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Lenguaje y libertad de expresión

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La ética de la libertad se basa en los equivalentes o complementarios derecho de propiedad y principio de no agresión: uno es libre de hacer lo que quiera (nada está prohibido ni es obligatorio) en el ámbito de su propiedad sin interferir violentamente con lo ajeno, sin agredir o coaccionar a otros. Está prohibido hacer el mal (dañar a otros), y no es obligatorio hacer el bien (ayudar a otros). El propietario manda sobre su propiedad y no tiene ningún derecho sobre lo que es de otros. Este es el único sistema normativo con carácter universal y simétrico que es además funcional: sirve para evitar, minimizar o resolver conflictos, y fomenta el desarrollo humano y la convivencia pacífica y armoniosa. Es posible modificar esta norma básica universal mediante contratos o acuerdos voluntarios entre las partes involucradas: así se intercambia la propiedad sobre los bienes y se generan prohibiciones, obligaciones y derechos positivos particulares que sólo afectan a las partes contratantes.

La ética de la libertad puede modularse, modificarse o precisarse según qué se entienda como agresión o daño. Agresiones típicas y claras son el asesinato, los daños físicos contra la persona o los bienes ajenos, la violación, el secuestro y el robo. Los actos de habla o expresiones lingüísticas (verbales, escritos, dibujados, cantados, expresados corporalmente o mediante otros actos simbólicos) no constituyen violencia física ni robo de bienes materiales, y por lo tanto, según la visión más restringida o estricta de lo que constituye una agresión, cada individuo es en principio libre de decir o escribir lo que quiera siempre que no obligue a otros a escuchar o leer ni les exija proporcionarle los medios necesarios para producir y transmitir su mensaje. Nadie tiene derecho a censurar a otros o impedirles expresarse libremente.

Sin embargo algunos conflictos sociales se deben a interacciones lingüísticas: mediante el habla es posible causar daños que pueden ser percibidos subjetivamente como graves; los intercambios verbales pueden subir de tono y propiciar agresiones físicas.

El lenguaje es una herramienta que puede utilizarse tanto para la cooperación (permite la coordinación social entre los agentes) como para la competencia: transmitir datos, información o conocimiento; compartir opiniones, expresar deseos, preferencias, valoraciones; influir sobre los demás, emocionarlos y manipularlos; dar consejos o recomendaciones; crear, mantener o romper relaciones; mostrar aprecio o desprecio, declarar amor u odio, aprobación o rechazo; desear el bien o el mal; infundir miedo, transmitir advertencias o amenazas; realizar promesas; señalar lealtad y compromiso; hablar bien o mal de algunos, cotillear, chismorrear, esparcir rumores; alabar o humillar; mentir, engañar, estafar; mostrar respeto o falta de respeto; demostrar sumisión o superioridad; insultar, burlarse, mofarse, reírse de otros; injuriar, difamar; criticar de forma constructiva o destructiva; atacar a unos y defender a otros.

El lenguaje funciona entre individuos a través de sus relaciones pero también los une y separa en grupos a distintos niveles de agregación. Los cooperadores tienden a hablar bien unos de otros, se muestran respeto y se ríen juntos; los competidores tienden a insultar u ofender, hablan mal y se ríen o burlan unos de otros (de forma más o menos explícita o intensa).

Al decir algo (y al callar) los individuos no sólo hablan acerca de otros sino que también transmiten información sobre sí mismos: qué tipo de persona se es, de qué cosas se habla y de cuáles no, cómo se habla. Por prudencia la gente no suele decir todo lo que piensa y limita voluntariamente su libertad de expresión usando su propio juicio para decidir qué decir y qué callar. Es posible callar para no herir al otro o para evitar daños contra uno mismo por la reacción del otro. Es peligroso decir que el emperador está desnudo o denunciar las corruptelas, mentiras, trampas, incompetencia o abusos de los poderosos.

Las críticas a otros pueden intentar ser constructivas y respetuosas, pero también son posibles los ataques ofensivos que pretenden causar daño, provocar, avergonzar, humillar, ridiculizar: sátira, humillación, infamias, injurias, escarnio, calumnias, libelo, difamación. Además de incluir algún argumento estos ataques pueden referirse a diversos defectos, prácticas o creencias: estulticia, fealdad o rasgos desagradables en general (olores), atributos o prácticas sexuales; falta de éxito (recordar alguna derrota, fracaso o humillación), honor, coraje; indignidad; pueden utilizarse obscenidades, referencias degradantes a excrementos y desechos corporales, y realizar comparaciones con animales detestables.

Los seres humanos son animales hipersociales preocupados por su estatus, reputación, prestigio, fama, dignidad u honor. Quieren ser percibidos como buenos cooperadores o amigos (leales, fiables, honestos, comprometidos, competentes, eficientes), y como temibles competidores o enemigos (para evitar la posibilidad de ser atacados o consolidar una posición de superioridad y dominio sobre otros). Les importa mucho lo que los demás piensan y dicen de ellos: lo que piensan, porque en eso consiste la reputación, y lo que dicen, porque mediante el lenguaje los individuos influyen sobre lo que piensan los demás (la gente suele creerse lo que le dicen, la actitud racional crítica y escéptica es difícil y el sesgo de confirmación está generalizado).

Es muy difícil comprobar y controlar plenamente lo que la gente piensa, pero es más factible y práctico influir sobre lo que se dice, especialmente cuando se hace en público: es más fácil de comprobar y se trata de actos lingüísticos mucho más importantes por su impacto más generalizado sobre los receptores de los mensajes (no sólo porque son más, sino porque además cada oyente o lector sabe que no es el único, que hay otros receptores que comparten el mensaje, lo cual puede permitir su coordinación); es posible prohibir ciertas expresiones (críticas, disenso), y obligar a realizar otras (muestras de sumisión, de compromiso, de conformidad).

La cultura (costumbres, tradiciones, vestidos, gastronomía, expresiones artísticas, música, danzas, leyendas, mitos, idiomas, acentos) y muy especialmente las creencias (sobre todo las religiosas pero también las políticas) pueden utilizarse para delimitar y cohesionar grupos (especialmente si son extensos y no pueden gestionarse mediante relaciones personales entre conocidos), para saber quién es miembro y quién no, para fomentar la uniformidad y la conformidad y para comprobar el compromiso y la lealtad del individuo con el colectivo.

El ámbito religioso suele ser especialmente problemático para la libertad de expresión. Ciertos líderes (profetas, héroes, mártires, santos, semidioses, dioses) pueden servir como representantes o puntos de referencia de un grupo, y atacarlos verbalmente a ellos equivale a atacar a todo el grupo. Ciertas creencias arbitrarias o absurdas pero consideradas sagradas (tabús intocables, dogmas irrenunciables) pueden servir como señal honesta costosa para probar la lealtad o respeto al grupo: el miembro fiel renuncia a la racionalidad crítica y a la expresión abierta de dudas, no se queja o protesta, participa activamente en los rituales y repite regularmente el credo común; el hereje, disconforme o impertinente muestra que es individualista y no conformista, que le interesa más la verdad que la solidaridad con el colectivo expresada a través de los autoengaños compartidos; el apóstata es un traidor desleal; los enemigos muestran su hostilidad mediante la burla blasfema y la demonización del adversario.

El hecho de que ciertas creencias o prácticas sean intelectualmente débiles y fácilmente ridiculizables puede no ser un error sino un rasgo de diseño: son sensores de respeto, sirven para detectar al problemático o al enemigo y para incitar a los miembros a que demuestren su lealtad al sentirse ofendidos por los ataques o críticas. Las creencias religiosas (y frecuentemente las políticas) suelen implicar autoengaño y cierto grado de fanatismo (tienen que importar o afectar al individuo de forma íntima para incitarle a actuar). Indignarse de forma pasional y resentida ante los ataques críticos es la forma de advertir que estos no se toleran y que provocarán alguna represalia. Algunas civilizaciones, culturas o etnias dan mucha importancia, incluso obsesiva, al honor, no sólo individual sino también familiar. No todas las religiones (ni todos los creyentes) son iguales en su tolerancia o intolerancia con los blasfemos, herejes, apóstatas o creyentes de otras fes, y su actitud puede cambiar según las circunstancias históricas.

Permitir una crítica o burla o no reaccionar agresivamente ante ella puede indicar debilidad o fortaleza: el inferior no responde por miedo; el superior desdeña, desprecia al no atender; el indiferente no se ve afectado, o se contiene o no querer entrar en el combate verbal o físico. Las burlas o humillaciones pueden utilizarse por los poderosos contra los débiles o por los débiles contra los poderosos: los opresores pueden estigmatizar o deshumanizar a los oprimidos; los débiles pueden reírse de la solemnidad de los mandatarios y criticar sus abusos.

Las limitaciones legales de la libertad de expresión pueden proceder de diversas fuentes o tener distintas motivaciones: los gobernantes quieren evitar conflictos, o que se denigre o discrimine a determinados colectivos; aquellos individuos o grupos que pueden verse afectados negativamente por ciertas cosas que otros digan promueven leyes que defiendan su honorabilidad o dignidad; los poderosos opresores evitan ser criticados e impiden que los oprimidos se organicen para oponerse a ellos; los tramposos, delincuentes o criminales no quieren ser denunciados; algunos creyentes religiosos de frágil sensibilidad no aspiran al martirio y pueden exigir que las leyes protejan de forma especial sus convicciones.

Si algunos actos verbales se consideran agresivos, tal vez la respuesta legítima proporcional no sea usar la fuerza contra las palabras sino defenderse mediante otros actos verbales críticos: si uno puede decir lo que quiera sobre cualquier cosa, otros pueden igualmente criticar esas expresiones como deseen. Es posible practicar el repudio social o el boicoteo contra quienes sean considerados ofensivos, o ignorarlos y no alimentar su deseo de atención. Para madurar como individuos y sociedades conviene practicar el escepticismo y no ser hipersensibles o fácilmente irritables. Quienes quieren que otros no se burlen de ellos podrían no hacer cosas de las cuales sea fácil reírse en lugar de exigir la prohibición de esas burlas. Aquellos que lo deseen pueden pactar normas contractuales que limiten su libertad de expresión, pero no pueden exigirles lo mismo a quienes no estén interesados.

Defender el derecho a expresar cualquier idea no es equivalente a defender o estar de acuerdo con esas mismas ideas ni implica tener que participar en su difusión: es posible defender el derecho a expresar cosas que se califican como estupideces, o ideas erróneas o nocivas.

Tolerancia no es solamente permitir aquello con lo que no estamos de acuerdo: es no prohibir lo que nos disgusta, asquea o repugna, lo que resulta repulsivo y puede herir los sentimientos, especialmente si tiene algún contenido moral.

Libertad total de expresión puede significar que mediante el lenguaje se mienta, se acuse falsamente de delitos, se defiendan las violaciones de la libertad, la violencia o la incitación a la misma, se coordinen agresiones, o se produzcan humillaciones y vejaciones contra individuos o colectivos oprimidos o estigmatizados. Pero aquellos que se expresan así pueden atraer la atención de otros y ser rechazados de forma masiva, o si se considera que realizan amenazas efectivas de agresión física puede actuarse de forma defensiva contra ellos.

La no existencia de críticas o lenguaje ofensivo en una sociedad puede facilitar la convivencia al evitar conflictos, pero también puede implicar que las conductas o ideas erróneas no se corrigen, que los delitos o crímenes no se denuncian, que la opresión se mantiene, que el conocimiento no avanza, que la cultura se estanca por falta de movimientos rompedores, o que la gente no sabe qué es lo que realmente piensan los demás. El prohibir las críticas y las ofensas puede llevar a que se realicen a escondidas o de forma anónima.

Es común distinguir entre la crítica a las ideas y la crítica a las personas que las expresan o defienden: se insiste en respetar a las personas al criticar las ideas, tal vez porque las ideas no se enfadan, no sufren, no se sienten humilladas, no les importa nada. Son los individuos quienes tienen, asumen y comunican ideas, y a través de las ideas se critica a las personas que las tienen; las ideas no son agentes, por sí solas no hacen nada, deben estar en la mente de alguien que actúe para ser peligrosas.

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