Skip to content

Liberalicemos el mercado de órganos

Compartir

Compartir en facebook
Compartir en linkedin
Compartir en twitter
Compartir en pinterest
Compartir en email

De todas las áreas de las relaciones humanas intervenidas y reguladas, probablemente aquélla que atañe a los órganos humanos es una de las más insuficientemente advertidas y aun comprendidas. El comercio con órganos es algo fuera de la ley. Como tantas veces, y ésta no es en absoluto excepción, tendemos a pensar que la regulación e incluso la prohibición no son sólo buenas sino totalmente necesarias.

En efecto, no hablamos de «intercambio» o «venta» de órganos más que cuando nos referimos a mercados negros o fuera de la ley. Pues cuando nos referimos a este tipo de intercambios de modo legal, hablamos exclusivamente de «donación», «donante», etc. En suma, es sólo legal dar un órgano si a cambio no se recibe nada; o, dicho de otro modo, sólo es posible darlo de manera gratuita. Tanto se cuida el Gobierno de prohibir que el receptor dé algo al donante que prohíbe que cada parte conozca la identidad de la otra.

Pongamos atención a este hecho de la «gratuidad». En el fondo, lo que hace realmente el Gobierno con la prohibición del intercambio de un órgano a cambio de algo es intervenir y controlar los precios: Prohíbe que el precio de los órganos sea otro distinto de cero. Ya el Nobel Milton Friedman, en su célebre obra «Libertad de Elegir», nos advirtió hace décadas de las nefastas consecuencias del control de precios. Y este caso, obviamente, no es distinto.

Todos convendremos que cero es por necesidad lógica un precio máximo inferior al precio de mercado (aquel punto en que oferta y demanda coinciden). Cuando esto sucede (cuando el precio máximo está por debajo del precio de mercado), la gran consecuencia inevitable es una creciente demanda para una menguante oferta: escasez. Si bajáramos a cero el precio de cualquier cosa (sean coches, fregonas o servilletas), la oferta se derrumbaría al mínimo imaginable. Y esto es lo que vemos actualmente.

Múltiples estudios y análisis médicos y sociales sobre la cuestión convienen en el problema real de esta escasez, y algunos de ellos lúcidamente se replantean la idoneidad de la actual prohibición.

Otro problema es que, debido a esta escasez, el órgano político o Gobierno se inviste de un poder enorme para decidir quién tiene prioridad sobre quién: decide quién vive y quién no.

Por desgracia, como en otros aspectos de la vida y la sociedad, tendemos a confundir el mercado negro o fuera de la ley con lo que sucedería si el mercado fuera legal. Es innegable que actualmente el mercado de órganos está copado por mafias, caracterizado por precios exorbitados, homicidios y delincuencia. La mayoría no se para a pensar que esto es así, y precisamente así, como consecuencia de nuevo inevitable de la prohibición del Gobierno. Al sacarse de la legalidad el mercado de órganos, los encargados de éste son por necesidad los expertos en saltarse la ley: los delincuentes, las mafias. Operar sorteando constantemente la ley tiene un coste insoportable: en lógica los precios de los órganos en los mercados negros son desorbitados. Nadie se juega acabar el resto de su vida en la cárcel por unos cuantos euros. Y una vez situados fuera de la ley, matar o robar órganos sólo es una extensión de la ilegalidad.

Así pues, dos consecuencias directas de la prohibición del Gobierno son la escasez de órganos y el precio artificialmente alto de los órganos en un mercado mafioso. Y esto, se suponía, era por nuestro bien.

Es harto curioso cómo todos los llamados movimientos liberadores, feministas, etc., que tanto han bregado por la propiedad de nuestros propios cuerpos no vean que ésta es parte de su causa. A día de hoy, nadie ha demostrado que tus pulmones o riñones sean menos tuyos que tu vagina. Y tan moral o inmoral puede ser vender tu riñón, como tu cuerpo como objeto sexual o tus manos como obrero industrial. Al final, lo que es moral hacer con lo de uno mismo lo debe decidir ése uno mismo. Lo coactivamente moralizante es decidirlo uno por y para los demás.

La liberalización del mercado de órganos traería precios mucho más bajos (que los del mercado negro), no sólo por el levantamiento de la prohibición y la eliminación de los costes de operar al margen de la ley y el aumento consecuente también de la oferta. La posibilidad legal de lucro, como en cualquier otra área, capitalizaría enormemente el sistema sanitario, en este caso, en cuanto a operaciones de trasplantes. Aunque hay quienes creen que la prohibición ayuda a evitar robo de órganos, precisamente es su estímulo. El descenso de precios de la liberalización sería el más fuerte desincentivo. Por lo demás, todo tipo de agresión o intercambio forzoso debe estar perseguido y castigado en una sociedad libre.

Así, no sólo habría más oferta y precios en descenso por múltiples motivos. Es de esperar que se redujeran las enormes listas de espera, reduciendo además los costes de tratamiento durante esa larga espera.

Incluso en el más liberal escenario, es esperable que haya una muy reducida población que aún no tendría medios para costearse un trasplante. En este caso, hay mucho que contraponer a esa presunta objeción. En primer lugar, es más que cuestionable que esas personas muy pobres hubieran sido o son mejor atendidas en el actual escenario de prohibición; cabe pensar más bien lo contrario ante la elevada escasez y reducida oferta. En segundo lugar, un escenario de mayor libertad siempre redunda en mayor solidaridad de los ciudadanos. Sería esperable ver asociaciones, fundaciones, etc., que costeen esos trasplantes para personas con elevada necesidad tanto médica como económica. El abaratamiento de los procedimientos clínicos que mencioné anteriormente actuaría como estimulante para la ayuda mutua. La actual mayoritaria oposición a la liberalización del mercado de órganos por esos motivos actúa como auto-refutación: se presume que, como mínimo, esa mayoritaria población ayudaría a esos necesitados de trasplantes en una sociedad libre.

En cualquier caso, un mercado y sociedad libres es exactamente eso: libre. A nadie se le debe prohibir solicitar algo a cambio de lo que ofrece (sea dinero, cualesquiera bienes o la realización de acciones por la otra parte), como a nadie se le debe prohibir regalarlo o donarlo.

Levantemos ya la absurda, insostenible e injustificable prohibición sobre el mercado de órganos. Liberalicémoslo. Para salvar nuestros derechos y libertades. Y nuestras vidas.

@AdolfoDLozano / david_europa@hotmail.com

Aún no hay comentarios, ¡añada su voz abajo!


Añadir un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Más artículos

Sobre la libertad económica en Europa

Según el último Índice de Libertad Económica publicado por la Heritage Foundation, algunos países europeos se encuentran entre los primeros lugares a nivel mundial.

Viviendo en Ancapia

En esta sociedad, los servicios actualmente provistos por el Estado, como seguridad, defensa nacional, sanidad, justicia e infraestructuras, serían proporcionados por entidades privadas de manera voluntaria y competitiva en el libre mercado.