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La competencia por el control de la acción en los seres vivos

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Un ser vivo es un agente autónomo autopoyético: trabaja construyéndose a sí mismo e intentando alcanzar sus objetivos deseados, controla su conducta para su propio beneficio, y sus valoraciones tienden a reflejar lo adecuado para su supervivencia; un agente heterónomo no controla su conducta sino que actúa controlado por otro agente al cual sirve (por ejemplo, una máquina artificial, o un organismo esclavizado).

La capacidad de control y acción de un organismo siempre es limitada y falible. Los agentes autónomos evolutivamente más exitosos son los que consiguen más poder, más capacidad de decisión y acción y menos restricciones: tienen más medios a su disposición (energía, materiales, conocimiento, derechos) y sufren menos limitaciones o cargas (obstáculos físicos, prohibiciones, deberes).

El sistema de control de un organismo (su aparato cognitivo, sistema nervioso o cibernético) controla directamente la conducta del propio individuo del cual forma parte. Pero el funcionamiento de este sistema depende de las interacciones del sujeto con su entorno, que puede incluir otros organismos que influyen sobre él, participando así en la determinación de la conducta; y el mismo individuo puede intentar a su vez controlar a otros organismos.

La capacidad de acción de un organismo (y sus resultados) puede ser utilizada por otro. Un ser vivo puede aprovecharse de otro destruyéndolo y comiéndoselo (o utilizando algunas partes como ropas, adornos o herramientas). Es posible aprovecharse de otro ser vivo sin destruirlo, tomando algo de él: alimento (leche materna, secreciones de algunos insectos como la miel de las abejas), protección, calor. Y también es posible usar a otro organismo como agente, controlarlo, influir sobre su conducta, capturar parcialmente su sistema de control. Un virus, por ejemplo, captura los mecanismos de control de una célula (a la cual termina matando) para que sus ribosomas produzcan copias del propio virus.

Todo organismo es un agente que puede ser utilizado como medio o instrumento por otros agentes: su capacidad de actuar puede ponerse al servicio de los fines o intereses de otros individuos (que pueden ser compatibles o incompatibles con los propios). Esta instrumentalización o servidumbre puede ser voluntaria (libre) o involuntaria (esclavitud), simétrica (cooperación) o asimétrica (parasitismo), consciente o inconsciente.

Una forma directa y simple de control es la fuerza física bruta que permite al fuerte (amo) someter al débil que no puede defenderse (esclavo). Pero también existen mecanismos psicológicos (cognitivos y emocionales) de manipulación: persuasión, seducción, chantaje, amenazas.

La competencia entre organismos por el poder de controlar la acción da origen a una carrera de armamentos evolutiva en la cual se desarrollan de forma progresiva aptitudes para controlar y para evitar ser controlado. Los agentes más exitosos son aquellos que pueden influir sobre los demás para que actúen en su beneficio, al tiempo que se defienden de los intentos de manipulación en su contra. Los individuos pueden tener muy diferentes capacidades en este ámbito: desde los incautos ingenuos hasta los más hábiles seductores. Las técnicas de manipulación se vuelven gradualmente más indirectas, sofisticadas y sutiles para evitar el posible rechazo de los intentos directos y obvios.

Un manipulador exitoso debe conseguir que el agente manipulado se deje controlar: esto puede suceder porque no es capaz de evitarlo (no puede resistirse a la influencia ajena o ni siquiera se da cuenta de ella) o porque no quiere hacerlo. Ciertas técnicas de manipulación se basan en el engaño y la ocultación, dependen de que el sujeto no se dé cuenta de que está siendo controlado por otro. La manipulación puede implicar alterar las valoraciones ajenas, de modo que a un agente no le importa ser manipulado o incluso lo prefiere (seducción sexual, publicidad, lavado de cerebro de una secta).

Un ser vivo puede aprovecharse de lo que hace otro, de los resultados de su acción, de forma natural y espontánea, sin necesidad de comunicación, pero estas interacciones tienen un rango limitado. La disponibilidad de un lenguaje facilita enormemente la coordinación entre agentes, que pueden expresar de algún modo sus intereses, deseos u órdenes. El lenguaje puede utilizarse para describir el mundo y transmitir información, pero es fundamentalmente una herramienta de interacción y manipulación: permite dar órdenes, expresar deseos, persuadir, seducir, argumentar, explicitar normas y las consecuencias de su incumplimiento.

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