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El mito de la pobreza en Estados Unidos

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Uno de los momentos estelares de la estupidez progre española tuvo lugar cuando Miguel Bosé explicó, en un programa de televisión, que el país con más pobres del mundo era Estados Unidos. Semejante mito –absurdo para quien no mire la realidad con anteojeras ideológicas– se sustenta en una estadística que sitúa de forma más o menos estable el número de pobres en Estados Unidos entre los 30 y 40 millones de personas.

Desgraciadamente, con números así la propaganda ya está hecha. No hace falta añadir nada. Cualquier respuesta más interesada en la verdad que en la demagogia ya tiene que ser más elaborada y explicar un buen montón de cosas que quien no se preocupe demasiado salir del prejuicio (y son legión) no escuchará jamás.

Así, esta cifra es criticable por muchas razones. Primero porque, siendo una medida de pobreza absoluta –al contrario que en España–, calculada partiendo del dinero que un hogar de tamaño determinado requiere para cubrir las necesidades de comida, techo y ropa de sus miembros, los datos sugieren que está bastante por encima de una «línea de pobreza» real; casi todos los pobres tienen su televisión en color, cerca de la mitad son propietarios de su casa, el 80% tiene aire acondicionado, tres cuartos tienen coche, el 62% tiene televisión por cable, etc. Existen pobres en Estados Unidos, pero son muchos menos que esa cifra algo fantasiosa citada por Miguel Bosé; alrededor de un 2% de los hogares pobres reconoce que en ocasiones no tienen qué comer.

Hay que tener en cuenta que las medidas de ingresos en Estados Unidos excluyen las ayudas gubernamentales y, claro, los posibles cobros en dinero negro. Además, se hacen antes de impuestos. Eso lleva a sobrevalorar lo que ganan los más ricos, que son quienes más pagan al fisco, y despreciar lo que realmente reciben los más pobres.

Pero, sobre todo, lo que estos estudios no tienen en cuenta es el carácter dinámico de la vida. Un empresario próspero que tenga un año malo caerá durante ese ejercicio por debajo de la línea de pobreza, pese a vivir bien. Quienes empiezan de cero, en trabajos mal pagados, pero van ascendiendo en la escala social y económica siempre empezarán su vida laboral por debajo del umbral de la pobreza, pero pueden acabarla perfectamente entre quienes más dinero ganan. Un rentista, aunque viva en Beverly Hills, puede no tener ingresos y ser considerado «pobre». También un jubilado que recibe una generosa pensión puede ser considerado pobre.

Si dividimos la población en cinco grupos dependiendo de sus ingresos, y seguimos su trayectoria a lo largo del tiempo, nos daremos cuenta de lo absurdo que es tratar la pobreza como un estado permanente. Sólo el 5% de aquellos situados en el 20% de ingresos más bajos en 1975 estaba en la misma situación en 1991. Los demás habían ascendido; de hecho, el 29% había alcanzado el grupo del 20% con los ingresos más altos.

Aún así sigue habiendo quien, pese a reconocer que los datos de pobreza reales son mucho menores, aborrecen la desigualdad existente en el gigante norteamericano. El grupo más rico supera al más pobre en ingresos por un ratio de 15 a 1. Pero si pasamos de evaluar hogares a individuos y fijarnos en cuánto consumen, ese ratio se reduce a 2.1 a 1. El mercado y la globalización –y la innovación que traen consigo– han abaratado casi todos los productos. La diferencia entre quienes más ganan y quienes menos ganan a veces es mera cuestión de tiempo; yo no me compraré ahora un reproductor Bluray, pero seguro que dentro de unos años dispondré de él a una fracción del precio al que lo compraron los ricos.

Evidentemente, tanto aquí como en Estados Unidos hay pobres de verdad, aunque su número no esté bien estudiado. Según la investigación de la Heritage en los datos del censo, las causas de los bajos ingresos de los hogares realmente pobres son que los padres trabajen poco o nada, que sean monoparentales o que están formados por inmigrantes de muy baja capacitación, incluyendo el desconocimiento del inglés. Nada que la mentalidad victimista de la izquierda de aquí o allí no sepa fomentar.

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