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La justicia y sus suburbios

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Anthony de Jasay es un gran desconocido para la mayoría de los ciudadanos de a pie. Para los miembros y simpatizantes del Instituto Juan de Mariana ya no: es nuestro homenajeado de este año.

Reconozco haber leído solamente dos de sus libros y alguno de sus artículos. Pero también puedo decir, con toda humildad, que de cada párrafo leído he aprendido mucho más de lo esperable y cada vez que retomo alguno de sus escritos sigo sacando lecciones.

En La Justicia y sus Alrededores afirma que es más importante fomentar el pensamiento claro que los buenos principios, ya que cuando uno tiene claridad de pensamiento y es riguroso, los buenos principios se defienden por sí solos. Esta es una de las grandes lecciones.

Probablemente es más difícil y menos lucido de cara al respetable proclamar y enseñar a pensar con claridad y rigor, pero en nuestros días es mucho más importante que cualquier otra cosa, dada la confusión en la que vivimos desde hace demasiado tiempo. Ya no importa la etiqueta con que uno se defina porque se pervierte el lenguaje y todos son cualquier cosa, no importa la teoría económica que analices porque hay una para cada partido político, no importan los partidos políticos en los que pongas tu confianza porque hay uno por cada categoría de "clientes" dispuestos a recibir una subvención a costa de los demás…

Por eso quiero hacer caso de Anthony de Jasay y me voy a centrar en aclarar una sola idea siguiendo su lógica: la justicia y lo que no es la justicia en el intercambio.

El Estado, la redistribución de la riqueza y la renta, los beneficios y las cargas entre aquellos que toman decisiones colectivas y quienes se someten a ellas, el diseño de las instituciones económicas y sociales para conseguir que se ajusten a una única ideología y el problema de la libertad individual. Estas son las áreas cercanas por empatía a la justicia, que no son la justicia propiamente dicha. Lo que De Jasay pone de manifiesto es que quienes claman por la defensa de la justicia lo hacen desde estos alrededores (que a veces son suburbios) y en su nombre.

Uno de los aspectos que más me gusta releer, y que De Jasay avanza desde la misma introducción, es el que se refiere a la justicia del mercado. ¿Deben las autoridades corregir los desajustes generados por la injusta distribución del mercado? Si es verdad que el mercado crea desigualdades injustas, parece claro que "alguien", el encargado de gestionar eso de la justicia, tiene algo que decir y que hacer.

Pero esa falacia carece de fundamento ya que el mercado no redistribuye realmente, no es en esencia un mecanismo redistribuidor (¡al contrario de lo que yo misma he afirmado en varias ocasiones!). La redistribución de rentas que sucede en el mercado es el resultado no intencionado de innumerables transacciones bilaterales determinadas, a su vez, por las capacidades y las necesidades de los individuos. Estos intercambios ni son justos, ni injustos, ni se pueden agregar considerándolos como un todo coherente.

Es más, si tenemos en cuenta que estos intercambios son fruto del ejercicio de la libertad y de los derechos individuales, podemos concluir que si se permite el ejercicio de estos derechos y libertades individuales la distribución generada será justa y, en caso contrario será injusta. Por tanto, impedir que cada cual desarrolle su esfuerzo y sus capacidades como le plazca e intercambie libremente en el mercado conduce a una distribución de la riqueza injusta. No se trata tanto de que el resultado sea igualitario como de que se ejerza en libertad. Y si el intercambio no da lugar a un resultado igualitario y a alguien le parece mal, no se trata de un problema de justicia, deberá reclamar en otra ventanilla.

Pero ¿en cuál? Para responder a esta pregunta, De Jasay expone dos conceptos de justicia excluyentes que dominan nuestra cultura. La justicia asociada a la responsabilidad y aquella en la que no hay culpables. La mayoría de las injusticias distributivas se deben a ésta última: no hay culpables de las diferencias en la inteligencia, la estatura, el don de gentes, la fuerza física, la memoria… excepto la madre naturaleza. Y, si hay que compensar sus errores ¿hay que remunerar los aciertos? ¿Premia el hombre a la naturaleza cuando es "justa"? Esta reflexión cargada de sarcasmo encierra la clave de una de las falacias más graves y dañinas de nuestra decadente época.

Y si asumimos que sí hay responsables y que es la agencia humana la causante de resultados desiguales en el intercambio, entonces el resultado es peor. Dado que los intercambios bilaterales son la base del mercado, las correcciones implican negar la libertad de una parte de las personas que participan en el mercado, de manera que la máxima "todo el mundo puede usar sus capacidades y esfuerzos e intercambiarlos como quiera" se ve limitada por un "excepto usted que quiere acceder a mejor sanidad pagando más", "excepto usted que está dispuesta a cobrar menos del salario que me parece ‘digno’ por su esfuerzo en esta empresa", "excepto usted que ha conseguido una ganancia que provoca envidias"… y así podríamos seguir.

Si la desigualdad es un problema, no es un problema de injusticia, es de otra índole. Tal vez el problema es la dificultad para algunos de asumir que no somos iguales. Apelar a la justicia para imponer el igualitarismo es liberticida y además, da lugar a una redistribución injusta.

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