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La paradoja de la regulación médica

Publicado en Libertad Digital

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En las últimas décadas se ha extendido la idea de que si existe una profesión en la que la regulación y codificación legal son imprescindibles para evitar graves consecuencias al cliente esa es la médica. Desde el tipo de tratamientos autorizados legalmente hasta la sanción penal de la mala praxis, pasando por la información que el médico puede dar al paciente, todo debe estar regulado por el estado para el bien de la salud de los individuos y de la sociedad en general. De lo contrario, ¿quién iba a defender los intereses del paciente? Después de todo, se dice, el médico sabe mucho más que el paciente sobre su estado de salud y sobre los tratamientos que podrían hacerle mejorar y, en consecuencia, nos encontramos ante un desequilibrio debido a una disparidad en la información; lo que la pedantería neoclásica denomina asimetría en la información. Vamos, que el médico estaría en una supuesta relación de superioridad que hay que corregir.

Debido a este tipo de argumentos simplones, la medicina se ha convertido en una actividad en la que la relación directa y contractual entre productor y consumidor ha sido reemplazada por una relación indirecta, condicionada y mediatizada por un tercer elemento, el aparato estatal, que impide los acuerdos libres en nombre de la supuesta defensa de la salud de los ciudadanos.

Debido al extremo intervencionismo de corte paternalista en el que se encuentra sumergido el mundo de la sanidad queda fuera del universo de los planteamientos "razonables" –incluso de los muchos liberales– que los propios pacientes, en su relación libre con los médicos, podrían encontrar fórmulas para defender sus intereses sin necesidad de que la actividad médica se vea encorsetada y paralizada por un sinfín de regulaciones. Sin embargo, si miramos hacia atrás comprobaremos que Papá estado no siempre ha estado ahí para decir cómo hay que ofrecer los servicios sanitarios y, para sorpresa de muchos, los intereses del paciente no parece que se hallaran desamparados.

De hecho, si nos remontamos a la antigua Grecia nos encontramos con una sociedad en la que la relación médico-paciente era completamente libre. Y sin embargo, en esta época en la que ni siquiera las responsabilidades del médico estaban codificadas por las leyes, existía un fuerte incentivo para ofrecer siempre el mejor servicio posible al cliente que buscaba un tratamiento. El principal incentivo para la existencia de prácticas médicas que protegieran el interés del paciente era la valoración que la población hacía del servicio de los médicos, una valoración que generalmente se realizaba en función del historial profesional. Hasta tal punto esto es así que Jacques Jouanna, en su obra Hipócrates, explica que el médico hipocrático corría el peligro de recibir unas penas mucho más duras que las sanciones legales que hemos conocido posteriormente: la censura social. En ausencia de regulaciones estatales, el médico que ofrecía un mal servicio quedaba marcado y, a su vez, este marcaje social incentivaba el esfuerzo de los médicos por ofrecer un tratamiento adecuado y minimizar los errores.

Es precisamente en este ambiente de libertad entre médico y paciente donde surge el famoso juramento hipocrático a través del cuál el médico se comprometía ante sus colegas a poner la salud del paciente en el centro de sus decisiones, a ayudar al enfermo evitando los daños intencionales, a no abusar de él y a mantener el secreto médico. Y es que la responsabilidad difícilmente surge en un ámbito que no sea el de las relaciones libres. El cumplimiento de este juramento en su práctica y cumplimiento diario otorgaba la reputación que permitía prosperar a un médico. Su incumplimiento, en cambio, suponía el descrédito social y la reprobación de la propia clase médica.

Qué lejos nos encontramos de aquellas relaciones libres en el marco de las cuales se resolvían los problemas de la medicina. Observando el caos actual de la sanidad pública uno se pregunta cómo hemos podido permitir que el estado desnaturalizara la relación médico-paciente para poner al médico a su servicio y al paciente a su merced. Que saludable resultaría un buen paseo en el que desandásemos parte del camino recorrido.

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