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La ‘performance’ verde

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Los modelos informáticos que se usan están lejos de simular la realidad.

Vivimos tiempos donde la apariencia tiende a ser más importante que el fondo. Es cierto que esta afirmación tan categórica se hace siempre idealizando el tiempo pasado, pero no menos cierto es que, desde hace ya tiempo, toda negociación política o reunión de grandes potencias suele ir acompañada de manifestaciones de la población que expresan de maneras bastante estridentes sus opiniones, intenciones o deseos; incluso en algunos casos, el ambiente festivo se torna violento y surgen algaradas, destrucción de la propiedad y peleas. Sin llegar a este último extremo, las cumbres relacionadas con el clima suelen atraer a un número ingente de activistas medioambientales que viajan, no sabemos con qué recursos, porque los viajes suelen ser caros, contaminantes y, como ha ocurrido en Madrid, inesperados. Mediáticamente, todo esto parece ser mucho más importante que las negociaciones en sí, y dados los objetivos que se persiguen, es posible que sea mejor.

Las cumbres del clima arrastran mucha gente y tal es el éxito que otras ideologías como el feminismo, los animalistas o los veganos aprovechan para unir sus reivindicaciones a las de los que quieren un planeta limpio, libre de emisiones de anhídrido carbónico, un mundo lleno de respeto al planeta, con energías “limpias” y paz mundial. Los hooligans medioambientalistas suelen ser bastante calmados en sus reivindicaciones, no suelen pasar de ocupar espacios públicos como calles o plazas, y se organizan de manera que cualquiera que se una a ellos le parecerá que está formando parte activa de una performance, una fiesta, una yincana que permite reivindicar a la vez que te diviertes. Desde luego, estamos muy lejos de los primeros revolucionarios que pensaban que su utopía se iba a imponer, pero a sangre y fuego.

La performance oficial se vivió del 2 al 13 de diciembre en Madrid y estuvo llena de eventos y manifestaciones. La Conferencia de las Naciones Unidas para el Cambio Climático, mejor conocida por COP25, se iba a celebrar en Santiago de Chile, pero debido a los problemas de orden interno de este país, se trasladó a Madrid, a petición del presidente en funciones español, Pedro Sánchez. Uno de los eventos más mediáticos empezó mucho antes de iniciarse el mes de diciembre, cuando la activista climática y adalid del movimiento ecologista, Greta Thunberg, pidió un medio de transporte no contaminante para llegar desde el continente americano donde se encontraba a la Península Ibérica. El viaje lo realizó en el catamarán La Vagabonde, de la pareja de youtubers, Riley Whitlum y Elayna Carausu, que se han hecho con una fortuna a base de contar sus experiencias en la embarcación y con la ayuda de la tripulante profesional británica Nikki Henderson. Todos ellos la acompañaron en su periplo durante 21 días, en uno de los viajes más mediáticos de la historia. Poco o nada pareció importar a Greta que el barco tuviera que usar sus motores diésel o que los viajes que tuvo que hacer la tripulante para ir al barco y volver a su casa produjeran más CO2 que un único viaje que hubiera hecho la activista, vamos, que el catamarán haya sido más emisor que comprar un billete de avión; pero sea como fuere, Greta llegó a Lisboa.

La llegada de Greta a la Península fue parecida a la llegada de un cantante o grupo de música puntero, nada que hiciera, nada que dijera dejaba de ser fotografiado o grabado. Todos querían hacerse una foto con ella: los políticos que fueron a su encuentro, los fans de la joven, hasta los turistas despistados. Todos eran (y son) ajenos a los hechos de que es menor de edad, que tiene una serie de patologías relacionadas con el comportamiento y que sus conocimientos sobre los temas de los que opina son escasos o inexistentes. Como una joven Juana de Arco ecologista (no sabría decir si, en este caso, su Gilles de Rais es su propia familia), Greta es, para muchos, un modelo a seguir, una especie de señal del universo que nos indica que debemos movernos en la dirección adecuada porque, en caso contrario, vendrá el Apocalipsis.

La performance siguió con el ofrecimiento por parte de diversos alcaldes y presidentes regionales de medios de transporte “limpios” para que Greta pudiera llegar a Madrid sin manchar el Planeta que tanto le debe. Qué fácil para estos políticos aprovechados ser generoso cuando el dinero que ofrecen es público y no el suyo. Al menos, el catamarán era de los que viajaron con ella, por muy progresistas que fueran. Greta llegó a Madrid en tren y fue recibida en loor de multitudes (aunque a alguno le pareciera más en olor de multitudes), y la activista ocupó su papel en el escenario del sainete.

Mientras las partes implicadas negociaban, que era lo mollar, los activistas se organizaron. Hubo manifestaciones que ya las quisiera la Cabalgata de los Reyes Magos que todos los 5 de enero se celebra en Madrid. Se convocaron multitud de actos reivindicativos de activistas y de ONG que querían su minuto de gloria. Famosos y no tan famosos nos indicaban qué debíamos hacer con nuestras vidas, mientras que ellos mismos incumplían lo que pregonaban a los cuatro vientos. Bardem, Alejandro Sanz o el mismísimo Harrison Ford fueron ridiculizados en las redes sociales mostrando los “contaminantes” hábitos de estos fariseos. Hubo contra-cumbres y anti-cumbres, se habló del papel de la lucha de género en el cambio climático (que me cuesta entender), de cómo los niños y niñas sufren más que otros, de cómo los más desfavorecidos y pobres son oprimidos por los que más tienen y contaminan más. No es que muchas de estas cosas no pasen, pero me cuesta mucho pensar que el clima tenga tanto peso en sus causas y, por ejemplo, importen tan poco los conflictos militares y sociales que asolan algunos países o regiones.

En la COP25 se vaticinó mucho; parecía que el gremio de los adivinos había aterrizado a la vez que Greta. Las islas y las costas, que hasta ahora se habían negado a asumir su destino submarino, serían engullidas finalmente por el mar. Decenas al principio, centenares al final, en definitiva, millones de desplazados y refugiados sufrirán la crisis climática. Las guerras no serán por recursos, sino consecuencia del cambio del clima que afectarán a estos recursos. Las superficies boscosas seguirán reduciéndose, pese a que en no pocos lugares del mundo han crecido. Las hambrunas serán generalizadas y el incremento de la temperatura es el plato fuerte de la cumbre. No es extraño que cualquiera que vea o escuche las noticias salga deprimido y se deje convencer por ecologistas y políticos de que hay que hacer algo. La derrota de la voluntad de muchos es el triunfo de la “voluntad” de otros.

Transcurridos los días preceptivos y unos más de prórroga hasta firmar el acuerdo final, podemos decir que los objetivos iniciales del COP25 no se han cumplido, lo que ha llevado a hablar de fracaso y frustración. Los grupos ambientalistas y resto de ONG han sido claros: los culpables son los gobiernos de Estados Unidos, Brasil, China o La India y todos aquellos que han torpedeado las negociaciones con sus peticiones, quejas o, en algunos casos, ausencias. Lo finalmente firmado pide ser más ambiciosos a partir del próximo año (en 2020 tendrá lugar la COP26 en Glasgow) y cumplir, al menos, lo acordado en París. La intención sería limitar el calentamiento global a 1,5-2ºC.

La UE, a través de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, anunció el European Green Deal, un gran pacto por el clima que afecta a prácticamente todos los sectores de la economía comunitaria: transporte, energía, agricultura, construcción, acero, cemento, textiles, químicas, y que pretende convertir Europa en el primer continente neutral para 2050. De momento, la Ley Europea del Clima está perpetrándose y no existe, pero la intención está ahí. La inversión necesaria es significativamente alta, los objetivos para 2030 requerirían 260.000 millones de euros, que sería el 1,5% del PIB de 2018. El 25% de los presupuestos de la UE debe dedicarse a la acción climática y, para que el sector privado siga invirtiendo (que parece que los impuestos no son suficientes), se presentaría este próximo año una estrategia de financiación verde.

Desde los años sesenta del siglo pasado hasta la actualidad, el medioambiente ha sido una excusa para promover la intervención en la economía y en los estilos de vida. Ha sido tan intensa dicha intrusión que es difícil que un ciudadano medio no entienda el cuidado de los ecosistemas sin la intervención del Estado, ya sea como observador o como operador. Con el tiempo y la presión de los lobbies ecologistas, hemos llegado a un punto en el que arrancar de los bolsillos de los europeos 260.000 millones es, no solo normal, sino escaso, pues nunca será suficiente. No es que tengamos que cambiar de estilo de vida, es que tenemos que empobrecernos para que ¿el planeta no sufra?

No tengo claro que la actividad humana sea la principal razón de que el clima esté cambiando. No digo que no tenga influencia, sino que se une a la de otros factores, como la actividad solar o la volcánica. Tampoco tengo claro que sepamos suficiente del clima como para hacer afirmaciones tan categóricas, que los modelos informáticos que se usan están lejos de simular la realidad (sigue sin simularse bien el efecto de las nubes). Tampoco tengo claro que el cambio climático por sí mismo sea bueno o malo, simplemente ocurrirá, como ya lo ha hecho a lo largo de millones de años. Tampoco tiene ningún sentido unir al cambio climático cualquier investigación científica que ocurre en el planeta Tierra. De la misma manera que los partidarios de lo público acusan a las empresas de condicionar los informes científicos privados, se puede decir lo mismo de los informes públicos, pero en este caso, la ahora llamada “crisis climática” y los políticos que la manejan son los que establecen en qué sentido va un presupuesto y en cuál no. La ciencia, de esta manera, deja su condición de tal para convertirse en una herramienta más de los ingenieros sociales. Es más, es tan fuerte el efecto de lo público que la mayoría de las empresas terminan trabajando para el Estado. Usar el clima como excusa para cualquier intervención en la economía y en la forma de vida es básicamente socialismo. Que el sector privado intervenga en la línea que le marca el Estado es fascismo. El ecologismo lo tiene todo.

Mientras, nos entretendremos con los actos festivos, las performances verdes que se montan cada año (y contaminan tanto), seguiremos los discursos de Greta, sus impertinencias y sus caras de enfado. Nada de lo que hagamos será suficiente para calmar al leviatán, el agujero negro.

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