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La dictadura del mercado

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De toda la mercancía caducada que venden los grupos antiglobalización, el artículo que mejor salida está teniendo entre la gente normal es el de la “dictadura del mercado”. La cosa viene a ser más o menos así: la globalización ha traído un nuevo tipo de relaciones económicas de las que se están beneficiando las grandes empresas de ámbito multinacional. Esto ha ocasionado que la riqueza se esté distribuyendo peor que nunca y que los políticos democráticamente elegidos por la ciudadanía estén plegados a los intereses de esas corporaciones transnacionales. Corporaciones que sólo quieren ganar más y más dinero a costa de la explotación sin tasa del tercer mundo, del medioambiente y de las depauperadas clases medias de las naciones desarrolladas. El resultado final es que hoy, en el mundo, mandan unas pocas familias que ponen y quitan gobiernos a su antojo. Punto. Los axiomas de la izquierda son así de sencillos.

No voy a entrar en obviedades como explicar que, en un entorno libre de concesiones estatales, si una empresa es grande se debe a que ha servido bien a sus clientes. Eso está al alcance de cualquiera que tenga más de dos dedos de frente. Si Coca Cola se vende por doquier y en cantidades asombrosas es porque esta bebida tiene el sabor y el precio adecuado como para que mucha gente esté dispuesta a pagar por ella. Parece mentira, pero estas cosas hay que recordarlas. A nadie le han encarcelado por no querer beber Coca Cola. No se puede decir lo mismo de quienes han decidido no pagar la Seguridad Social.

En una economía globalizada como la que está empezando a nacer a gran escala el proceso es el mismo. Los ofertantes más dinámicos y que mejor satisfacen las necesidades de sus clientes triunfan, los que no son ni lo uno, ni hacen lo otro, fracasan sin remedio. Cuando las leyes lo permiten y hay capital, las empresas más exitosas salen de sus países de origen para expandir sus actividades. Esto no perjudica a nadie, muy al contrario, beneficia a todas las partes. A los dueños de la empresa porque verán revalorizado el capital invertido y aumentarán sus dividendos. A los nuevos clientes porque dispondrán de un bien o un servicio del que antes no disfrutaban o lo hacían en régimen de monopolio. Y, por último, a la sociedad en su conjunto, porque el comercio es una poderosa fuente de riqueza, y, claro, la riqueza, antes de distribuirla, hay que crearla. En este extremo nadie se ha mostrado más eficiente que el emprendedor persiguiendo sus propios fines.

La dictadura del mercado no es tal a la vista de los hechos. A nadie le ponen una pistola en la sien por consumir tal o cual marca. Los empresarios, además, carecen de poder legislativo, más bien lo padecen cuando a algún político le da, en aras de un supuesto bien común, por meter la nariz donde nadie le ha llamado. Decir que existe una dictadura del mercado o que nos encaminamos hacia ella es una majadería propia de analfabetos en materia económica o de comunistas, que, bien mirado, viene a ser la misma cosa.

Lo más curioso de todo esto es que, lejos de ser una dictadura de facto o de servir de sustento a las ya existentes, la libertad de mercado es un vigoroso acicate para la libertad política. De hecho siempre van de la mano. Cuando un país sumido en una dictadura abraza las bondades del libre cambio y el respeto por los contratos y la propiedad, no tarda en producirse el milagro de la democracia representativa y los derechos civiles. España es un buen ejemplo. El franquismo firmó su sentencia de muerte cuando, en 1959, la economía española se abrió tímidamente al mercado mundial. Remitiéndose a la experiencia, el mercado no engendra dictadura alguna, la conjura para siempre. Esto es así aunque muchos se hayan empeñado en lo contrario.

1 Comentario

  1. Coincido absolutamente. La libertad debe impregnar todos los eventos individuales y colectivos, hermoso riesgo evolutivo


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