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El nacionalismo es un vínculo religioso con el Estado

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La amenaza para el poder son los que piensan en términos de libertad individual, todos los demás son amigos potenciales.

El nacionalismo es una de las tantas malas consecuencias de la Revolución francesa, que al poner en entredicho el orden anterior dejó a la deriva conceptos como la legitimidad, el reino y el Estado. Una de las derivaciones de la agitación del ala izquierda de la Asamblea es la habilitación nacionalista del uso de la fuerza. Eso es, al final del día, un culto al Estado como depósito de la identidad con carácter religioso (re-ligante). Una vez que no somos los súbditos del rey ¿qué somos? ¿Qué es Francia además de un lugar en el que ejerce su potestad excluyente un monarca? ¿Quién es “el pueblo” si no los gobernados por esa autoridad? Lo que parece quedar como alternativa de respuesta es que “somos” los de este lugar grande, de poblaciones lejanas entre sí, que estamos dentro de los mismos límites que antes habían conquistado los ejércitos del rey. Ahora todas son fuerzas populares, la compulsión se ejerce en nombre de una colectividad. A eso solo falta sumarle una liturgia, con sus correspondientes juglares y tenemos al nacionalismo como la más directa y despojada glorificación del Estado posible. El traspaso de la sumisión a un concreto, el rey, a la sumisión a un abstracto, el Estado, ocurre por medio del nacionalismo y la voluntad general.  

En el mundo anterior, para una aldea el extranjero o el foráneo es un desconocido que llega, en quien no podemos confiar del todo porque no sabemos de él como sabemos de los demás. A partir de la ficción nacionalista aparece la irracionalidad de la xenofobia como rechazo no justificado en otra cosa que la extra nacionalidad, que a su vez implica aceptación especial de otros desconocidos basada nada más que en la nacionalidad. En el mundo actual todos son desconocidos, hasta el vecino de al lado, pero el nacionalismo lo ubica por medios educativos en un colectivo, un “nosotros”, mientas que pone al de otro lugar en otro colectivo, un «ellos», y toda esa tontería tiñe la política permanentemente. Lo cierto es que el nacionalismo al que torna en un peligro potencial es al desconocido vecino de al lado, no al desconocido que viene de otro país. El vecino desconocido de al lado es el que puede influir en que se imponga un arancel al acero con el que se hacen los automóviles que compramos. 

En el orden anterior los soldados luchaban por el rey, a partir del nacionalismo son soldados vinculados emocionalmente al Estado que luchan por “su país”, lo que significa su Estado. Este es el origen del concepto de “guerra total” y de los bombardeos a ciudades y a civiles, porque enemigos son todos los del otro país, no los ejércitos del monarca hostil.

El liberalismo clásico, que se confunde y seguramente se seguirá confundiendo con la caja de Pandora de los revolucionarios franceses, se desarrolla en la tradición anglosajona y se perfecciona en el proceso que se inicia con la declaración de independencia de los Estados Unidos, que no está basada en una nueva justificación del Estado, aunque la tiene más que nada diez años después, sino en la libertad individual y la ratificación del autogobierno como una extensión de esa libertad individual. No le asigna al Estado o a la nacionalidad trascendencia alguna. Jefferson habla de que todos los hombres nacen y permanecen libres, no los norteamericanos. 

Lo que está ocurriendo ahora es que un Donald Trump se declara nacionalista incorporando los parámetros del nacionalismo europeo, que se transforma en doctrina moral, política y económica asociada a “intereses nacionales”, como colectivismo y socialismo, con Johann Gottlieb Fichte, considerado el padre del idealismo alemán, quién propiciaba un absoluto proteccionismo, justificado como amor al colectivo estatal nacionalista. La explicación nacionalista de las relaciones comerciales de Trump y su idea de que el crimen en el país es importado, es ahora compartida por gente que se dice liberal o libertaria, e incluso que son los “de verdad libertarios”, de acuerdo a una monumental simulación que incluye el culto a su personalidad. Ya hablé en un artículo anterior de esta cuestión así que no voy a volver, pero supongo que a partir de una depuración quedará un liberalismo más claro en sus definiciones.  

De manera que en Estados Unidos el nacionalismo es tan importado como los inmigrantes y el acero. 

Pero hay otras paradojas que nos ayudan a comprenderlo mejor. Los nacionalismos son solidarios entre sí y se van constituyendo, como pasó con el llamado “socialismo del siglo XXI” en un partido trasnacional, lo que ocurre es que eso podría no ser contradictorio con el socialismo marxista, pero sí lo es con el socialismo nacionalista. De cualquier manera hay que subrayar que casi todo lo que queda del marxismo real en esta parte del mundo es también nacionalista; que Cuba, por ejemplo, exportó su sistema político a Venezuela como nacionalsocialismo y no como estalinismo y que su discurso de victimización frente a Estados Unidos es básicamente nacionalista. 

La paradoja de la solidaridad trasnacional entre nacionalistas solo puede explicarse por el hecho de que lo que en verdad los une no es el amor a los propios y el odio a los extraños, sino una misma explicación del Estado y de cómo los límites del liberalismo clásico pueden y deben ser dejados de lado. 

Hay otras pistas que van en el mismo sentido. El primer movimiento antiglobalización no viene de la “derecha” nacionalista, sino de la izquierda nacionalista, que organizaba todo tipo de disturbios para luchar contra ella. Se recuerda la violencia ocurrida en Seattle en el 99. También las declaraciones del Foro de São Paulo y en Mar del Plata la contracumbre organizada por Hugo Chavez y Néstor Kirchner contra el proyecto del presidente Bush de concretar una zona de libre comercio americana, el ALCA.

El renacimiento nacionalista de los últimos tres años es continuador de aquellas batallas de la ultraizquierda, pero tiene una liturgia de derecha, según lo que la izquierda siempre ha identificado como tal. Por lo tanto el nacionalismo, que no es derecha sino izquierda, salvo por el capricho con el que el marxismo bautizó a sus conflictivos hermanos, no es la contracara conceptual del neomarxismo. 

Otra de las paradojas nacionalistas está en la nacionalidad en sí misma, porque los países, los Estados, que la conceden con base en el nacimiento, son los menos. En general es la nacionalidad de los padres lo determinante, su vínculo de ciudadanos con el Estado. Estos dos sistemas conviven y los nacionalistas se sienten bien con ambos, porque lo central es el vínculo con el aparato de poder político. 

Es también un nacionalismo que venera a una figura como Vladimir Putin, que parece ser el que tiene más claro el juego estatista y expansivo del poder y del control de la población que está jugando. El no pretende disfraz libertario alguno y los que sí se visten con ropajes ajenos encuentran la justificación para su adhesión al tirano ruso en el fantasma de la “ideología de género”. No importa nada más, explica el que será el canciller de Bolsonaro en Brasil, el “otro marxismo ya ni existe”, ahora hay que luchar con el intento de «mariconizar» al mundo, que es el proyecto de poder comunista. Lo comunista no es el sometimiento a los planes de vida del Gobierno, sino los planes de vida alternativos a los del Gobierno. 

Pero el problema es que Putin, que diría que es un buen émulo de Perón, también se asocia al chavismo y al castrismo en Cuba y a cualquier otro bandido que esté suelto por ahí, no solo a los nacionalismos europeos ¿Deja de ser “de derecha”? A Perón tampoco le importaban nada la derecha o la izquierda. Pese a que habría que ponerlo como miembro pleno del gran club del nacionalsocialismo, era capaz de juntar a los guerrilleros marxistas con la policía política nacionalista que los combatía. Porque él, como Putín, sabía que todas esas ideologías, sea el marxismo, el nacionalismo, la fantasía de que hay una conspiración de los que creen que el Estado no es nadie para decir qué tipo de familia tienen que hacer, la exaltación de una “cultura amenazada”, sirven para justificar al poder y su concentración y eso es todo lo que importa. Las banderas son para los idiotas. La mitología de las clases es para los idiotas. La creencia en la corporalidad e identidad a través de la “cultura”, es para idiotas. La única realidad es el poder y sus armas y la amenaza para el poder y sus armas son los que piensan en términos de libertad individual, todos los demás son amigos potenciales. 

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