocho y queremos hacer de Natura nuestra perra. Es imposible, ni con un millón de nanobots corriendo por nuestro sistema linfático y dando información a los sapientísimos técnicos del ministerio de sanidad del gobierno mundial. La tecnología es una vana ilusión. La naturaleza nos gana siempre por la mano. Solo podemos colaborar con ella, nunca llegar a dominarla como harían los dioses olímpicos.

      El mayor don de la Naturaleza para los hombres ha sido, sin duda, la compasión. Aquellos que no sienten compasión son más desdichados que los ciegos o los que pierden el uso de sus manos por un accidente. Ir contra la compasión es también ir en contra de la Naturaleza. Hay que encontrar el equilibrio entre la compasión y el riesgo inevitable de vivir en el mundo real. Con locuras como el «contact tracing» y el «social distancing» y el secuestro preventivo de todos no hay manera de encontrar ningún equilibrio.

      Hay que confiar más en el sentido común de la gente, fomentar la responsabilidad individual y ofrecer alternativas racionales. La actitud totalitaria de los gobiernos, tan cara a mucha gente ignorante, nos hace mucho más daño que cualquier patógeno.

  3. De leer comentarios de las
    De leer comentarios de las semanas anteriores saqué la conclusión de que quizás estamos mezclando ámbitos y confundiendo realidades diferentes. Y que, en realidad, tendríamos (expuestos por orden de aparición histórica):
    (a) Que el liberalismo fundamentalmente es/viene a ser una FILOSOFÍA MORAL (más que una corriente conceptual).

    (b) Que esa filosofía moral tiene «una proyección hacia campos prácticos como»
    … la política: las diferentes versiones de la DOCTRINA (o filosofía) POLÍTICA liberal, que ha intentado históricamente reconducir y LIMITAR EL PODER (con distinto éxito en unas épocas y situaciones u otras) .

    (c) Que a partir de 1871 surgió de la mano de Carl Menger lo que más adelante sería conocido como la ESCUELA AUSTRIACA de ECONOMÍA, con la propuesta de un nuevo enfoque o método que vino a suponer la revolución marginalista (en realidad, marginal-subjetivista) en este área de investigación, que la llevó a dejar atrás sus estadíos previos pre-científicos. Es de señalar que no estamos hablando aquí de ninguna doctrina política, y que dentro de los estudiosos de esta escuela han existido personas de todos los colores y orientaciones políticas (e incluso, señaladamente, de orígenes, religiones y lenguas diferentes), aunque han predominado los liberales.

    Lo expongo aquí (mi opinión, abierto a crítica y rectificaciones, etc., obviamente) porque creo que avanzaríamos bastante si distinguiéramos unas cosas de otras.

  4. Agradezco a la persona que
    Agradezco a la persona que recomendó (en un comentario a otro artículo del IJM) al Dr. Knut Wittkowski como referente en epidemiología. En esta video-entrevista del 24 de abril reconsidera y reafirma «su opinión», muy alejada del «relato» oficial, sobre la epidemia COVID-19: https://www.youtube.com/watch?v=k0Q4naYOYDw

    En una sociedad que siguiera los principios liberales (como filosofía moral reinante en una parte significativa de su población, o bien como doctrina política aplicada) no se silenciaría ni se atacaría personalmente a un investigador por el mero hecho de expresar su opinión. Sin embargo en las sociedades dominadas por la SUPERSTICIÓN ESTATISTA ocurre de otra manera.

    Reproduzco un comentario de «En Fuego Entertainment» a dicho video:
    «Yup. Direct result of unethically funding science through government… just as Eisenhower warned. Completely outside the prescribed constitutional roll of government. Also the result of unethically subsidizing universities through government. Given the moral hazard of such arrangements, of course it will be corrupted for political gain by making people employed in government science financially dependent on the government. COVID is just another manifestation of what drives the Climate Change fraud: Do what’s politically expedient or watch your funding magically disappear.» Excepto el punto del cambio climático (que no tengo del todo claro por falta de información) comparto su opinión al 100%.

    Estas dos opiniones y la mía son lo que el Ministro de Universidades español, Manuel Castells, considera «Fake news» en las redes y quiere prohibir y censurar. Por mi parte, comparto también «la opinión» crítica de William R. Anderson sobre el trabajo de este «experto» internacional en Sociología (devenido ministro): «Manuel Castells and the decline of twentieth-century Sociology»: https://cdn.mises.org/qjae3_4_4.pdf

    El punto clave de esta polémica se retrotrae a la Methodenstreit (polémica o disputa del método… más adecuado para las ciencias sociales con especial detenimiento en la Economía), que se desencadenó a partir de la publicación del libro de Menger «Principios de Economía» (nacimiento de la Escuela Austriaca), y la defensa del método genético-causal realista empleado, en los años 1880.

  5. «Autoritarismo en tiempo de
    «Autoritarismo en tiempo de coronavirus», con Agustín Laje, Juan Ángel Soto y Hugo Pereira (Fundación Civismo) https://www.youtube.com/watch?v=R47lY47TlzI
    Especialmente interesante a partir del minuto 31.

  6. Comparto tus conceptos,
    Comparto tus conceptos, Alejandro. Una de las funciones del Estado que nadie discute en el liberalismo es la protección de la vida y los bienes de los ciudadanos. El Estado está para impedir que nos roben, nos dañen o nos maten y para eso tiene el monopolio del uso de la fuerza defensiva. Si se produce una pandemia, el Estado debe actuar para salvar la mayor cantidad de vidas en peligro y para eso tiene que usar herramientas extraordinarias. Tal vez en la Argentina y en otros países se ha manejado mal esta pandemia, tal vez debió buscarse otra fórmula en lugar de cerrar todas las actividades. Pero cualquiera sea el método que se disponga siempre va a existir una restricción en las libertades individuales. Por lo tanto, el Estado ha actuado de acuerdo a su responsabilidad específica, proteger la vida de los ciudadanos e impedir que los irresponsable nos contagien por su negligencia y descuido. Si lo ha hecho bien o mal, podremos juzgarlo después de que esta pesadilla haya pasado. Por el momento tiene el deber de usar todo su poder para protegernos, y el liberalismo no puede llamar a eso dictadura, como he visto que lo han hecho. Yo estuve inicialmente en desacuerdo con el confinamiento social decretado, pero luego entendí que no había otra forma de evitar llegar a lo que se llama «el dilema de la última cama», es decir, el colapso del sistema sanitario . Si este aislamiento, a la larga, va a matar más gente que el covid-19, yo no lo sé. Nadie lo sabe porque no hay experiencia moderna en esta amenaza inesperada. Si nos va a costar mucho salir. Y saldremos con libertad: cuanto más libertad, más rápido.

    • Muchas gracias, Enrique, muy
      Muchas gracias, Enrique, muy honrado por tu comentario

  7. Yo escribí el comentario
    Yo escribí el comentario anterior pero lo envié erróneamente antes de corregirlo y poner mi nombre.


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