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La Europa de Carlos V

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Este mes de mayo celebraremos las elecciones al Parlamento Europeo, y me ha parecido interesante hablarles de uno de los personajes históricos más vinculados a la idea de Europa: nuestro Rey Carlos I de Austria, quinto emperador con ese nombre del Sacro Romano Germánico Imperio. En esta columna daremos un apretado repaso a su política europeísta, si se pudiera llamar así (aunque no es un concepto adecuado a esa época). Pero el caso es que le tocó vivir un momento crítico, precisamente para esta idea de Europa: la ruptura de la Cristiandad con la Reforma de Lutero. Durante los mil años de la Edad Media, y a pesar de las muchas guerras entre sus reinos, se habían identificado ambos términos: el de Europa y el de la communitas christiana. Cosa que cambió por completo con el nacimiento de las confesiones reformadas. Veremos que esa preocupación por la unidad, junto al ansia de paz, fueron dos características importantes de un gobernante que pasó en los campos de batalla casi tantos años de su vida como en los palacios.

He rescatado de la biblioteca tres libros famosos sobre el Emperador Carlos. Comienzo por uno más antiguo de Ramón Menéndez Pidal: La idea imperial de Carlos V, que en realidad es un discurso del año 1938 que da nombre a un volumen con otros ensayos. Este famoso historiador escribía sobre el interés que había despertado Carlos V en varios países europeos, como Bélgica o Alemania. Aunque discute la interpretación que se le ha dado a su "idea imperial", sobre todo por parte de algunos autores alemanes como Brandi. Pidal defiende un sentido de Imperio como herencia del romano, pero esta vez configurado en una geografía europea (ya no mediterránea). Y con dos características: la búsqueda de la unidad y de la paz.

Efectivamente, las dos grandes preocupaciones de Carlos V (tanto en lo militar como en lo religioso) fueron la amenaza turca y la secesión luterana. Aspiraba a una paz interna que respetase el status quo, aunque también estaba dispuesto a mostrar una respuesta enérgica ante lo que considerara una traición a esa unidad: así se entiende el famoso Saco de Roma de 1526 (que no promovió, pero tampoco castigó al militar que lo llevó a cabo). Como expresaba en un discurso de 1528, antes de partir para Bolonia para ser coronado Rey de Romanos, él no quería tomar lo ajeno, sino respetar lo heredado; y mantuvo este mismo criterio poco después, en otra conocida intervención ante el Papa. Fue a su regreso de la defensa de Túnez, donde había encontrado correspondencia del rey Francisco I de Francia con el Turco (algo que le parecía inconcebible): allí exigía a los gobernantes europeos una coherencia en la defensa del ideal cristiano, repitiendo por tres veces ante Paulo III "que quiero la paz, que quiero la paz, que quiero la paz". Pero señalando a la vez que también estaba dispuesto a "rompernos las cabezas" si finalmente no se llegaba a un acuerdo.

Hay otro libro parecido de José María Jover, Carlos V y los españoles, que también contiene tres ensayos históricos. Nos fijaremos en el primero: "Sobre la política exterior de España". Jover transcribe y estudia varias cartas del Monarca a su mujer, la emperatriz Isabel, en las que resume su actividad militar y diplomática. Aquí vemos la referencia a otro episodio memorable para los europeos: la defensa de Viena contra Solimán, en 1532. Aunque los ejércitos no llegaron a encontrarse, Carlos se ocupó de lograr previamente un entendimiento con los protestantes alemanes (en Ratisbona) para hacer frente al enemigo común, al tiempo que movilizaría los Tercios españoles desde Italia y Flandes. Es llamativo cómo escribía a Isabel que no esperaba ninguna ayuda de Roma, ni de los reyes de Francia, Portugal o Inglaterra… Vemos de nuevo aquí esa preocupación por la unidad de Europa, incluyendo ahora las propias fronteras geográficas (y se me ocurre pensar: ¿cómo habría actuado el Emperador ante una situación como la de Ucrania?).

El tercer libro se titula Carlos V, un hombre para Europa, de Manuel Fernández Álvarez (1976). Tiene más bien un formato de manual de historia, recorriendo toda la biografía del Emperador desde su nacimiento en Gante hasta su muerte en Yuste. Pero es un acercamiento desde la perspectiva del "estadista de Europa", mostrando cómo supo equilibrar una política global que incluyese a los territorios de Italia, Alemania, los Países Bajos y, por supuesto, España. Sobre esta cuestión también se ha escrito abundantemente: cómo ese joven príncipe borgoñón, que apenas sabía hablar castellano cuando desembarcó en Santander, finalmente adoptó una estrategia de hispanizar Europa, como señalaba Menéndez Pidal. No me parece un patrioterismo desfasado esta expresión, ya que nuestros monarcas del siglo XVI y sus ministros fueron verdaderamente unos ilustres ciudadanos europeos, que al tiempo estaban orgullosos de sus raíces españolas. En el citado discurso de Roma ante Paulo III, que pronunció en castellano, Carlos V señalaba al embajador francés que "no espere de mi otras palabras que de mi lengua española".

El nombre de Carlos V es hoy reconocido en Europa con respeto: unas becas de Movilidad e Investigación en Estudios Europeos llevan su nombre, al igual que el Premio Europeo Carlos V que otorga la Academia Europea de Yuste. Precisamente, en la edición de este año 2014 fue galardonado el Presidente de la Comisión, José M. Durão Barroso, por "su impulso a la construcción de una Unión Europea cada vez más fuerte". En su intervención, Barroso destacó el protagonismo del Emperador en "la superación de los egoísmos nacionales, los nacionalismos extremos y las guerras". Esperemos que nuestros representantes electos al Parlamento lleven alguno de aquellos ideales políticos del Emperador a las instituciones europeas.

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