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No es esto, no es esto

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Trump iba a cumplir todo lo bueno que había prometido e iba a ir guardando discretamente en un cajón sus malas y muy nocivas promesas para las libertades individuales.

La llegada de Donald John Trump a la presidencia de Estados Unidos constituye, tal vez, el fenómeno político más importante que las últimas generaciones han podido presenciar. El empresario neoyorquino, un auténtico outsider, ha puesto patas arriba la vieja política como nunca antes se había visto. Trump venció contra todo y contra todos. Y su triunfo, según se ha dicho, es un símbolo de la caída de las élites de Washington, del establishment, de los apparatchiks, de los grupos de presión, de los grandes medios de comunicación y de la dictadura de lo políticamente correcto. No está muy claro, dada la imprevisibilidad del personaje, cómo serán los próximos cuatro u ocho años, pero parece obvio que serán diferentes a lo que hemos conocido hasta ahora.

Axel Kaiser escribía recientemente, a la hora de explicar la victoria de Trump, que un factor a considerar es

el desprecio que las élites globales muestran por los problemas diarios de las personas comunes y corrientes, a quienes no les importa cuántos sexos existen reconocidos legalmente ni el discurso autoflagelante sobre la culpabilidad ancestral del hombre blanco por casi todo lo malo que ha ocurrido en el mundo. Les importa tener un trabajo, seguridad, educación para sus hijos y una sociedad en que sus valores no sean constantemente descalificados por lideres de opinión, artistas y figuras políticas que se erigen en jueces de lo que es correcto opinar y pensar.

A veces a la gente la carga el diablo…

Y, claro, como viene siendo habitual en la izquierda mediática —y en el caso de España también en la dizque derecha— con cada nombramiento como presidente de Estados Unidos de un republicano, los insultos y las descalificaciones no se han hecho esperar. Si Reagan o Bush eran unos nazis, Trump no iba a ser menos. Así, y por poner solo un ejemplo, en el diario español de mayor difusión se catalogaba al flamante inquilino de la Casa Blanca de Hitler yanqui:

Trump representa la parte más obscura de todos nosotros y, por lo tanto, sacará lo peor de los antiguos aliados, socios o enemigos de los Estados Unidos, de la misma manera que Hitler sacó lo peor de los alemanes y, como prueba de lo anterior, estalló la II Guerra Mundial y ejecutó el infernal holocausto con un costo conjunto de más de 60 millones de muertos. 

Para rematar que:

El electorado norteamericano nombró como Comandante en Jefe del ejército más poderoso del mundo a un menor de edad con severas deficiencias emocionales y mentales, un peligro para la humanidad, porque este pequeñito juega no solo con una pistola 45 cargada, sino con un temerario poderío nuclear que, de estallar, podría mover el eje de la Tierra.

En cualquier caso, nada nuevo bajo el sol. Es sabido que la izquierda adora la democracia únicamente cuando ganan los suyos.

Más enjuncia, quizá, encontremos en el hecho de plantearse la cuestión Trump desde la perspectiva de las ideas de la libertad. Quien esto escribe llegó a ver en Trump poco menos que a un libertario a un solo paso de salir del armario. Reconozcamos que el razonamiento no era descabellado: el flamante presidente de Estados Unidos articuló los meses previos un discurso revolucionario, sin precedentes, con promesas de bajar brutalmente impuestos, reducir regulaciones, eliminar funcionarios, rebajar el intervencionismo en el ámbito educativo y sanitario, hacer que el sector privado pague las infraestructuras, acabar con la tiranía del cambio climático, volver al aislacionismo militar, cortar las subvenciones a los abortistas… Y, por añadidura, contaba con el asesoramiento de una figura libertaria indiscutible como Peter Thiel. Pero había que salvar un importante escollo. Esa música pro libertate que sonaba tan contracultural llevaba aparejada una retórica nacionalista, mercantilista y antiglobalización.

Y la pirueta en la que algunos caímos fue considerar que esa retórica, marcadamente populista, era el inevitable precio político a pagar si un cuasilibertario pretendía llegar al poder. Trump solo podía aspirar a la quimera de derrotar a alguien que lo tenía todo a favor como Hillary Clinton a partir del engaño y la manipulación al incauto electorado, siempre presto a ser engañado y manipulado. Sí, todo muy pringoso, pero en eso, y no en otra cosa, consiste la política. Y es que todos, con mayor o menor finura —Trump, desde luego, con ninguna—, halagan los sentimientos más primarios del votante para llegar al poder (es aquello de H.L Mencken de que el demagogo es aquel que predica doctrinas que sabe que son falsas a personas que sabe que son idiotas). Aunque, y esto es un punto clave, no es lo mismo, por muy repugnante que nos parezca la política, engañar y manipular para fortalecer el Estado que para reducirlo.

Vistas así las cosas, Trump iba a cumplir todo lo bueno que había prometido e iba a ir guardando discretamente en un cajón sus malas y muy nocivas promesas para las libertades individuales, que resultaban todas ellas de chirigota…

Pero, caray, hemos ido a dar con el único político en la historia que se toma en serio sus compromisos (Fernando Diaz Villanueva apuntaba hace unos días que Trump ha cumplido más promesas en cinco días que Rajoy en cinco años) y Estados Unidos ya ha salido, la primera de una serie de espantadas anunciadas de esta índole, de un acuerdo comercial, el TTP —un engendro burocrático, dicho sea de paso—; se amenaza a empresas como General Motors o Ford por deslocalizar la producción y la astracanada del muro en la frontera con México, una faraónica obra de 8.000 millones de dólares, va más en serio de lo que parecía.

En fin, el proteccionismo, el de Trump y el de cualquiera, es abiertamente incompatible con las ideas de la libertad. Llegarán, qué duda cabe, buenas medidas en otros apartados. Pero no era esto. No era esto lo que cabía esperar de Donald Trump.

2 Comentarios

  1. ¿y lo del muro, sal por la
    ¿y lo del muro, sal por la estupidez de que lo paguen los mejicanos, por qué es una astracanada? ¿acaso en una sociedad anarcopapitalista las personas o factor trabajo, al igual que las mercancías, podrían transitar libremente? de ninguna manera; una mercancía, se importa o exporta libremente porque es deseada por el que la compra; no es el caso de las personas que quieren moverse libremente y ubicarse en un territorio ? ¿quien es el dueño del territorio? El estado monopolista; a ver si somos un pocp más consecuentes con lo que pregonamos

    • TURGOT, el problema parece el
      TURGOT, el problema parece el de siempre. Mientras la gente no tenga en sus mentes el mismo concepto sobre algo, los debates no solo no se harán interminables sino que no existirá en gran mayoría de ocasiones un consenso. Aunque bueno, puede no existir este también por interés. Creo que los liberales clásicos o puros que llamo yo, nunca van a aceptar todo lo que haga Trump, así que es una pérdida de tiempo discutir o intentar cambiarse unos a otros.
      Últimamente he visto que se confunde «libertad individual» con «derecho individual», al partir ya de esta mala base, luego el castillo de naipes puede estructurarse pero se caerá con una bufa.
      Los individuos no es que tengan legitimidad para moverse por un territorio porque el Estado sea dueño o quien sea, sino porque no existe el derecho iusnatural a moverte por donde se te ocurra; con la propia geografía planetaria lo puedes ver, no se puede mover uno por cualquier sitio y en ocasiones es que encima es mejor que no lo haga.
      Partiendo de esta base correcta, habría que decir por tanto que debe de existir algún tipo de «contrato social» (me da igual si es implícito por lógica o explícito por constitución) tanto si es para dejar entrar a todo quisqui como para si hay una moderación en la entrada.
      Y esta decisión debe basarse en un tema funcional y de beneficio mutuo. Vamos, creo yo al menos.


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