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La PAC, un virus que se transmuta

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El alumbramiento de la PAC (1962), buque insignia de la Comunidad europea, vino con una tara inicial: los políticos quisieron proteger al agricultor y ganadero europeos de los fríos (y eficaces) brazos del mercado. Los primeros treinta años de la PAC fueron un verdadero despropósito interventor. Todos tenemos en mente los perniciosos efectos de las subvenciones directas a la producción, los precios de intervención, el barbecho impuesto, las cuotas a la producción, los subsidios a la exportación o los aranceles a la importación.

Las presiones fruto de las rondas del GATT (hoy OMC) y la perspectiva de la incorporación de nuevos miembros allanaron el camino de las diversas reformas de la PAC que se han ido sucediendo. Las más importantes –como la del comisario Ray Mc Sharry (1992), la Agenda 2000 (1999) o la última reforma de 2003 (que se empezó a aplicar en 2006)– han cambiado el modus operandi de la PAC, pero no su filosofía intervencionista.

De esta guisa, los sabios burócratas han eliminado (desacoplado) gradualmente casi todas las ayudas directas a la producción y las han sustituido por un pago único en forma de renta (por hectárea o por subvenciones medias históricas) independientemente de lo producido realmente. Asimismo, mediante el mecanismo denominado modulación, una parte significativa del presupuesto de la PAC se dirige ahora a planes de desarrollo rural.

Como se ve, pese a su lavado de cara, los empresarios agrícolas y ganaderos de Europa siguen rehenes de lo que los funcionarios decidan y proyecten para el campo. Cualquier desarrollo de la función empresarial, introducción de innovaciones o mejora de la competitividad en el sector será problemática. El virus sigue muy presente.

Recientemente la Comisión ha hecho un “chequeo médico” de la situación y ha propuesto nuevas reformas a los 27 Estados miembros, tales como mayores recortes en las ayudas directas todavía existentes, el aumento de la modulación, la supresión paulatina de las cuotas lecheras, el abandono del barbecho obligatorio del 10% de la superficie para el cultivo de cereales o la reducción de las subvenciones a los biocombustibles. Incluso la nueva comisaria del ramo nos ha lanzado recientemente sus “inefables” consejos para no comprar más comida de la debida (hay que tener la faz como el granito).

Por su parte, los diferentes lobbies agroganaderos se han movilizado de inmediato para pedir a sus políticos y al millar de funcionarios que gestionan la PAC que no se precipiten en dichas reformas. Toca a finales de este año la confección del presupuesto de la PAC para el 2013 y con los dineros “de uno” no se juega.

En un contexto actual de encarecimiento mundial de los productos alimenticios, la agricultura europea, además de haber distorsionado el mercado mundial durante décadas, se ha visto completamente impotente para acudir en ayuda efectiva de los más vulnerables (las rigideces de la PAC impiden a nuestros subsidiados productores crear excedentes puntuales). La mala conciencia aflora con propuestas de ayuda a los países afectados. No obstante el ministro francés del Agro, Michel Barnier ha superado a todos en hipocresía al decir, refiriéndose a la crisis alimentaria internacional, que lo que estamos presenciando en el mundo es una consecuencia de “demasiado liberalismo que fomenta la especulación”.

Triunfe o no la ronda de Doha, está claro que el agro-proteccionismo tradicional tiene sus días contados, pese a sus excepciones o prórrogas más o menos significativas. No obstante, la PAC se transmutará. Manejará sus fondos de otra forma. La nueva tendencia será que las ayudas vengan ahora “eco-condicionadas” para promover difusos proyectos (cofinanciados por los Estados) que cumplan con la prolija normativa europea de sostenibilidad medioambiental, salubridad alimenticia, protección de la biodiversidad, mejora en la gestión del agua, bienestar de los animales y lucha contra el cambio climático (ahí es nada).

El ignorar las señales del mercado durante casi medio siglo ha supuesto un condicionante empobrecedor y paralizante para muchos empresarios agrícolas y ganaderos que se han acostumbrado a mirar más al boletín oficial (europeo o nacional) que a las oportunidades de negocio, al consumidor final y, si me apuran, a la climatología. No parece que sea ésta la estrategia más adecuada ante un futuro de alza generalizada de precios de los alimentos.

Cuando se tiene un virus, lo deseable es destruirlo. Los objetivos señalados en el artículo 33,1 del Tratado de Roma se pueden conseguir mucho mejor mediante relaciones comerciales libres y voluntarias entre productores y consumidores, no mediante la planificación política de un bello jardín.

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