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La Salamanca del Rey Fernando el Católico

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La España de Fernando II de Aragón poco tenía que ver con la actual de políticos bastante mediocres, elecciones permanentes, luchas internas en los partidos y corrupción.

Este año se ha celebrado el Quinto Centenario de la muerte de don Fernando II de Aragón, quien sobrevivió más de una década a su mujer, Isabel de Castilla, después de haber integrado los diversos territorios de la Península Ibérica en esa Monarquía Católica que durante siglos fue uno de los grandes motores políticos, culturales o económicos de Europa. Poco tenía que ver, lamentablemente, con la España actual de políticos bastante mediocres, elecciones permanentes, luchas internas en los partidos y un pasado de corrupción que espero desterremos de nuestra sociedad.

Tampoco vamos a dibujar una figura inmaculada de nuestro personaje, supuesta fuente de inspiración para el Príncipe de Maquiavelo, como gobernante más atento a la razón de Estado que a unos principios de justicia. Sin embargo, Baltasar Gracián o Saavedra Fajardo escribieron más favorablemente sobre las virtudes del Monarca, como señalaba hace poco Joaquim Coll en una “Tribuna” de El País.

Me gustó su manera de entender ese reinado como “el arranque de una historia compartida”, algo de lo que tendríamos que aprender en este país los descendientes de aquella generación. También se quejaba en su artículo del injusto olvido que parece haber rodeado esa efemérides; aunque supongo que sobre todo refiriéndose al territorio español de Cataluña, con una clase política cada día más obsesionada por ese mito del independentismo…

Porque sí les puedo hablar de dos interesantes congresos celebrados en Madrigalejo y Salamanca, excelentemente organizados por Iberdrola: resulta que la casa (ni siquiera un palacete) donde falleció el Rey Católico, entonces una dependencia agrícola del monasterio de Guadalupe, hoy es propiedad de esta compañía. Tuve ocasión de participar en el segundo, hace apenas unos días, dentro de un panel sobre “El pensamiento económico español en la Edad Moderna»: allí se trató de la teoría de la población (Manuel Martín), de la teoría monetaria (Francisco Camacho), de la teoría del valor (León Gómez) y de la teoría del Estado y los derechos de propiedad (Victoriano Martín) desde la perspectiva de la segunda escolástica española o Escuela de Salamanca. En todos los casos, estuvimos de acuerdo en la modernidad de aquellos planteamientos, surgidos a partir de los grandes cambios que ocurrieron en la España y Europa de finales del siglo XV y comienzos del XVI.

Por ejemplo, Manuel Martín nos describió el sorprendente crecimiento demográfico que experimentaron los territorios castellanos en esa época, con el consiguiente aumento de la riqueza en sus villas y ciudades. Poco antes, en la Lección Inaugural, el catedrático Luis Enrique Rodríguez-Sampedro, había señalado la excelente provisión económica de las cátedras salmantinas: una inteligente decisión de don Fernando, que al dotar los salarios en el cobro de las tercias reales consolidó la profesión docente en aquellos años de buenas cosechas y lucrativo comercio de lanas. Aunque no todos medraron de igual forma, explicaba Martín: las ciudades crecieron en espléndidos caserones, pero también en mendigos que deambulaban por sus calles. Y se generó un interesantísimo debate sobre el socorro de los pobres, en el que intervinieron Domingo de Soto, Luis Vives o Juan de Robles (también conocido como Juan de Medina): desde el punto de vista de las ideas liberales nos interesan los argumentos a favor y en contra de la intervención del Estado en la beneficencia, quién debería sufragar esos gastos, si se debe internar a los mendigos en “hospicios” (un antecedente de las workhouses de las Poor Laws inglesas), si se les permite deambular libremente por cualquier territorio, etc.

Otra perspectiva emergente es la que ofrece la Nueva Economía Institucional, de la que habló el profesor Victoriano Martín. Aquellos doctores escolásticos tuvieron que reflexionar sobre cuestiones tan relevantes como la teoría de los derechos de propiedad y la teoría del Estado, ofreciendo en este último caso una excelente defensa de los límites del poder político: bajo ningún concepto los reyes y gobernantes pueden hacer lo que quieran. En contra de una equivocada aunque muy difundida opinión, la Escuela de Salamanca condenó claramente el absolutismo de derecho divino, ya que la autoridad descansa en el Dios Todopoderoso, cierto; sin embargo, no se transmite directamente al monarca, sino a través y mediante el consentimiento del pueblo (no hablaron todavía, claro, de procedimientos democráticos: pero sí de esa fundamentación popular para un legítimo ejercicio del gobierno). En cuanto a los derechos de propiedad, la escolástica tardía señaló sin duda las ventajas de un reparto privado frente al comunitario, pese a que no llegaron a elaborar una teoría que garantizase su defensa (al igual que en el cumplimiento de los contratos).

Por mi parte, traté de explicar cómo los maestros salmantinos recogieron y consolidaron una teoría subjetiva del valor, basada en los conceptos medievales de virtuositas (utilidad), raritas (abundancia o escasez) y complacibilitas (apreciación subjetiva). De manera que la común estimación (aquello a lo que se está dispuesto a pagar por un bien en la plaza, siempre que no haya fraude o engaño) sería mucho más determinante en la formación de los precios que los costes derivados del trabajo y otros gastos materiales. Aquí fueron de nuevos pioneros en una aproximación a la teoría económica moderna (ya sea Neoclásica o Austríaca, a partir de la llamada “revolución marginalista”), mucho más consistente con la realidad que el constructo ricardiano del valor-trabajo, luego llevado al extremo en las doctrinas marxistas sobre la plusvalía.

En fin, más allá de las cuestiones económicas sobre las que les he escrito, quiero citar algunos nombres de ilustres académicos (José Angel Sesma, Juan Gil, Miguel Angel Ladero y José Antonio Pascual), historiadores y economistas (Antonio-Miguel Bernal, eficaz Director del Congreso junto a Fernando Becker; José Luis García Delgado o Nicolás Sánchez Albornoz) que también participaron en esta reunión, clausurada por el hispanista Joseph Pérez, Juan Vicente Herrera y el Presidente de Iberdrola, José Ignacio Sánchez-Galán. Sería demasiado prolijo resumir todas sus intervenciones, pero voy a terminar con dos consideraciones que me parecieron interesantes alrededor de la lengua castellana: lo primero, que su difusión -por la Península y América- fue bastante más espontánea que muchas de las actuales políticas de normalización lingüística controladas por los gobiernos autonómicos. Y una conjetura meta-histórica: al parecer, hubo un momento en el que el castellano estuvo a punto de ser la lingua franca de toda Europa, justo cuando el Emperador Carlos separó los territorios Habsburgo de la Monarquía Católica, siendo que poco a poco el idioma español dejó de hablarse en la Corte de Viena como venía ocurriendo con toda naturalidad.

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