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La sima de la deflación

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Apenas estamos levantando la cabeza después de la peor crisis económica desde la postguerra, y ya nos llegan mensajes sobre nuevos y aterradores riesgos económicos. Es el caso de la deflación. Recientemente nos ha alertado sobre ello José Carlos Díez, que dice en una entrevista: «Los que gobiernan España y Europa pretenden salir de una crisis de deuda con deflación y el resultado es más deuda pública y más deuda externa. La ignorancia es muy osada». Nadie dudará de la osadía del propio Díez. Pero ¿es verdad que la deflación supone una grave amenaza para nuestra economía? ¿Es esa sima hacia la que cae la economía sin remedio, y de la que es luego muy difícil salir?

Para empezar habría que precisar de qué estamos hablando. Yo entiendo la inflación como la emisión de medios de pago sin respaldo. La deflación sería, en consecuencia, la desaparición de esos medios de pago fiduciarios. Pero lo que habitualmente se tiene por inflación y deflación es el aumento, o la disminución, de los precios en general. Son dos cuestiones distintas, aunque tienen relación entre sí. En los años de inflación suele haber aumento de precios, y cuando la economía reacciona porque su estructura económica se ha revelado como errónea, suele acompañar el ajuste con destrucción del crédito, lo cual puede deprimir los precios. La realidad es más compleja que todo esto, pero ello no quiere decir que no haya relación.

Una de las fuentes del temor a la deflación es esa relación entre la destrucción del crédito, la caída de los precios y la crisis económica. La confusión de dos fenómenos concomitantes con una causa y su efecto es muy fácil en economía, y profesionales más brillantes que José Carlos Díez han caído en ella. Otra fuente, relacionada con la anterior, es la interpretación que hizo Milton Friedman de la Gran Depresión de los años 30, y que es lo más cercano a una explicación canónica de aquel ciclo. Friedman dice, en resumen, que la Reserva Federal fue la culpable de la Gran Depresión porque no paralizó el proceso deflacionario que llevó a la crisis. Vive Dios que Ben Bernanke, que agradeció a Milton Friedman que hubiera expuesto las verdaderas causas de aquello, no ha permitido que le ocurra lo mismo.

Lo que sabemos sobre cómo se desarrolla el ciclo económico nos lleva a conclusiones muy diferentes. En una situación como la actual, si no hubiera un banco central manipulando los tipos de interés, éstos habrían subido, lo que habría llevado a la destrucción del crédito falso, o fiduciario, y llevaría a la economía española a forzar el ajuste, que habría sido más rápido.

Pero el debate no es ese, sino que trata de los efectos perversos que se derivarían de una caída general de los precios. Si llamamos a eso deflación, ¿está España en un proceso deflacionario? El pasado 12 de marzo el INE facilitó los datos de evolución de los precios correspondientes al mes de febrero. Muestran que la inflación (en este sentido de evolución general de los precios) fue nula en el curso del último año, y que la evolución de los dos primeros meses de 2014 es de un -1,4 por ciento. Como señala BBVA, para juzgar si los precios están cayendo o lo van a hacer en el futuro, tenemos que tener en cuenta dos cosas: Primero el efecto de la subida del IVA, que fue absorbido el año pasado, y que produce el efecto contable contrario en 2014. Y que los precios de la energía, que vienen de fuera, son ahora más moderados.

En este sentido no parece que estemos en una bajada generalizada de los precios, ni que vayamos a ella, necesariamente. Pero tan importante como eso, o más, por lo que se refiere a este debate, es ver si una situación así es perjudicial para nuestra economía, o pone en riesgo la recuperación española.

En una economía con estabilidad monetaria y crecimiento económico llevará, naturalmente, a una caída de los precios de los bienes de consumo. Se suele poner como ejemplo a Gran Bretaña a finales del XIX, aunque hay que recordar que ese período coincide, y no es mera coincidencia, con una desmonetización de la plata. Un descenso de los precios, se dice, retraerá el consumo a medida que la moneda atesorada va ganando poder adquisitivo. Este menor consumo retrae la demanda y favorece la depresión económica.

Hay más de un error en esta forma de pensar. En primero es la interpretación del comportamiento de los consumidores. Es evidente que éstos no van a dejar de consumir, que es el objeto del proceso económico. Ha de verse, más bien, como que el consumidor tiene más capacidad de decisión, pues a las opciones que le ofrece el mercado de consumo se suma la de poder esperar, con lo que su capacidad de decisión y de poder sobre el mercado aumenta. La situación contraria es la de los consumidores corriendo a entregar su dinero, que quema en los bolsillos y en las cuentas corrientes, a cambio de bienes reales.

A este error hay que sumar que los consumidores tenderán a elegir un saldo real de tesorería, y está sujeta a una racionalidad económica. El atesoramiento no crecerá sin medida, por mucho que bajen los precios. Por otro lado también es erróneo no ver que ésta cumple también una función económica.

Si, como se alega desde los temerosos de la caída de precios, el consumo caerá, y si el atesoramiento no crecerá sin medida (es decir, sin una justificación económica para los consumidores), entonces aumentará el ahorro. El ahorro permite la formación de capital y el progreso económico.

Otro argumento que incide en el peligro de la caída generalizada de los precios es que los costes de producción son precios más rígidos. La caída de los precios de consumo con unos costes rígidos llevaría a pérdidas generalizadas y a la depresión. De nuevo, este razonamiento tiene varios fallos. El primero es que es una pretensión absurda que los precios de los factores no se ajusten a la realidad, en un entorno de caída de precios. Los beneficios no dependen del nivel de precios (un concepto, además, que poco tiene que ver con las decisiones individuales), sino de la diferencia entre los precios dentro del proceso productivo. Cuando los precios de los factores se ajusten, se restituirá el beneficio.

Otro error de este razonamiento tiene que ver con la estructura productiva. Es propio de la lata visión de la producción de John M. Keynes, que sólo concibe dos estadios de la producción, el consumo y la producción. Lo expresa con claridad en su Treatise on Money. Pero como sabemos desde Carl Menger, la producción se desarrolla en estadíos de los cuales sólo una parte tienen una relación directa con el consumo. La mayor parte de la producción es de bienes intermedios que se ponen al servicio de otro proceso productivo.

Aún queda al menos una última consideración. Desde la posición crítica con la caída continuada y generalizada de los precios se incide en que perjudica a las empresas y particulares que están endeudados. Éstos se ven obligados a dedicar una mayor parte de su renta real a pagar las deudas contraídas. Si han adquirido algún activo con esa deuda, se pueden ver obligados a venderlo. Si en esa situación se encuentra, como es previsible, un gran número de agentes, las ventas serán masivas y se producirá una caída añadida de los precios. Desde un punto de vista, este proceso incide en el ajuste necesario. Desde otro, se señala que el proceso de liquidación lleva a un círculo vicioso de caída de los precios de los activos y aumento de la deuda real.

Es cierto que este camino lleva a muchos agentes a la quiebra y la liquidación. Pero lo que ocurre, en este caso, es que otros agentes, otros propietarios que tienen menos deuda o que cuentan con liquidez, adquieren esos activos a un precio más bajo, y los ponen al servicio de nuevos procesos productivos. No sólo la sociedad no pierde, sino que sale ganando en el sentido de que la propiedad pasa a mejores manos.

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