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La inmigración propició la ley seca

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En los años veinte la economía americana se convirtió en la locomotora mundial. Acudían al relumbrón de su riqueza oleadas de inmigrantes. Alemanes, italianos, checos, polacos, chinos y gentes de otras partes del globo llegaban sin cesar a las costas de los Estados Unidos para trabajar y procurarse un futuro mejor. La american way of life era un imán muy poderoso.

Muchos de aquellos trabajadores eran portadores de lenguas, costumbres y religiones diversas a las mayoritariamente establecidas. Hubo reacciones puritanas con el fin de preservar la "norteamericanización" de los Estados Unidos.

Se difundió la opinión de que el país estaba siendo corrompido por ideas y modos de vida extraños. Se identificó con los inmigrantes la ingesta inmoderada de alcohol que minaba la cohesión familiar y ponía en peligro las instituciones patrias. El Estado debía tomar cartas en el asunto. Eran los años en que el fiscal general Mitchell Palmer llevaba a cabo su particular cacería de brujas contra la "carroña extranjera" y sus maneras libertinas.

Con ese clima social se entiende se aprobaran absurdas o antiliberales leyes durante la década de los años veinte tales como la National Prohibition Act o Volstead Act (conocida vulgarmente como ley seca) o las leyes de control de flujos migratorios (la ley de cuotas de 1921 y la Jonson-Reed Act de 1924).

Cuando la ley se desvía de su función esencial (ser garante de los derechos fundamentales), cuando se utiliza para imponer unos diseños sociales o unos intereses de grupo, el resultado no pude ser sino caótico. La manera más segura de que se respeten las leyes –nos recordaba Bastiat– es haciéndolas respetables. El desacato a la ley mostrado por la población norteamericana con motivo de la Prohibición alcanzó unos niveles insospechados.

La Ley seca fue una manifestación más de la arrogante pretensión de siempre del legislador: escaso aprecio por la responsabilidad y por la libre actuación del hombre y fe ilimitada en el poder de la regulación para cambiar a la humanidad. Gobernar no es –como pontificaba Napoleón– esparcir moralidad, instrucción y bienestar. Las verdaderas normas y reglas eficaces para organizar la sociedad son abstractas (sin perseguir o promocionar objetivo alguno) y generales (iguales para todos).

El balance de los catorce años que duró la Prohibición fue desolador: miles de muertes debidas a intoxicaciones y, cuando no, ceguera o parálisis sobrevenidas por ingestión de licores adulterados o tóxicos; se cuadruplicó el número de convictos federales, aumentaron exponencialmente las requisas y el contrabando, se triplicó la población reclusa, se extendió la corrupción entre muchos jueces y agentes encargados de cumplir la ley y aumentaron los robos y homicidios. Fue, además, el punto de partida de un imperio criminal (en buena parte formado por inmigrantes) que aún hoy subsiste transmutado en otros negocios.

La Ley seca fue un torpe intento de las autoridades americanas por moralizar y obtener la homogeneidad de una comunidad heterogénea. Parece que sus planificadores ignoraban que el mercado es el mejor medio para integrar pacíficamente a las minorías. A dicho intento por moldear la sociedad conforme a las pautas morales de la clase dominante, el muy intervencionista presidente republicano Herbert Hoover lo llamó el "noble experimento".

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