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La política sin romance de Buchanan

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En las obras completas de James Buchanan, disponibles gracias a la Online Library of Liberty del Liberty Fund, encontramos perlas como Politics without romance, ensayo en el que introduce las bases de la llamada Escuela de Public Choice o de la Elección Pública. En uno de sus apartados, Buchanan explica que, en comparación con el económico, el orden político es mucho más complejo, básicamente por dos razones. Por un lado, el orden legal debe preceder a la actividad económica. Es decir, el comercio ordenado de bienes y servicios privados solamente puede tener lugar en una estructura jurídica definida que establezca los derechos y deberes de unos y otros. A medida que el intercambio se ha sofisticado, así también lo han hecho las normas e instituciones que conforman dicha estructura legal. El estudio de estas cuestiones deriva en el análisis económico de las Constituciones.

Por otra parte, mientras que el intercambio de bienes y servicios se efectúa entre dos partes, que son las que han de ponerse de acuerdo, en la política se trata de todos los miembros de la comunidad quienes han de coincidir. El análisis de estos problemas deriva en la teoría de las instituciones políticas, ya que éstas deben desarrollarse en el seno de la estructura legal-constitucional. Los temas estudiados por Buchanan y sus seguidores en este ámbito son las reglas de votación, las teorías electorales y de la competencia de partidos y la teoría de la burocracia.

Este segundo punto subrayado por la Escuela de Public Choice cuestiona el famoso "contrato social" como la base de la legitimidad de los gobiernos. Declarándose Buchanan un anarquista filosófico, pero dejando a un lado el romanticismo de los ideales, reconoce que a día de hoy, lo único que podemos hacer es reconsiderar qué parte del PIB dejamos en manos de la gestión de los gobernantes, qué decisiones deben dejarse en sus manos y cuáles no. Porque no es verdad que la Constitución funciona como límite al ansia de poder de los gobernantes. Y eso es lo que creo que ha sido la tumba de la libertad de los españoles, y tal vez del ciudadano occidental en general.

Salimos de la dictadura y entramos en la transición pensando que lo que había que hacer era elaborar una Constitución, establecer un régimen democrático, votar entre monarquía o república y caminar. En el trayecto nos han convencido de que el gobierno estaba ahí para asegurar nuestra felicidad: eliminar la pobreza, la enfermedad, el paro, proporcionar una vivienda, y casi, casi, asegurar que va a llover café en el campo. Por desidia o por credulidad, los españoles entregamos las armas sin preguntarnos ¿hasta dónde voy a dejar que estos señores, que reaccionan a incentivos y expectativas como cualquier ser humano, manejen mi dinero para eliminarme de la toma de decisiones de mi propia vida? Y, como dice el dicho… ¡ancha es Castilla!

Ahora nos encontramos con escándalos de corrupción de todos los partidos debajo de la alfombra, un desgaste de la clase política abrumador, un enfado del tamaño de una catedral por parte de la gente y todo tipo de salvadores con y sin coleta que vienen a decirnos que ellos, ante los mismos incentivos, con las mismas expectativas de beneficio, no habrían sucumbido, porque son seres angelicales, íntegros y puros como nadie nunca fue. Y el mismo pueblo cabreado que entregó las armas, que esperó que lloviera café en el campo, que se dejó llevar por la borrachera de crédito fácil y pelotazo al alcance de todos… les cree.

Estoy esperando (sentada por si las moscas) a que alguien se dé cuenta de que el fallo garrafal de todo esto es, como nos enseña Buchanan, la quiebra de esa estructura legal sólida que debe preceder cualquier actividad económica y ser la base de toda sociedad progresista (en el buen sentido, me niego a que me roben las palabras). Es la prueba del algodón, lo que asegura la estabilidad, la seguridad y el buen funcionamiento de la vida en común, de las instituciones políticas y económicas y, probablemente, el futuro de la democracia occidental.

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