Skip to content

Justicia o venganza: la vulnerabilidad de los grandes

Compartir

Compartir en facebook
Compartir en linkedin
Compartir en twitter
Compartir en pinterest
Compartir en email

En 1759, Adam Smith afirmaba en su Teoría de los Sentimientos Morales que "no hay mayor tortura para el ser humano que el resentimiento violento que no puede ser satisfecho".

La semana pasada fuerzas militares de los Estados Unidos, siguiendo las órdenes del su Presidente, mataron al terrorista más buscado de la década: Osama Bin Laden.

Las circunstancias particulares del acontecimiento: una operación ultra secreta en la vivienda del terrorista en la ciudad paquistaní de Abbottabad, delante de una de sus hijas, junto a su mujer y otro hijo, y el hecho de que el terrorista estuviera desarmado, no parecen sugerir al público norteamericano que algo no cuadra en todo esto.

Más bien al contrario, al saber la noticia corrieron a la zona cero de Nueva York, donde el terrorista perpetró uno de los atentados más crueles de nuestro tiempo, y el único en territorio estadounidense, para regocijarse coreando las siglas "USA", como muestra de la gran verdad mencionada en las primeras líneas, escrita siglos atrás por el filósofo escocés.

El problema es bajo qué etiqueta archivamos la muerte de Bin Laden. Por lo que he leído hasta ahora, la mayoría justifica que la ley de los Estados Unidos prescribe que es legal torturar fuera del territorio de los Estados Unidos, y es legal abatir a tiros a un criminal no armado fuera del territorio de los Estados Unidos, y explican por qué matar a Bin Laden no tiene nada de ilegal. Pero creo que hay que ir más allá de eso. Para quienes estamos en contra de la pena de muerte, la cosa está clara. Si todo el mundo merece un juicio justo y la posibilidad de defenderse, tal vez el mayor terrorista de la historia estadounidense también. ¿O no?

La excusa de que se trata de un acto de guerra y que en esas circunstancias ya se sabe, primero se dispara y luego se pregunta, no es nada convincente. Una guerra es un conflicto armado entre dos o más naciones o entre bandos de una misma nación según nos dice el diccionario. No hay una guerra contra el terrorismo. Hay una lucha contra esa lacra, contra un grupo armado que pretende manipular un país mediante el terror. Eso no es una guerra.

No es difícil imaginar qué sintieron los familiares de los miles de muertos en el atentado del 11-S, no es imposible empatizar con los millones de estadounidenses que se alegraron de la muerte de Osama Bin Laden. Pero, o nos importa el cómo además del qué, o nos igualamos a los otros. En mi opinión, lo que dice la ley estadounidense confirma que nos encontramos ante un acto de terrorismo de Estado. Y no me parece justificable. Probablemente habría sido más humillante un juicio justo, una condena a muerte (aunque ya he dejado clara mi postura al respecto). Tampoco ayuda que sospechosamente tiraran el cadáver al mar. No tiene sentido. Como no aumenta la credibilidad que justifiquen el abatir a un hombre desarmado argumentando que no se rindió, o que daba la impresión de que su mujer iba a coger un arma. ¿Por qué no mataron solamente a la mujer? Pero ese no es todo el análisis que se puede hacer del tema, y al fin y al cabo mi opinión no es más que eso, una opinión.

La venganza, individual o colectiva, muestra la imposibilidad del individuo de aceptar el dolor de sentirse vulnerable y, así, ante un acto de violencia contra él, necesita devolverlo para recuperar seguridad en su capacidad de autoprotegerse. La justicia, que es una construcción humana, es la canalización civilizada de ese sentimiento moral, de esa necesidad de venganza social. Y, precisamente, fue Adam Smith quien escribió en la obra anteriormente mencionada que la justicia no tiene por objeto reparar a la víctima, que suele ser imposible, sino absorber la natural indignación popular que se traduce en devolver el daño. De esta forma, los estadounidenses, que ven su ciudadanía atacada en su propia casa, no pueden sino salir a la calle a gritarle al mundo que siguen siendo los más capaces de vengarse, y que si no manchan la moqueta, es hasta legal. De lo que nadie puede convencerme es de que el asesinato de Bin Laden es parte del fin de Al Qaeda, en este caso, muerto el perro no se acabó la rabia. Más bien lo que se espera es una reacción.

Será interesante seguir por las redes sociales qué dicen los imanes en la oración de hoy viernes para tomar el pulso de la cuestión, si se manifiesta resignación, alivio, rabia o sed de venganza. Más venganza.

Aún no hay comentarios, ¡añada su voz abajo!


Añadir un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Más artículos

H.L.A. Hart y la separación entre Derecho y Moral

En nuestras entregas anteriores, nos referimos a las críticas de H.L.A. Hart sobre la Teoría Imperativa del Derecho (mejor sintetizada por John Austin), y quedaba pendiente exponer cómo Hart, por