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La creación de la banca nacional

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La Guerra entre los Estados supuso una revolución en el ámbito monetario en los Estados Unidos. No es algo extraordinario que fuera así. Charles Kindleberger dice en A Financial History of Western Europe que «la historia financiera no puede dejar de lidiar con la guerra. La guerra (…) moviliza una enorme corriente de recursos, y se utiliza las finanzas para movilizarlos. Las innovaciones financieras ocurren durante las guerras».

En el momento en el que estalló la guerra civil, «el gobierno federal no emitía billetes de banco, y la moneda del país se emitía y gestionaba solamente por bancos privados», según recoge Nathan Lewis en Gold, The Once and Future Money. El esfuerzo de la guerra requería del gasto de 1,7 millones de dólares al día, de media, cuando la deuda nacional total alcanzaba los 66 millones. El Gobierno Federal arbitró una importante subida de impuestos, principalmente el aumento de los aranceles y otros, más la creación de un impuesto sobre la renta. También emitió una gran cantidad de deuda. Pero no fue suficiente. De modo que empezó a deslizarse, muy pronto, por el camino de la inflación.

En la Ley de Curso Legal emitió 150 millones de dólares en nuevos billetes, los popularmente llamados greenbacks, que pronto perdieron el crédito en el mercado, y en julio de 1863, el secretario del Tesoro Samuel Chase suspendió la convertibilidad de los billetes en especie. Una vez terminada la guerra, el gobierno federal optó por una política de deflación que prepararía la vuelta de los greenbacks a la convertibilidad con el oro, lo que no se logró hasta 1875, diez años después del fin de la guerra.

Este es el contexto en el que se produce la creación de un sistema bancario nacional. Con la Ley de Banca Nacional de 1863, se permitió la creación de bancos nacionales, que emitirían billetes respaldados por los bonos del Tesoro e impresos por el mismo gobierno federal, hasta una proporción fija de sus reservas de capital. Eliminó el resto de billetes, imponiendo sobre ellos un gravamen prohibitivo. Este sistema permitió «crear un mercado para la deuda nacional, que, al finalizar la guerra, había alcanzado la asombrosa cantidad de 2.800 millones de dólares», afirman Jeffrey R. Hummel y Warren C. Gibson en Money, Banking and Finance.

En lugar de un banco central, lo que creó el sistema nacional de banca es una estructura financiera centralizada, controlada desde un conjunto de bancos fuertemente regulados. Aunque sobre el papel seguía habiendo un sistema de banca libre, de modo que cualquier empresario podía abrir una nueva entidad, lo cierto es que tenían que tener el visto bueno del Interventor de la Moneda; es decir, del gobierno federal.

Se creó un sistema dual. Por un lado, los bancos nacionales, que podían emitir la moneda impresa por el gobierno y respaldada por la deuda nacional. Por otro, los bancos de los Estados, que podían aceptar depósitos pero no emitir billetes. Los bancos nacionales tenían que mantener unas reservas del 25 por ciento en oro, plata y greenbacks.

En el sistema financiero estadounidense antes de la creación del sistema nacional bancario, había un freno a la capacidad de un banco de emitir billetes sin respaldo, y era la competencia entre las diferentes entidades. Cualquier banco que acumulase billetes emitidos por otra entidad podía redimirlos y reclamar el oro correspondiente. Ahora la situación es muy distinta, y vamos a dejar que nos la describa Murray N. Rothbard desde su A History of Money and Banking in the United State: «Ahora los bancos de reserva de las ciudades podían mantener la mitad de sus reservas en depósitos en los bancos de Nueva York, y los bancos regionales podrían mantener la mayor parte de sus reservas bien en uno o en otro. De modo que, como resultado de ello, todos los bancos nacionales del país podían piramidar hasta dos niveles, sobre la base, relativamente pequeña, de la reserva de los bancos de Nueva York. Y, lo que es más, esas reservas podrían consistir en greenbacks inflados y en especie». Esto permitía que se pudiera hacer una política de inflación de forma más o menos coordinada y generalizada, sin el peligro de que una competencia entre entidades les llevase a esos bancos a una posible quiebra.

En un audaz movimiento, se arbitró que la capacidad de expansión de billetes de cada banco nacional estaba ligada a la propiedad de títulos del tesoro. Sólo podían emitir billetes si depositaban una cantidad igual de títulos de deuda del Tesoro como colateral.

En definitiva, con el nuevo sistema de banca nacional, el gobierno federal, ocupado por una sucesión de presidentes republicanos, logró dos objetivos. Uno de ellos favorecer la inflación en papel moneda de una forma coordinada, de modo que la competencia bancaria, ahora mermada, no supusiera un freno tan eficaz. Y, por otro, ligar esa política inflacionista a la creación de un mercado cautivo de deuda pública. Pero esta estructura financiera no evitó, claro está, que se produjesen ciclos de expansión del crédito, distorsión de la estructura económica y la consiguiente crisis. Como señalan Jeffrey R. Hummel y Warren C. Gibson, «los pánicos continuaron bajo el nuevo sistema. Los años 1873, 1893 y 1907, vieron todos pánicos bancarios». Esta última crisis sirvió de acicate para volver a reformar el sistema e introducir un banco central, la Reserva Federal.

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