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El Tíbet no es Hong Kong

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Las últimas revueltas en Lhasa, protagonizadas por miembros de la organización independentista Tibetan Youth Congress, y la subsiguiente represión de las autoridades chinas han suscitado un gran número de comentarios en Occidente. Dejando al margen a los partidarios del comunismo chino y a los que acusan al Dalai Lama de ser un agente de la CIA (es cierto que en el pasado aceptó fondos tanto de Washington como de Taiwán), llaman la atención los que proponen una solución mediante la aplicación del modelo "dos sistemas, un país", es decir, el sistema vigente en lugares como Hong Kong y Macao.

Hace unos días, Luis Racionero expresaba en El Imparcial su confianza en que Pekín consintiera que el Dalai Lama, quien hace más de dos décadas renunció a la independencia de su país, gobernase un Tíbet autónomo "hasta que la maduración de la democracia en China permitiera llegar a acuerdos beneficios para ambos países sin necesidad de que el gigante aplaste al pequeño". El escritor deseaba que el Tíbet se desarrollase como lo ha hecho Andorra y que sus habitantes alcanzasen la prosperidad económica.

Por su parte, Sir Malcolm Rifkind, secretario de Asuntos Exteriores británico entre 1995 y 1997, defendía en el diario The Timesuna solución optimista y "disponible" basada en el capitalismo y en la relativa libertad de que disfrutan en Hong Kong y Macao, un arreglo que según él China estaría encantada de ofrecer a los taiwaneses. Al igual que Racionero, el político británico considera que la concesión de autonomía y la creación de un Gobierno presidido por el Dalai Lama no serían demasiado difíciles de aceptar para China, cuya política de emigración masiva a la región ha sido un fracaso. Por desgracia, el autor olvida hechos tales como las matanzas, la destrucción del patrimonio artístico y cultural del Tíbet y la pena de muerte por hablar la lengua tibetana o poseer imágenes del Dalai Lama. El artículo termina con una apelación al diálogo a cambio de que el Dalai Lama renuncie a la independencia de su país y a la violencia, como si no lo hubiera hecho antes (ha llegado a amenazar con su dimisión si el Tibetan Youth Congress no cambiaba su táctica) y deseando que "una oferta seria de reforma política y cultural" conlleve "una oportunidad única para que la nueva China sea bienvenida y ocupe el lugar que le corresponde en el panteón de las naciones".

Unos análisis hechos desde la buena fe y el sincero respeto por el pueblo tibetano, aunque también desde la más profunda ignorancia de la labor realizada por el Dalai Lama, algo que China conoce bien y que teme más que un año sin monzones.

En primer lugar, una de las tareas más importantes llevadas a cabo por el Gobierno tibetano en el exilio ha sido la paulatina democratizaciónde sus prácticas y estructura. Así, en 1963 la administración de Dharamsalapromulgó una Constitución que entre otras cosas prevé la destitución del propio Dalai Lama, quien siempre se ha mostrado contrario a la conversión de su país en un parque temático para el disfrute de las minorías contraculturales de Occidente. Además de esto, en los años 60 se creó una Asamblea Nacional Tibetana cuyos miembros son elegidos en la actualidad por sufragio universal de todos los exiliados, cuya tasa de alfabetización es superior al 80%. Este parlamento elige a su vez a un Gobierno y posee iniciativa legislativa. En 1992, el Dalai Lama renunció a jugar un papel político en el futuro Gobierno del Tíbet y en 2000 propuso cambios en la Constitución para que el primer ministro fuera elegido directamente por el pueblo.

En 1973, el Dalai Lama realizó su primera visita a Occidente y en 1987 afirmó en el Congreso de los Estados Unidos que el pueblo tibetano "debe ejercer sus libertades democráticas básicas". En efecto, una de las constantes de su discurso es su convicción de que gracias al exilio muchos tibetanos han conocido la democracia y los derechos individuales ("Vivir fuera del Tíbet me ha proporcionado una perspectiva inestimable, la de saber que nuestro sistema político anterior estaba anticuado y mal equipado para afrontar los desafíos del mundo contemporáneo") y que el acerbo político y cultural occidental, incluida la economía de mercada, contiene una serie de valores que trascienden las diferencias culturales:

Algunos líderes asiáticos afirman que la democracia y las libertades a ella asociadas son productos exclusivos de la civilización occidental. Arguyen que los valores asiáticos son, si no diametralmente opuestos a la democracia, sí al menos significativamente diferentes (…) El reconocimiento y respecto de los derechos humanos básicos, la libertad de expresión, la igualdad de todos los seres humanos y el Estado de Derecho no son simples aspiraciones, sino las condiciones necesarias de una sociedad civilizada.

Pensar que China vaya a admitir con facilidad que un hombre que expresa su admiración por intelectuales como Karl Popper, Amartya Sen y el mismísimo Robert Nozick, aplaudió la caída de la Unión Soviética y agradeció el papel jugado por Estados Unidos y Europa en su fin y afirma que "cuanto más aprendan los tibetanos sobre su potencial individual y su capacidad para jugar un papel en su propio gobierno, tanto más fuerte devendrá nuestra sociedad" ocupe la jefatura de un gobierno tibetano autónomo pertenece al mundo de los sueños. Nadie planta una bomba de relojería en su propia casa. Sólo los incautos pueden llegar a creer que Pekín esté dispuesto a destituir al heredero alternativo del Dalai Lama (el Partido Comunista creó una organización budista propia, igual que hay que hay una jerarquía católica china) y a restituir al Dalai Lama para permitirle difundir su mensaje por toda China. Es por esto que las negociaciones, si las hay, serán largas y difíciles, justo lo contrario de lo que creen los ingenuos, y que el retorno de Tenzin Gyatso y su libertad de expresión y movimiento deben ser condiciones sine qua non de cualquier acuerdo aceptable para los gobiernos occidentales, más allá de la apertura de un centro comercial y de un par de fábricas.

No es la acumulación de capital y el consumo masivo lo que preocupa a los comunistas chinos, sino la afirmación de la autonomía individual frente a un Estado omnipotente. Eso es lo que representan el Dalai Lama y los suyos. Las llaves de China no se hallan en Hong Kong, sino en Dharamsala.

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