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La recesión es cosa de todos

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En estos tiempos que corren, malos para la economía, malos para la universidad, malos para la ilusión, la gente hace lo que puede para encontrar balones de oxígeno emocionales que le ayuden a no desfallecer. La economía, ciencia basada en la acción humana, a veces depende de imponderables como la confianza o la esperanza. Por eso muchas personas de buena voluntad se apuntan a iniciativas que pretenden “arreglar entre todos” cuestiones que deben solucionar otros. Lo deseable es que quien la haga la pague, o al menos, que le salga caro…

Pero lo relevante cuando hay convulsiones dramáticas es ir al epicentro, al origen. Cuenta la historia que dos mujeres lavaban en el río cuando vieron un hombre que bajaba arrastrado por la corriente mientras trataba de mantenerse a flote. Las mujeres dejaron sus quehaceres y se apresuraron a socorrerle. Cuando estaban con él en la orilla, vieron un segundo hombre que bajaba arrastrado por el río igual que el primero. De nuevo, las mujeres corrieron a ayudarle. Mientras intentaban sacarle vieron un tercer hombre en las mismas circunstancias. Una de las mujeres salió del río y empezó a caminar río arriba. La otra exclamó: “¡Qué haces! ¿Por qué no me ayudas?” La respuesta fue muy clara: “Ya lo hago. Voy a ver quién les está empujando”.

En el caso de la recesión que padecemos, ir en busca de quien empuja no consiste en poner una tirita, meter el dedo en el ojo al partido del gobierno, echar la culpa a los empresarios, o a los trabajadores, o a los artistas… consiste en revisar que ideas están detrás de las acciones incorrectas.

Las ideas económicas a veces llevan directamente a la adopción de una política económica. Ésas no son realmente las más peligrosas cuando son erróneas. Encontrar el origen del error es sencillo. Pero hay teorías económicas que parecen abandonadas en la nube de la abstracción y que están reservadas para los cuatro profesores que nos dedicamos a rastrear en las ideas de otros (economistas o filósofos) que ya no están aquí: el club de los economistas muertos. Y sin embargo, ésas son las más peligrosas porque, aunque no sea evidente, a veces esas ideas permean la mente de toda una generación y se transmiten de profesores a alumnos, de padres a hijos, de legisladores a ciudadanos, sin que se note. Y no es fácil rastrear, de ese modo, “quién está empujando” río arriba.

Una de esas ideas, por ejemplo, es que la economía es un mecanismo, otra es que la riqueza es estática, como una tarta a repartir, y que si uno tiene mucho es porque se ha arrebatado parte de su porción a otro. Y así, podemos hacer una lista interminable. En muchas ocasiones otros teóricos son conscientes de estas ideas tóxicas (memes) que se atrincheran en la mente de la sociedad, y responden, argumentan, escriben, difunden otras teorías “sanas” que deberían suplantar a las tóxicas. Pero no suele suceder. Las razones son múltiples, complejas y difíciles de estudiar.

La recesión, según Jesús Huerta de Soto, es la muestra de que la crisis financiera ha pasado. Los agentes económicos empiezan a reestructurar sus gastos, sus empresas, sus necesidades, toman medidas y eso es bueno. Doloroso, por el paro, por el cierre de empresas, por el drama personal de los afectados, pero necesario. Como la resaca después de una borrachera. El cuerpo reacciona y eso está bien, pero es francamente desagradable.

Lo ideal es que las inversiones malas que se han depurado sean sustituidas por otras mejores, que las empresas no rentables que se han ido al garete sean sustituidas por otras que sí lo son, y de esta manera, que los trabajadores que han perdido su trabajo encuentren fácilmente otro. Este proceso se basa en la idea del “orden espontáneo” que vislumbró Mandeville en su teoría de las consecuencias no queridas, lo apuntó Adam Smith en su teoría armónica de la sociedad y lo explicó clara y profusamente Hayek, padre de la idea del orden espontáneo en economía.

La razón por la que no cuaja es que en nuestra sociedad sigue en vigor la perniciosa idea de que la economía es un mecanismo y que es necesario ajustarlo permanentemente. Los mecanismos automáticos que funcionen perfectamente de aquí a la eternidad simplemente no existen, antes o después se deterioran… como los mercados (si fueran mecanismos automáticos). Por eso la gente levanta sus ojos y mira a los gobiernos, a ver qué hacen.

Lo malo es cuando en vez de facilitar que la economía se reestructure, el gobierno refuerza las inversiones no rentables (el ladrillo) y no facilita que se reintegren los trabajadores parados porque no aparecen nuevas empresas. Y eso es lo que está pasando en España. Quienes podrían competir vendiendo a las empresas energía barata, como la británica CENTRICA, se van porque los privilegios de Iberdrola y Endesa impiden la entrada en el mercado de nadie más. El dinero de los ciudadanos que se debería dedicar a investigación se concede arbitrariamente a 16 centros tecnológicos afines por motivos políticos, dejando desnutridos los 73 centros restantes.

Tal vez los resultados de las malas medidas del gobierno ayuden a que algunas personas se planteen quién está tirando al río la economía, y el paradigma económico cambie. De lo contrario, seremos prometeos cargando con las consecuencias de nuestras ideas tóxicas.

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