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Lo realista es apostar por la libertad

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El pasado sábado Alberto Recarte publicó su quinta entrega de lo que se ha llamado «Informe Recarte 3». En ella, el presidente de Libertad Digital detalla su propuesta de reforma fiscal para cumplir con el objetivo de déficit con el que el actual gobierno se ha comprometido en los próximos años.

De forma resumida se basa, por una parte, en recortar gastos suprimiendo duplicidades en las administraciones públicas, reformando éstas para que su funcionamiento sea más eficiente y, por otra, en subir los impuestos indirectos (aunque también menciona una subida del IRPF para las rentas «más altas») mientras se baja el impuesto de sociedades y se traslada parte del coste de la seguridad social, que hoy en día se financia por medio de cuotas que abonan las empresas en nombre de sus empleados, al IVA.

Por lo que entiendo de estas medidas, asume que el gasto no se va a poder reducir lo suficiente como para cumplir el déficit, por lo que apuesta por subir ciertos impuestos, sobre todo especiales, para cubrir el exceso de gasto, mientras reestructura IVA, IRPF y sociedades para que las empresas soporten menos impuestos, que serán trasladados al consumo y a penalizar aún más a los trabajadores altamente cualificados. Además, al estar los sueldos blindados por los convenios colectivos, opta por la bajada igualitaria de salarios por medio de reducciones de las cuotas de la SS, que obviamente tendrán que ser compensadas con la correspondiente subida de IVA al no proponer el cambio del sistema de reparto (esquema ponzi) a un sistema de capitalización. Con ello se supone que las empresas españolas ganarían cierta competitividad sin que los sindicatos puedan hacer nada.

Por lo que se ve es un plan de rescate en toda regla para mantener a flote el sistema actual a expensas de una clase media que va a soportar la mayor parte de la subida de impuestos recibiendo a cambio unos servicios que cada vez serán peores.

Como es evidente no estoy de acuerdo con ningún punto de los que se compone este plan. No hay ninguna razón para que los gastos no puedan ser recortados hasta cumplir el déficit, y mucho más allá, sin tener que subir impuestos. Y, como ya expuse, trasladar las cuotas de la SS a los impuestos indirectos es sólo una forma de engañar a los asalariados que no resuelve el problema de fondo: el sistema de reparto es una estafa.

Ante este rechazo, ciertas personas, mayormente conservadores pero también algunos liberales, me acusan de soñador o radical. Me recuerdan que vivimos en un país socialista y, por tanto, unas reformas en profundidad son imposibles; «mejor esto que nada» afirman, vaticinando que podemos terminar como Grecia si no llegamos a un acuerdo de mínimos que salve al Estado de la quiebra.

Mi respuesta es la que titula este comentario; no porque suene bien o me quiera agarrar a mis principios sino porque es la verdad. Un socialista tiene que renunciar a buena parte de su ideología cuando llega al poder, no porque quiera llegar a un consenso de mínimos con los que no compartimos sus ideas, sino porque sabe que las suyas nos llevarían a todos a la ruina, incluido a ellos mismos, en unos pocos años. Ellos tienen que ser realistas, nosotros lo somos de partida. Y por eso mismo no tenemos que renunciar a la realidad para amoldarnos a una visión socialista que lo enfanga todo, que nos lleva a la ruina pero con el agravante de ser ésta escogida por nosotros mismos. Un castigo por no ser lo suficientemente valientes como para escoger nuestro destino sin importar lo que pensará cierta parte de la población, más o menos numerosa, que hace tiempo que dejó de interesarse en cómo poder salir adelante por ellos mismos para centrarse en cómo vivir a costa de los demás.

¿Utópico? No, lo utópico es pensar que se puede renunciar a nuestras ideas, la única arma que tenemos, y que no nos van a apuñalar con las suyas en cuanto las circunstancias sean más propicias. No, así no funcionan las cosas. La única forma de avanzar en nuestra libertad es defender siempre y en cualquier circunstancia nuestras ideas. ¿Que no son mayoritarias? ¡Qué más da!, ya se encargará algún político de consensuarlas con el resto de las ideas imperantes en ese momento. Y cuando ese consenso vuelva a fallar, ahí estaremos nosotros para recordar que no hemos pedido ningún consenso sino más libertad. Pero si al realizar propuestas partimos de un sometimiento al socialismo que anula casi por completo cualquier avance de la libertad, entonces y sólo entonces podemos dar por seguro que la realidad se impondrá y nosotros seremos desechados con el resto de malas ideas que nos han llevado al desastre.

El liberalismo se convierte en neoliberalismo y no queda nadie para defender la libertad. Y entonces es cuando entendemos, demasiado tarde ya, que lo realista habría sido apostar por ella.

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