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Liberalismo y liberalidad

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La praxeología enseña que el ser humano individual actúa intencionalmente para conseguir objetivos subjetivamente valorados, para alcanzar una satisfacción o evitar un malestar psíquico. Se actúa para obtener beneficios (hacer el bien) que no son necesariamente monetarios o materiales. Si una persona generosa regala voluntariamente sus bienes es porque obtiene a cambio un placer íntimo al hacer el bien a su prójimo, o porque mejora su reputación (asume costes presentes a cambio de beneficios futuros), evitando el malestar que puede producir ser considerado egoísta por los demás: el desprendido también busca su propio bienestar, igual que el que no regala nada sino que comercia (pidiendo algo a cambio de sus bienes o servicios, estableciendo relaciones mutuamente beneficiosas), e igual que el agresor (ladrón, violador, asesino, estafador, secuestrador) que persigue su propio beneficio aun a costa de perjudicar a los demás.

Desde el punto de vista del actor, todo ser humano actúa para obtener beneficios: el altruista se alegra del bienestar ajeno y asume todos los costes, el comerciante ofrece oportunidades de beneficio recíproco donde los costes se reparten entre ambas partes, y el agresor vive a costa de las víctimas a quienes causa daños.

La agresión no puede ser muy popular para las víctimas, de modo que a menudo se camufla con diversos ropajes: es por tu propio bien, es por bien del colectivo, te quito a ti para ayudar a otros más necesitados…

El altruismo suena muy bien: es fantástico que todos los demás sean generosos ya que así yo recibiré algo gratis. Y si quiero ser popular yo también seré generoso (no me lo pueden exigir porque el auténtico desprendimiento no espera nada a cambio). Es una lástima que la generosidad tenga serios problemas: la capacidad emocional de las personas reales es limitada, sólo sentimos como próximos a unos pocos familiares y amigos; la capacidad intelectual de las personas reales es limitada, de modo que aunque queramos beneficiar a los demás tal vez no sepamos cómo hacerlo, sobre todo si son extraños alejados de nosotros; la capacidad de acción de las personas reales es limitada, de modo que no podemos regalar riqueza indefinidamente. Se suele desear expandir estas capacidades, pero una cosa son los deseos y otra la realidad. Además los generosos incautos pueden ser fácilmente parasitados por vagos sin escrúpulos que prosperen a su costa: un grupo de generosos ingenuos es evolutivamente inestable.

Los intercambios voluntarios o altruismo recíproco (yo te doy a cambio de que tú me des, ahora o en el futuro) resuelven los problemas de la generosidad ingenua: es posible comerciar con conocidos y con extraños, próximos y lejanos, sin necesidad de amarlos intensamente; la inteligencia se utiliza de forma distribuida y local, de modo que ya se encarga cada participante de asegurarse que lo que hace es en su beneficio; los derechos de propiedad, los precios y los beneficios empresariales economizan los recursos escasos y fomentan su producción y su asignación a los fines más valorados.

Una cosa es lo que cada persona hace, otra lo que dice en público, otra lo que quiere que hagan los demás, y otra lo que quiere que los demás piensen de él. Si alguien dice que sólo hace lo que le beneficia (sin agredir a los demás), se está suicidando socialmente, aunque sea una verdad universal: lo que los demás quieren oír es que lo que haces también les beneficia a ellos, que eres generoso, que compartes, que no tienes afán de lucro, que les ayudarás cuando te necesiten. Y como hablar es barato, no compromete a casi nada y tiempo habrá de escurrir el bulto o buscar excusas, el discurso o meme predominante es el de la generosidad, ignorando sus limitaciones y problemas. A menudo la promoción de la generosidad es sincera, pero tiende a fingirse y exagerarse: además de fijarse en las declaraciones de la gente, fíjese en sus acciones. Promover la generosidad puede ser maravilloso para las relaciones humanas, el problema es que suele imponerse políticamente por la fuerza (liberalidad sin liberalismo), y entonces ya no es todo tan idílico.

El liberalismo suele basarse en un análisis racional de la realidad, no en la participación en un concurso de popularidad. Por eso propone que antes que hacer el bien a los demás es fundamental (y mucho más sencillo y realizable) no hacerles el mal: no robar, no matar, no estafar, no violar, no secuestrar. Todo resumido en respetar el derecho de propiedad. El comerciante egoísta (liberalismo sin liberalidad) al menos no perjudica a nadie. Si además de no agredir al prójimo usted quiere sacrificarse por él, estupendo: pero sobre todo no sea usted generoso con lo que no le pertenece.

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