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El papel monetario (y civilizador) del oro

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Richard Salsman en su libro Gold and Liberty señala que el papel monetario «oficial» del oro depende del sistema político imperante en cada tiempo y lugar. Cuando el papel moneda inconvertible no es avalado por leyes de curso forzoso y los poderes del Estado son limitados, el oro es reconocido oficialmente como dinero. Cuando el Estado goza de amplios poderes para manipular el signo monetario y el oro es hostigado más o menos abiertamente, el metal amarillo pasa a convertirse en refugio frente a la depreciación monetaria y eventualmente medio de cambio en economía sumergida. Sea como fuere, las propiedades monetarias del oro no desaparecen por mucha desmonetización de iure que los estados aspiren a establecer.

Decía Percy Greaves que «el oro será desmonetizado cuando las mareas obedezcan las órdenes de retirarse que les daba el rey Canuto». En la actualidad, como ha ocurrido siempre a lo largo de la historia, la inmensa mayoría de la demanda de oro tiene como finalidad su atesoramiento, no su consumo. Eso es lo que le hace distinto de la práctica totalidad resto de bienes. El oro tiene una idoneidad objetiva para satisfacer las necesidades de acumular riqueza, intercambiar sin sufrir quebranto y calcular el beneficio o pérdida de las actividades con ánimo de lucro. Esta idoneidad objetiva que el mercado descubrió en el oro está en relación con las cualidades que posee: ser atractivo y precioso, escaso por persona, tener una altísima proporción stock/flujo anual, ser divisible, fungible, cómodo y barato de transportar y además no perecedero.

No se trata de que el oro tenga un valor intrínseco. Tampoco de que en torno a él exista una suerte de fetichismo místico o las reminiscencias de una bárbara reliquia. Se trata de que es objetivamente mejor dinero que el papel moneda inconvertible –que no es ni atractivo, ni precioso, ni tiene garantizada una alta proporción entre el stock existente y el flujo anual que se crea cada año y además es notablemente deficiente a la hora de conservar valor a través del tiempo. Su supuesto bajo coste de fabricación (y las ventajas de economía en el empleo de recursos) no tiene en cuenta los enormes costes para la economía que acompañan a su empleo en términos de coberturas por tipos de cambio y tipos de interés, la reducción ahorro, las burocracias de los bancos centrales, la proliferación de dinero caliente y su efecto desestabilizador, etc.

El economista sueco A. Okun expresó esta misma idea de otra forma: en el régimen de inconvertibilidad la conservación del valor de los ahorros depende de la especulación acertada y la sofisticación financiera. Cuando existe papel moneda no hay ancla estable de ningún tipo. Incluso el valor del oro se vuelve volátil a corto plazo según fluctúa la confianza en el papel moneda. El valor de los ahorros de la gente pasa a estar a merced de la actitud de los banqueros centrales, de los programas políticos, de la calidad de los activos y de las reservas sistema bancario, de la deuda pública flotante, de la estabilidad del estado y de sus cuentas, de la incertidumbre geopolítica. No es extraño que todo ello lleve a acrecentar la preferencia temporal eliminando uno de los principales factores de civilización como es la atención del largo plazo, a socavar las clases medias y a infantilizar a la gente que se vuelve hacia el Estado como supuesto salvador.

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