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La protección de la clase media

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El pasado domingo en La Gaceta se publicó una entrevista en la que me preguntaron por los errores de Rajoy. Uno de los que expuse era no defender a la clase media, que estaba desprotegida. Al leerlo me he dado cuenta de que esa idea puede inducir a error.

Estamos en un país, y tal vez, por desgracia, en una sociedad occidental del siglo XXI, en el que proteger significa invadir. Y hacerlo, además, con el dinero de otros.

La protección a la infancia no consiste en evitar que sea dañada sino la inversión, con dinero de todos los ciudadanos, en medidas arbitrarias, populistas muchas veces, que no protegen verdaderamente a la infancia, pero sí muestra la presencia del Estado en ella.

Como ese ejemplo tenemos millones.

De esta forma, nada sutil por otro lado, el Estado se manifiesta en nuestras vidas desde antes de nacer hasta nuestra muerte. Un buen amigo que acaba de perder a su padre se quejaba amargamente de la cantidad de papeleos y dificultades que encuentra la doliente familia que vive la muerte de un ser querido.

Desde el terreno individual, personal, hasta las actividades colectivas, y pasando por lo que sucede en nuestra nación como tal, el Estado, sin importar quién sea el partido que lo maneja, tiene su sello marcado a fuego en nuestra piel, y cobra por ello.

Desde que John Stuart Mill hablara de la protección a la industria naciente, nos hemos tragado la idea de que proteger es dar dinero de otros, sea directamente en forma de transferencias, sea mediante exenciones fiscales. No solamente existe el problema de que es difícil quitar esas prebendas a las empresas una vez que dejan de ser "nacientes", que es el ataque habitual y más evidente. Es que la protección, a la industria, a la infancia, a la mujer, al hombre, debería consistir en evitar males, no en otorgar favores. No debería tratarse de privilegiar, todos sabemos que una concesión es un factor que desencadena los peores incentivos en los individuos y desata el riesgo moral. Es un caldo de cultivo para el fraude y la corrupción.

Las mujeres sabemos muy bien cómo funciona ese sistema de protección estatal y hasta qué punto las buenas intenciones acaban en la dependencia del dinero público. Cuántas veces no habremos pensado muchas mujeres: "Si quieres protegerme, simplemente ¡no me pongas piedras en el camino!, ¡déjame vivir a mi aire!". Porque las "ayudas" acaban atando las manos de los ayudados y sometiéndoles. 

Por exactamente las mismas razones, creo que la protección de la clase media no implica sueldos vitalicios, salarios mínimos, subvenciones a la adquisición de viviendas o cheques bebé, pero sí, por ejemplo, no poner el enorme peñasco del rescate bancario sobre los hombros de los ciudadanos. La pretendida salvación nacional identificada con la salvación del sistema bancario se está haciendo a golpe de impuesto. Y aún queda alguna subida más. Es cierto que en nuestras economías occidentales que, desde la Revolución Industrial, han logrado que los menos favorecidos alcancen un bienestar inimaginable, el sistema bancario es una pieza clave para el funcionamiento de las mismas. Si observamos desde cierta perspectiva y sin atenernos a los últimos diez años nada más, el sistema bancario es fundamental para entender el sistema capitalista, tanto el puro como el llamado crony capitalism. Lo ideal es que la banca funcione también siguiendo los principios de la libre competencia, en resumen: el que la hace, la paga. Lo otro, lo que tenemos, es ese capitalismo de colegas en el que "tú rascas mi espalda y yo rasco la tuya".

Y, en el caso de la clase media española, primero Zapatero y después Rajoy (por no extenderme en la historia de la democracia), han jugado al rasca y gana con la banca a expensas de la clase media, esa que ahora paga con sangre, sudor y lágrimas los desmanes de políticos metidos a banqueros.

Proteger a la clase media pasaba por evitar esa subida de impuestos recortando gastos políticos, tan difíciles de determinar, y por ello, tan fáciles de engordar. Pasaba por facilitar el ajuste de empresas para evitar que las pequeñas y medianas empresas se vieran forzadas a cerrar para siempre. Por facilitar la rotación laboral para que los empleados despedidos tuvieran la posibilidad de encontrar un nuevo empleo, no necesariamente en la mismas condiciones, es cierto, pero siempre mejor que el agujero del paro.

En una cena con Anthony De Jasay a la que tuve el privilegio de ser invitada, le pregunté, dado que él desconfía de las constituciones como garantes de la libertad (y pone ejemplos muy claros de las razones), cuál es la institución a la que se pueden acoger los ciudadanos para protegerse de los abusos del poder. No supo responderme. Después de pensarlo creo que el fallo es mío, el planteamiento es incorrecto. Protegerse es librarse de un peligro. Para protegernos del Estado no podemos recurrir a ninguna institución que emane del Estado. Hay que organizarse out of the box.

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