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¿Liberalismo en Ortega?

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Los eruditos españoles siempre han desdeñado el libre mercado, institución que sigue asegurando por siglos la existencia humana. Es propia de la intelectualidad hispana su incomprensión de las más elementales leyes económicas. En torno a la economía, los clérigos en artes y letras han postulado la ramplonería o el intervencionismo más extremoso. José Ortega y Gasset, de quien se cumple este año el cincuentenario de su fallecimiento, patriarca filosófico e inspirador del moderantismo liberal en España, fue también favorable a tan sombrío criterio. 

He ahí el verdadero páramo: las escasísimas luminarias intelectuales que han defendido la vida económica en libertad. Ese sí que ha sido el erial puro y duro -con nefastas consecuencias para la convivencia histórica- y no el denunciado por el antifranquismo. Hubo excepciones, claro, pero muy pocas, y en figuras presuntamente menores de la literatura. Por ejemplo, los estupendos escritores Julio Camba y Josep Pla, olvidados hoy por su incomodidad política. Ambos, el gallego y el ampurdanés, vivieron como corresponsales de prensa las trágicas consecuencias de la Gran Guerra del 14 y contemplaron el envilecimiento moral de la sociedad europea durante la hiperinflación y la caída en picado de la moneda. Respecto de ésta, Camba era un tipo genial que podía en breves líneas comparar la ley de Gresham con una partida de póquer y el cante flamenco. Decía que esa ley (“La moneda mala acaba por desplazar a la buena”) le recordaba al jugador tronado de póquer que, tras perder “los cinco duros que constituían su capital”, regresaba del mostrador a la mesa de juego con un”cargamento de chatarra” afirmando fogosamente que valía por un duro cada puñado de esos discos metálicos que le habían fiado en el local. Ante esa circunstancia, la partida se derrumbó. Los demás jugadores renunciaron al faroleo y aceptaban cualquier envite con tal de quitarse de en medio aquella quincalla, conservando su moneda buena para mejor ocasión. La copla ya lo advertía:

Gitana, qué tú serás
lo que a la farsa monea
que de mano en mano va
y ninguno se la quea
 

Nada de esa sencilla pedagogía en Camba (al igual que los relatos campesinos de Pla) germinó en la academia de mentes insignes, presuntamente rectora de todos nosotros. Por el contrario, los patricios de la cultura dinamitaron con su frivolidad la Restauración liberal, el régimen posible del momento. Se comportaron epilépticamente para luego entregarse muchos de ellos a la tiranía de su preferencia. No entendieron nunca los mecanismos naturales de la acción humana. Todavía en 1931, Ortega conferenciaba lo siguiente: “Yo propongo un régimen que puede llamarse de economía organizada: es decir, que en vez de dejar a la total libertad de los individuos el movimiento de la producción, sea dirigido por el Estado mismo, como si la nación fuera una única y gigantesca Empresa”.  Y éste era, como Tomás Moro, el hombre para todas las estaciones; el faro de templanza preconizado por sus discípulos en la atávica crisis nacional. ¡Menuda suerte la de España con semejantes tutores!   

La trayectoria de Ortega es un drama con añadidos de injusticia. Para la izquierda fue el maître a penser del fascismo español. A su vez, los conservadores partidarios de la dictadura franquista recelaron de él. Ahora los progresistas quieren transfigurarlo en una  especie de grabado que deben inexcusablemente reverenciar los indómitos de la libertad. Convertirlo en icono de los intereses creados y el discurso acomodaticio. Si no obedeces lo que los añosos mandarines culturales te recomiendan, eres un mal ciudadano. Esta es la dosis de independencia que toleran. Es el tope de liberalismo que la progresía aguanta: no pienses, nosotros te organizaremos, aprende el manual de civilidad firmado por nuestras momias; sin rechistar paga tus impuestos y mantén la boca callada.  

Habrá quizá en la obra de Ortega búsqueda de la verdad (que no es poco), generosidad en la tolerancia, respeto por el modo ajeno, pero no desde luego ese afán de libertad que domina la inteligencia de la gente que pretende salir adelante sin impedimentos. Ortega es encomiable por su curiosidad,  por el interesante concepto de razón vital  y por su desvelo patriótico. Sin embargo, no es modelo para el liberalismo porque él -junto a otros- es reconocido por su pensamiento con mayúsculas (la Historia, la Cosa Pública, las Generaciones) y nunca se ocupó de las personas a las que arbitrariamente calificó de Masa.

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