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La (re)partición de Ucrania

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A estas alturas de los acontecimientos, pocos pensarán que Ucrania no se encuentra en pleno conflicto civil. Desgraciadamente, el fantasma de la guerra se está haciendo realidad y sólo cabe desear que éste no vaya a más. Quien crea que las guerras nacen para enriquecer no sabe lo que supone una guerra. Quien desee una guerra no sabe lo que está deseando, ya no sólo por la destrucción de vidas, sueños, proyectos vitales, riqueza y propiedades, sino porque, dada su naturaleza incierta, nunca se sabe hasta dónde puede llegar o alcanzar. La Gran Guerra y sus consecuencias, la Segunda Guerra Mundial y después la Guerra Fría, son ejemplos de hasta dónde estamos dispuestos a llegar los humanos para demostrar nuestra estupidez.

La situación política de Ucrania ha avanzado durante los últimos años a una polarización cada vez más clara entre los partidarios del acercamiento a Rusia y los partidarios del acercamiento a Occidente, o al menos entre los que no quieren estar cerca de los rusos, incluyendo aquí a los nacionalistas ucranianos. Entre los primeros, se encuentran las poblaciones donde dominan o son mayoría los rusoparlantes y descendientes de rusos que durante los periodos zarista y soviético fueron desplazados, obligados (y casi me atrevo a decir que estabulados) por los gobiernos y estados que, a lo largo de siglos, han administrado estas regiones. Entre los segundos, los que históricamente se sienten pertenecientes a Ucrania, posiblemente identificando a los rusos con los soviéticos (la memoria histórica está de alguna manera aún muy reciente), ya que Putin fue en su momento un personaje oscuro de la todopoderosa KGB.

No podemos caer en el recurso fácil de identificar a malos y buenos como si estuviéramos viendo una película. Por mucho que admiremos u odiemos a unos y otros, en ambos bandos podremos ver, con sólo escarbar un poco, injusticias flagrantes y actos de odio dirigidos contra inocentes que sólo han tenido la mala suerte de estar en el momento inadecuado al lado de la persona incorrecta. Ya cometimos ese error en Europa durante la desmembración de Yugoslavia y muchos criminales de guerra croatas y bosnios quedaron en el anonimato, incluso para sus víctimas. En la guerra puede sufrir todo el mundo y cualquiera puede reaccionar con extrema violencia si se siente amenazado.

Durante las protestas de los ucranianos contra el Gobierno del líder prorruso Yanukovich lo hicieron, desde luego, aquéllos que ven en Occidente y, en concreto, en la Unión Europea, un modelo a seguir, incluso la integración, pero también lo hicieron grupos políticos que están más cerca de los nazis que de los partidos socialdemócratas que dominan hoy el panorama político europeo. Si éstos terminan dominando el Gobierno y el Estado ucraniano, nada bueno se vislumbraría. De hecho, nada bueno se vislumbra incluso con los más moderados en el poder. Y es que, aunque puedan caernos más simpáticos los que ahora lo ostentan, no podemos dejar de señalar que han llegado al poder mediante un golpe de Estado. Sí, es cierto que el presidente Yanukovich, que ganó unas elecciones legales y legitimadas por los observadores internacionales, no era precisamente un líder democrático, pero la manera de sacarle del poder y sustituirlo no ha sido un ejemplo de nada, más bien una reafirmación de que en esta zona se tiende más a la autocracia que a la democracia.

Ucrania se deshace y lo hace con la colaboración pasada y presente de muchos gobiernos que anteponen sus propias necesidades a cualquier otra circunstancia, incluyendo ya no sólo a las de los ucranianos, sino a las de los de sus propios países, usando los recursos que expolian legal o ilegalmente y destinándolos a acciones de dudosa legitimidad, eficiencia y oportunidad. A la cabeza de todos ellos, el imperialismo de Vladimir Putin que, apoyándose en su poder militar y en una oportuna rusificación de zonas que ahora no están bajo el dominio de Moscú, pretende "recuperar", ya sea de manera directa (como el caso de Crimea) o a través de gobiernos títeres (la Bielorrusia de Lukashenko), lo que en su momento formó parte del Imperio zarista y, quién sabe si más tarde, el Imperio soviético.

La actividad militar que Putin está realizando cerca de la frontera no es sólo un aviso de su poder, sino una amenaza clara de que, si es necesario, va a entrar sin que un débil ejército ucraniano vaya a impedirle apropiarse, al menos militarmente, de los principales puntos estratégicos del este del país. Las milicias prorrusas y una mayoría de la población apoyarían estos movimientos militares sin que nadie pueda hacer nada sin incrementar la tensión en la zona y el peligro de una guerra más general. Esta solución es mucho más drástica que la autonomía que pedían las regiones orientales en periodos anteriores y que ahora parece lejana, a medida que se hace más clara una anexión similar a la de Crimea.

El papel de Occidente es, si cabe, más patético. Putin sabe que tiene el poder y no le importa usarlo para "recuperar" una zona que considera como suya. Ucrania, al menos una parte de ella, se ha inclinado por Europa y Estados Unidos, y mientras Rusia se dedicaba a otras cosas, los gobiernos europeos y el americano han prometido alianzas que ahora no pueden o no quieren cumplir y que quedaron plasmadas en el tratado de Bucarest de 1994.

A Ucrania se le llegó a insinuar que tenía un lugar dentro de la Unión Europea, hecho que se vio apoyado por la entrada de países como los Bálticos o Croacia y Eslovenia, antiguas repúblicas yugoslavas. Se le consideró un socio comercial especial, lo que favoreció acuerdos económicos que ahora peligran y, con ello, todos los que de ellos dependen. Alemania, el socio con más peso de la Unión Europea en la zona, ha pasado ahora de apoyar a Estados Unidos y a otros aliados europeos contra la agresora Rusia a animar a los prorrusos del este y frenar las sanciones a Rusia. Quizá un análisis algo más calmado de la postura germana desde el principio del conflicto habría mostrado que las palabras iban por un lado y los hechos por otro sutilmente distinto. Y es que la vieja alianza entre Rusia y Alemania parece haberse reactivado.

El papel de Estados Unidos también es lamentable, ya que en su condición de policía mundial no ha sabido hacer casi nada, y lo poco que ha hecho, lo ha hecho mal. Las giras del Vicepresidente, Joe Biden, y del Secretario de Estado, John Kerry, no han conseguido nada más que o buenas palabras o amenazas de las dos partes, mientras que el conflicto se enquista más y se vuelve cada vez más violento.

A estas alturas del juego, la resolución pasaría por la partición de Ucrania en dos, una que se incorporaría a la Federación Rusa y otra que, al menos al principio, permanecería independiente, pero sin salida al mar y dependiente energética y económicamente de Moscú (cabe preguntarse si bajo la supervisión del oso ruso, poco tardaría en caer de rodillas). Si alguien piensa que en este conflicto dominan los temas económicos, creo que se equivoca. No porque éstos no tengan importancia, que la tienen y mucha, sino porque este conflicto nace de lo que Tucídides consideraba una de las tres razones de las guerras: el honor. Los imperios y los que aspiran a serlo tienen zonas donde se consideran líderes y no dejan que otros metan sus narices. Son como las mafias que se pelean por un barrio o una ciudad. A Putin le interesa lo que en su momento fue posesión de Moscú, ya sea bajo dominio zarista o bajo dominio soviético. Le cueste lo que le cueste y suponga lo que suponga. Alguien identificó los estados con las mafias y éste es un buen ejemplo de que dicho parecido es más que razonable.

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