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Muerto el perro, muerta la rabia

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Friedrich August von Hayek situó al Liberalismo en el vértice superior de un triángulo donde en las esquinas inferiores figuraban las otras dos ideologías actuales: el Socialismo y el Conservadurismo. Para Hayek era coherente que una persona se pasara ideológicamente del Socialismo al Conservadurismo, y al revés, ya que éstos tienen muchos puntos en común, a saber, las referentes a la represión gubernamental ya sea contra la libertad social (Conservadurismo) o la libertad económica (Socialismo). Los movimientos ideológicos, en este triángulo pues, suelen ser laterales. Es difícil que un socialista o un conservador se conviertan en liberales.

Efectivamente la diferencia sustancial del Liberalismo con los sistemas mencionados es que jamás pretende recurrir al estado para castigar, prohibir o atenuar un determinado comportamiento moral (los referentes al “vicio no criminal”).

Así, el Conservadurismo y el Socialismo se basan en posiciones de fe viscerales donde un grupo intenta someter al “grupo contrario” por medio de la ley y el miedo. El gran error de los dos es creer que tanto en el plano social como económico el hecho de prohibir o restringir algo conduce a la erradicación del “problema” manteniendo además un statu quo en el resto de los acontecimientos humanos (sociales y económicos). Otro gran error es pensar que el estado al realizar un determinado acto autoritario lo crea por el bien común, cuando en realidad, lo aplica para tener más poder y/o dinero.

El dicho, elevado a ley según parece en nuestros días por conservadores y socialistas: “muerto el perro, muerta la rabia”, o según su actualización, “tolerancia cero” contra todo, no puede tener consecuencias más nefastas cuando lo llevamos a la práctica. En primer lugar, con la restricción el dirigente puede disminuir un comportamiento determinado, aunque a un precio muy alto, pero jamás eliminarlo. Lo que hará el político será modificar la estructura productiva del bien empobreciéndolo y, con él, todos los otros escenarios productivos que lo preceden, o llevándolo hacia un mercado puramente libre pero perseguido y rebajando su división del trabajo, esto es, la economía sumergida. Y es que, las restricciones llevadas al extremo, como las prohibiciones, también generarán un aumento de la inestabilidad social. Así ocurrió con la prohibición de las drogas o la famosa ley seca de los años veinte en Estados Unidos; lo único que engendraron fue crimen.

No es el producto (y servicio) considerado como vicio el que lleva al crimen, sino su prohibición. Por más que se prohíba por ley no se pueden cambiar los gustos ni tendencias de las personas. Cuando el estado aprenda esto no dirá “me he equivocado, tomad libertad”, sino que intentará lobotomizar más a las personas como ya ocurre actualmente con los programas educativos doctrinarios que aplica, publicidad partidista que paga con el dinero robado a la comunidad, o comprando con dinero ajeno más votos (votantes cautivos) con pensiones, subvenciones, ayudas…, la actual ley de dependencia es una buena muestra de lo último. Y cuando aun así no lo consiga, entonces el estado intentará prohibir a los rebeldes (ZP ya toma nota con el CAC), o directamente encerrarlos y matarlos, los enemigos de la ocupación en Irak lo están viviendo ahora mismo.

El estado omnipotente sólo lleva a la pobreza y a la represión social. Es una espiral de decadencia y odio imposible de parar. La prosperidad sólo se puede conseguir con libertad de mercado y social: que cada uno haga lo que quiera, donde quiera, cuando quiera y como quiera. ¿Y el crimen? No se podrá erradicar jamás, pero sí que el libre mercado y derecho natural lo dejarán en mínimos, e incluso, lo expulsarán a esos países donde las leyes del legislador benefician la delincuencia (actualmente España). Neo–puritanismo y estado es una mala combinación porque perpetúa la esclavitud y hace al estado, la mayor organización criminal que hay, imparable. En cambio, neo–puritanismo sin estado no es más que una molestia, pero en una sociedad libre jamás nos hará esclavos. No es la condición humana el mal del mundo sino las imposiciones de los medios políticos.

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