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Nación, Estado y Economía

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Se acerca el centenario de la que se ha llamado La guerra del 14, en referencia al año del siglo XX en el que estalló. Quedan aún unos meses para la efeméride, pero las librerías de todo el mundo recogen nuevos y viejos textos sobre la conflagración mundial. Hay uno que tuvo cierta repercusión en su momento, pero cuya impronta se ha ido apagando con los años, y hace ya 95 que se publicó. Se trata de Nación, Estado y Economía, escrito por Ludwig von Mises. El autor venía de haber participado, con grave riesgo para su vida, en el frente. Nación, Estado y Economía, no obstante, no es una colección de recuerdos sino un intento de explicar las fuerzas intelectuales que llevaron a Alemania a desatar una guerra a gran escala.

Más allá de la responsabilidad histórica de Alemania, ya que seguramente fue la que más contribuyó al estallido de la guerra, pero no la única, el problema que se plantea Mises es pertinente. ¿De dónde vienen el imperialismo, el militarismo, el estatismo de Alemania que empujaron a tan desastroso final?

El principio de la democracia encontró en Alemania, como en otros países, un apoyo notable. Pero tras la revolución de 1848, la regla de la mayoría se convirtió en una amenaza potencial para las comunidades alemanas en regiones o potencias como Ucrania, Polonia o Hungría, ya que allí se constituían en minoría.

La solución que le dio Alemania fue la de una política mundial, una weltpolitik, que era la aplicación del nacionalismo militarista fuera de las fronteras. Era, en definitiva, imperialismo. E Imperialismus, en alemán, fue el primer título que le puso Mises a esta obra. Ese imperialismo es la solución que arbitró Alemania para hacer una política que respondiese, a un tiempo, a varios problemas que tenía la comunidad alemana. Por un lado, la situación de las minorías alemanas en otras regiones. Por otro, la asimilación de esas minorías por la cultura anglosajona, cuando los alemanes crean comunidades en colonias o ex colonias británicas. La solución pasaba entonces por conquistar las colonias dependientes de la monarquía inglesa, lo que en parte está detrás de la decisión de Alemania de iniciar una carrera por el rearme de la Armada.

El imperialismo, con todo, no es una característica exclusiva de la política alemana. Afectó a otras grandes potencias, y se reforzó mutuamente, señala Mises, porque «presiona a que se armen las manos de todos los que no quieren quedar sojuzgados. Para luchar contra el imperialismo, los pacifistas han de emplear todos los medios a su alcance». Al final, los pacifistas «han sido conquistados por los métodos y el modo de pensar» de los imperialistas. Otra contradicción del imperialismo es que ahora actúa con los frutos del feraz capitalismo del cambio de siglo, lo que lo hace mucho más peligroso. La solución otorgada por la Liga de las Naciones y por Woodrow Wilson tampoco es satisfactoria, pues la apuesta incondicional por la democracia no solventaba el problema de las minorías: «En los territorios políglotas, la aplicación del principio de la mayoría no lleva en absoluto a la libertad para todos, sino al gobierno de la mayoría sobre la minoría». El camino para lograr la paz es otro: La lucha de los Estados por controlar a los pueblos sólo remitirá «en la medida en que las funciones del Estado no se restrinjan, y se extienda la libertad».

Otra de las tendencias que identifica Ludwig von Mises es el del socialismo de guerra. No afectó sólo a Alemania, como demuestra el caso de los Estados Unidos, pero es el de la nación europea el que ocupa a nuestro autor. Ese socialismo se basa en la necesidad de ajustar, tan rápido como sea posible, la estructura económica: De una economía orientada hacia el consumo, a otra encaminada al esfuerzo de la guerra. Pero Mises considera que para lograr ese objetivo, el socialismo no es necesario. Por cierto, que en el libro no hace mención de su famosa crítica al socialismo, que aparecería en un artículo publicado ese mismo 1919. El autor explica cómo ese socialismo llevará a la destrucción de la economía, tanto directamente como por medio de la inflación.

Ese nacionalismo totalizante y estatalista contrasta con la visión que muestra Mises de lo que es una nación. A su parecer, consiste en una comunidad lingüística. Pero, por supuesto, una persona puede tomar la decisión personal de dejar de formar parte de una nación, así definida, y formar parte de otra. De modo que la nación sería una condición voluntaria, asumida y sancionada por la costumbre. De este modo, «nadie y ningún sector de la población será obligado a formar parte de una asociación nacional que no desee». Esta posición tiene evidentes consecuencias políticas: «Déjese a las fuerzas de atracción de la propia cultura, en una libre competición con otros pueblos. Sólo eso se merece una nación orgullosa», dice el economista.

Mises, como John M. Keynes, quien escribió otro libro sobre esta cuestión también en 1919, fue muy crítico con el Tratado de Versalles, y advirtió de que podría conducir a Alemania por el camino de la venganza. Finalmente, fue exactamente eso lo que acabó ocurriendo.

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