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En defensa de la cordura

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Todavía impresionado por las agudas lecciones que el profesor Antal Fekete nos impartió a los asistentes al seminario que albergó este Instituto el pasado fin de semana, quiero centrar mi comentario en una cuestión práctica que abordó en una de sus intervenciones.

Me refiero a la dificultad, aparentemente insalvable, de articular un conjunto básico de respuestas liberales a la crisis mundial, debido a lo que él mismo denominó "luchas fratricidas" entre sus diversas escuelas de pensamiento. Fekete se lamentaba, con amargura, de las barreras intelectuales que dividen a los partidarios de la recuperación de un patrón de dinero sólido con respaldo metálico, frente al modelo de dinero fiduciario de curso legal y forzoso emitido por los bancos centrales.

Si se comparte la idea de atribuir la responsabilidad de la depresión que estamos sufriendo al segundo de estos modelos, ¿por qué no se presenta una alternativa común que oponer a los intervencionistas dominantes, sin perjuicio de que continúe el debate intelectual interno? Eso es lo que venía a plantear, en esencia, Fekete.

De cualquier modo, podríamos añadir, debe comprenderse que la lucha contra la banca central –de Estado o global– y el dinero fiduciario constituye una piedra de toque para acabar con uno de los instrumentos más eficaces del dominio estatal sobre los individuos, cuyo desmoronamiento se está produciendo delante de nuestros ojos y de los mandarines que dirigen esa política monetaria. Sobre ese pilar, además, se ha edificado un Estado omnipotente que ha dejado inermes a unos, que no se benefician de conexiones con el poder político, y convertido a otros en dependientes de la rapiña que sortea el Estado del Bienestar.

Ni que decir tiene que el gran público se muestra ajeno totalmente a estas disquisiciones. Aunque el recelo y la desconfianza son crecientes, parece que el descontento queda atrapado en la telaraña tejida durante más de setenta años por los presupuestos ideológicos intervencionistas. Dentro de ese contexto, solo una efectiva difusión de ideas alternativas puede hacerlas aptas para ser asimiladas por sectores amplios de la sociedad. Esa condición resulta previa para que lleguen a convertirse en guía de las múltiples elecciones públicas que los individuos realizan a lo largo de su vida. No se trata de confeccionar un programa político a corto plazo, sino de difundir los cimientos de un determinado curso de acción alternativo para el futuro.

El anterior ejemplo sobre diferencias exacerbadas entre liberales podría ampliarse a otras muchas instituciones impuestas por el Estado, cuya reforma o simple abolición concita acuerdo. Un excesivo énfasis en resaltar diferencias, objetivamente nimias si se comparan con las abismales que separan a los liberales de los idólatras del Estado, cortocircuita la transmisión de un mensaje inteligible para una mayoría no especializada. Se trata de no descuidar ningún flanco ya que, no nos engañemos, las recetas liberales parten de una posición peor que la que otorgaría el desconocimiento en el mercado de las ideas. Una propaganda apabullante las ha estigmatizado con éxito como reacciones de una minoría privilegiada. Simple y llanamente.

Observada la situación desde otro punto de vista, los momentos de crisis espolean el ingenio de los seres humanos. En el emergente mundo de las ideas liberales en español hemos presenciado la publicación de estudios dirigidos al gran público que tratan de diagnosticar las causas y apuntan vías de salida para estos males, sin parangón en el lado de los socialistas e intervencionistas. Esperemos que se produzca un fenómeno de retroalimentación y que autores ignotos se atrevan a plasmar sus conocimientos y sus propuestas no solo en publicaciones científicas, sino también en medios de difusión populares. Si no se consigue una masa crítica de seguidores de la causa de la libertad, va a ser prácticamente imposible cambiar este estado de cosas.

Discrepo de una línea de pensamiento que sostiene que el sufrimiento directo de los efectos a que conduce indefectiblemente el modelo en crisis constituye la mejor receta para que sobre sus cenizas surja espontáneamente un orden diferente. Por el contrario, intuyo que la hidra demagógica dispone de un terreno abonado para desviar las responsabilidades y reinar sobre el campo de Agramante en las peores condiciones. La experiencia histórica y contemporánea corrobora que cabe la posibilidad de que los hombres persistan en el error durante mucho tiempo y encumbran a sus causantes.

Fruto de la división del trabajo y de su ingenio, los seres humanos han desentrañado progresivamente misterios de la naturaleza y disponen de medios técnicos que les pueden facilitar la vida de una manera increíble no hace tantos años. Si este progreso ha sido posible gracias a la mejora del conocimiento, debe ser posible que la comprensión básica de los problemas de las sociedades por un número suficiente de individuos sirva de pilar para corregir el rumbo, antes de que el experimento socialista-estatista continúe produciendo más resultados catastróficos sobre los conejillos de indias humanos.

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