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La sana incertidumbre

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La incertidumbre disgusta. A muchas personas les apetece pensar que el futuro es predecible, que nada malo pasará o que, de pasar, sería reversible, pues alguien lo solucionaría y las cosas volverían a ser como antes. Para el más conservador, el lema "cualquier tiempo pasado fue mejor" se convierte en una certeza y no le apetece cambiar si no es a lo que ya vivió o creyó vivir; para el más "progresista", el objetivo a alcanzar es el ideal del "paraíso en la tierra", objetivo para él mismo y, desde luego, para una humanidad sin rumbo, que no quiere aprender qué le conviene.

Cuando termina un año y empieza otro, se llenan los periódicos y noticieros de informaciones relacionadas con predicciones para el nuevo año. Los adivinos profesionales tienen su momento anual de gloria. La salud, el dinero y el amor del "famoseo" llenan unos cuantos artículos repletos de posibles bodas, amores, enfermedades y negocios. Los posibles desastres naturales, guerras, paces y crisis llenan páginas que se consumen con interés, quizá esperando encontrar en ellas las claves para reconducir nuestro propio futuro. Habrá que estar atento.

En un tono un poco más serio, pero quizá no menos fantástico, están las predicciones que podríamos llamar oficiales, tanto de los poderes públicos como de las instituciones y ‘lobbies’ privados. Para este año, las perspectivas económicas son mejores que las del año pasado, se intuye una recuperación de los índices económicos (yo diría más macro que micro), algunos aseguran que es el mejor momento para adquirir una casa, porque a partir de este año los precios subirán de nuevo, frente a otros que afirman que seguirán bajando. Alguien acertará.

El ministro De Guindos ha llegado a la conclusión de que las perspectivas del empleo para este año son incluso mejores que las que ellos mismos realizaron, y todo ello antes de sacar unos datos anuales de paro "espectaculares". Qué casualidad más causal. Puede que tenga razón, puede que no, y es que el ‘bluf’ de los brotes verdes de Zapatero todavía está muy cercano en nuestra memoria. Yo espero y deseo que sí, pero la recuperación económica no sería gracias al Gobierno del PP, que se ha dedicado a apretar las tuercas fiscales a una población ya bastante ahogada.

Los presidentes y principales directivos de algunas de las empresas españolas con más peso en la economía nacional crearon el Consejo Empresarial para la Competitividad, con el objetivo de "aportar las experiencias de las grandes multinacionales que se integran en el CEC, elaborando documentos orientados a incrementar la competitividad española, guiados por unos valores como son el compromiso, el consenso, la experiencia y el ámbito global". Durante todo el año pasado, personas como César Alierta, Emilio Botín, Ignacio Sánchez Galán o Francisco González se han dejado los cuernos en asegurarnos que la cosa ya no está tan "malita" y que la recuperación es cosa de (poco) tiempo y fruto de un esfuerzo de todos. Todo ello muy racionalizado y basado en sesudas y completísimas estadísticas. Vuelvo a esperar que tengan razón y que sea así, quiero creerlo, pero la economía no es una disciplina predictiva, al menos no con esa capacidad de predicción que tiene la física, que siguiendo las leyes newtonianas es capaz de poner una nave en Marte con una precisión pasmosa.

Muchas ciencias y disciplinas humanas no son predictivas. La Teoría de la Evolución puede explicarnos cómo surgen las especies, pero no es capaz de decir cuáles serán las especies que existirán dentro de cien mil años. Que los economistas de la Escuela Austriaca se pasaran años diciendo que si en economía se seguía haciendo lo que se hacía estallaría una burbuja, no quería decir que supieran con detalles cuándo, cómo y a quién iba a afectar. Cuando la crisis llegó, lo hizo sorprendiendo a todos; la diferencia fue que a algunos les pilló más preparados que a otros. Y en toda crisis hay quien se enriquece y quien no, pero las crisis no siempre enriquecen a quienes creemos que son más fuertes antes de que estallen.

Esta idea de la predictibilidad de todo, que el universo se reduce a unas reglas más o menos complejas que son capaces de generar el futuro, es una idea decimonónica que aún perdura y que, desde mi punto de vista y entre otros factores, es una de las bases de los muchos socialismos y colectivismos que ponen en la tierra el paraíso perdido. Por eso, el socialista sabe lo que hay que hacer, se sorprende cuando no funciona, culpa a otros de la desgracia, se olvida de la sana labor de la autocrítica y persiste en el error cuando ha pasado el tiempo suficiente y ha olvidado.

La incertidumbre es sana. Genera expectativas, el empresario lo sabe y busca beneficiarse de ellas, espera sacar un beneficio a cambio de satisfacer las necesidades de sus clientes. Precisamente éstas nacen de saciar las incertidumbres propias: qué comeremos cuando tengamos ganas, qué vestiremos, con qué o quién nos divertiremos o trabajaremos cuando toque. Necesitaremos ingresos para satisfacer todas estas necesidades, algunas básicas, otras más superfluas, pero no necesariamente menos importantes. Todo ello es de difícil predicción; que tendremos hambre es fácil saberlo, el contexto donde nos venga y cómo podremos satisfacerla resulta mucho más complicado, muchas veces, imposible. No es lo mismo salir del trabajo y comer en un bar cercano que buscar algo que echarse a la boca bajo el fuego en un escenario bélico. Trabajamos para reducir la incertidumbre, pero dependemos de ella para prosperar. Seamos agradecidos cuando delante de nosotros aparecen encrucijadas; el emprendedor no tiene miedo de aprovecharlas, el socialista reivindica ciertos derechos y quiere tomar, por la fuerza del Estado, parte del fruto del esfuerzo del que sí se atrevió.

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