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En la política como en las empresas

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Muchos españoles consideran que la clase política es uno de los principales problemas del país. De hecho, según el barómetrodeoctubre del Centro de Investigaciones Sociológicas, se encontraría en el tercer puesto solo por debajo del paro y los problemas económicos. La política se percibe como problema en lugar de dar solución a los problemas de la res publica cuando en realidad la política es parte de la cosa pública. De la misma forma que el capital humano de la clase política es parte del mismo cuerpo que compone la sociedad.

Desde las juventudes hasta la jubilación en alguna institución pública o subvencionada (el número de senadores es limitado y no caben todos), los políticos profesionales medran de cargo en cargo. En el camino van consolidando posiciones, independientemente de su valía y méritos pues priman las familias políticas, padrinos, lealtad incuestionable al partido y todo tipo de favores a devolver. En realidad, los que critican el funcionamiento de esta partitocracia la envidian y quisieran participar en mayor grado de ella o extender sus formas allí donde ellos desarrollan sus actividades.

En la era estatista, pensar en política es como bucear en un tanque de agua en el que hemos metido una ballena. Inevitablemente chocaremos con este cetáceo-leviatán. Los tentáculos del Estado y la actividad empresarial se entrelazan entre concesiones, concursos, permisos y comisiones que engrasan su funcionamiento en semejante entramado de regulaciones. No es solo que no se pueda hacer nada sin el visto bueno de los políticos, sino que la mentalidad empresarial de muchos españoles se aleja del capitalismo para abrazar el mercantilismo de quienes se cobijan y agradan a los poderosos para conseguir ventajas sorteando la competencia del libre mercado. Este capitalismo de Estado pretende la socialización de las pérdidas y la privatización de los beneficios siempre que los favorecidos sean ellos mismos.

Así, quienes no trabajan en Banca recelan de las capitalizaciones, los profesores están de acuerdo con bajar el sueldo de los soldados pero se niegan a tener que dedicar mayor tiempo de su jornada a dar clases. Los empresarios quieren liberalizar mientras que ahogan a los trabajadores aun cuando tienen beneficios. Mientras tanto, los mismos emprendedores que critican la duplicidad – o cuadruplicidad- de administraciones peregrinan de ventanilla en ventanilla mendigando algún tipo de "ayuda". Todos ven la paja en el ojo ajeno pero no solo no ven la viga en el propio sino que quieren protegerla de los demás.

Una sociedad conservadora en la peor acepción del término, inmovilista para conservar sus privilegios a cualquier precio y por encima de cualquier cambio ambiental. Pensar que los políticos son un problema sin hacer examen de conciencia primero solo conseguirá un "quítate tú para ponerme yo". Tal vez sea el pecado nacional de la envidia o la conjunción de una mentalidad acostumbrada al pesebre unido a unas instituciones diseñadas para mantenerlo y perpetuarlo. ¿Fue antes el huevo o la gallina? ¿El pesebre o el apesebrado? El sistema de subvenciones a través del que se articulan civilmente nuestras sociedades (de las ONG’s a los sindicatos pasando por los partidos políticos o la Iglesia) es el que se demanda por lo que solo cuando se extingan tanto el huevo como la gallina se podrá dar por terminado este sistema piramidal de privilegios al que llaman Estado del Bienestar.

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