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La guerra contra la pobreza

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El pasado 8 de enero se cumplieron 50 años del primer discurso que ofreció el presidente Lyndon Johnson ante el Congreso. No habría pasado a la historia de no ser porque en ese discurso lanzó lo que él mismo llamó, y así ha quedado acuñado desde entonces, una «guerra contra la pobreza». No se refería a la que libraba contra el Viet Minh, sino a una guerra virtual contra la falta de medios de una parte amplia de la población de aquel país. Una situación que, bajo el nombre de «pobreza», alcanzaba según el presidente Johnson a «una de cada cinco familias».

La pobreza era entonces un asunto de debate. Dos años antes del discurso, en 1962, Michael Harrington había publicado un libro titulado The other America: Poverty in the United States. Decía, por un lado, que la pobreza afectaba a uno de cada cuatro estadounidenses, y por otro que esa pobreza era «invisible» y sólo recientemente había sido «redescubierta». Cómo puede ser invisible un grave problema de falta de medios que afecta a unos 47 millones de estadounidenses es una incógnita. Pero el argumento tenía su parte de denuncia a la mayoría de la sociedad de ser insensible con un problema tan grave.

No se puede decir que fuera un problema «invisible». Pero la pobreza había ido cayendo de forma continuada desde el final de la II Guerra Mundial. El historiador James Patterson considera que «lo que motivaba a Johnson para luchar contra la pobreza, en definitiva, no es el empeoramiento de un problema social, sino la creencia de que el gobierno podía, y debía, entrar en la batalla». Si una situación está mejorando al margen de la actuación del Estado, lo suyo, desde el punto de vista de la política, es no dejar pasar la oportunidad de sumarse al carro y apuntarse el tanto. Además, entre los sociólogos y pensadores progresistas cundía la idea de que la falta de medios, de «oportunidades», llevaba a muchos, de un modo bastante automático, a la delincuencia y la marginación. Un apoyo por parte del Gobierno les permitiría escapar de este círculo vicioso. Como expresó el presidente Johnson en su discurso, «mil dólares invertidos en salvar a un joven desempleado hoy pueden rentar 40.000 dólares o más en toda su vida». Esos 1.000 dólares le han sacado del recurso a la delincuencia, por lo que le recuperan para la sociedad productiva.

Esa «Guerra contra la Pobreza» no se concibió como un programa de ayudas que atrapasen a sectores enteros de la sociedad en la trampa de los subsidios; una idea que tanto a él como a la persona a la que confió la tarea de traducir este lema político en legislación, Sargent Shriver, le repugnaba. La idea era dar «oportunidades» en forma de formación en la escuela, o en formación profesional. También de «acción en las comunidades» a la que no se le otorgaba al principio un gran valor, pero que fue la que acabó siendo más importante. Estaba animada por la Oficina de Igualdad de Oportunidades, cuyo primer director fue el propio Shriver. La actuación del Estado podría hacer desaparecer la pobreza en el plazo de sólo diez años. Eso pensaban los creadores de esta Guerra contra la Pobreza.

Esas expectativas, claro está, no se han cumplido, sea como fuere que uno defina a qué se podían referir con eso de «pobreza». El Consejo de Asesores Económicos de la Casa Blanca ha publicado un informe con motivo de este cincuentenario. Quiere demostrar que los programas puestos en marcha entonces han sido efectivos (aunque no baratos) y sugieren que el esfuerzo debe renovarse. ¡Justo lo que necesita el siempre candidato Obama para pedir una nueva Guerra contra la Pobreza! Ahora bien, el informe, en su página 16, contiene un gráfico con el porcentaje de la sociedad que está bajo el umbral de la pobreza. El gráfico, que recoge la evolución desde 1959 a 2012, muestra una caída continuada hasta el año 1970. De haber proseguido esa tendencia, la «victoria total» contra la pobreza de la que hablaba Johnson se habría logrado en 1980, aproximadamente. En lugar de ello, lo que describe el gráfico a partir de ahí es una evolución horizontal, en picos, hasta los niveles actuales. Cuando Lyndon Johnson pronunció su discurso, el porcentaje de la población bajo el umbral de la pobreza era del 19 por ciento, y en la actualidad es del 15,0. En estos años, el Gobierno federal se ha gastado en programas para luchar contra la pobreza 16.000 millones de dólares.

Para hacernos una idea de en qué se ha convertido la Guerra contra la Pobreza, según los datos recabados por Michael Tanner, el gobierno federal destinó 668.000 millones de dólares sólo en el año 2012. «Ello supone 20.610 dólares por cada persona en situación de pobreza en los Estados Unidos, o 61.830 dólares por cada familia de tres miembros». En un solo año. ¿Explica la falta de dinero público el fracaso de estas políticas?

Si la pobreza es falta de medios, su solución, o al menos su mejora, debe provenir de que se destine más dinero. Es una respuesta lógica, aunque no acertada. Lo que rompe la, en principio, inquebrantable lógica de este planteamiento es precisamente lo más importante. La riqueza depende de la producción y del ahorro. Y ambos dependen del comportamiento. Es éste el centro del problema. Este otro planteamiento traslada el problema a la responsabilidad individual, en lugar de buscar una explicación en los grandes males que infringe la sociedad sobre determinados individuos, y que sólo la actuación del Estado puede solucionar. Esta es la idea que inspiró la Guerra contra la Pobreza, y que ha fracasado en estas cinco décadas de vida.

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