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Jean-François Revel, maestro liberal

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La última vez que pude escucharle fue en su homenaje auspiciado por FAES en un gran hotel próximo al Madrid de los negocios. El viejo león marsellés imprimió un tono de sagacidad e ironía en sus palabras, aunque ya se advertía que era un hombre finalmente gastado. Al día siguiente el presidente Aznar le concedía la máxima condecoración civil en España. Poco tiempo después llegó el atentado, la derrota y todo lo demás. Era el epílogo español a su obra y también el fin impensado de una manera de hacer política en este país.

Volviendo la vista atrás, durante los años 80, en el inevitable paso por la escuela y el instituto, nos vendieron a muchos la mortífera idea de que la solución a los males presuntos de Occidente era nada menos que el modelo autogestionario yugoslavo. Cuando descubrimos en la primera juventud a Jean-François Revel en sus libros, nos dimos cuenta del festival de mentiras que propalaban aquellos clérigos de la enseñanza. Hemos leído, casi devorado, La tentación totalitaria y El conocimiento inútil con ojos sorprendidos entre la fascinación y la tristeza. Fascinación por la agudeza de Revel y tristeza por el diagnóstico. ¡Tanta vida de Revel volcada en Iberoamérica para otra vez –visto el delirante eje entre Caracas, La Habana y La Paz– empezar de nuevo! En La gran mascarada nuestro maestro liberal desveló la exigua diferencia entre totalitarismos: los nazis cuentan lo que van a hacer y lo hacen; los comunistas callan siempre y finalmente ejecutan. ¿En qué posición, por ejemplo, se encuentra ETA-Batasuna ante esa doble estrategia rojiparda explicitada por el legendario director de L´ Express?

La obsesión americana fue su última obra publicada y en ella denunciaba la corrupción de los gobernantes perceptores de la ayuda internacional así como la violencia intrínseca del movimiento antiglobalizador:

Contra las dictaduras es contra las que la violencia o la obstrucción física son legítimas, porque brindan el único recurso para quienes quieren contribuir al restablecimiento o al establecimiento de la democracia, pero los amotinados de Niza o Génova hacían lo contrario: atacaban la democracia con el fin de substituirla por la fuerza.

Revel tenía amplia curiosidad por múltiples asuntos de nuestro mundo como los manjares de la cocina o la eternidad a través de las interesantes conversaciones mantenidas con su hijo budista. Ateo confeso, libre espíritu, nunca defraudaba y ahora mismo vale su obra para explicarnos todos los peligros que nos circundan.

Muere Jean François Revel casi el mismo día que J.K. Galbraith, otro ilustre de afilada palabra pero al servicio de una causa dislocada y estéril. Por el contrario, nos queda de Revel su combate contra el comunismo, su afán en pelear el disimulo en Europa, su interés en el arte de vivir filosófica y materialmente mejor; el testimonio refrescante y sincero en defensa de la libertad para las generaciones que siguen rechazando la tiranía de cualquier sitio.

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